Asesinato machista

Todas las mentiras del acusado del crimen de Campdevànol para confundir a los Mossos

La brutalidad del asesino de Campdevànol con su novia sobrecoge a los investigadores

El aislamiento de la mujer de Campdevànol que precedió a su asesinato

Los Mossos vuelven a Campdevànol a buscar el cuchillo del crimen machista

Los Mossos vuelven a Campdevànol a buscar el cuchillo del crimen machista. En la foto, el sospechoso del crimen sale de su domicilio tras la reconstrucción. /

Guillem Sánchez

Guillem Sánchez

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Cuando los sanitarios de la ambulancia llamaron al timbre del domicilio de Alberto en Campdevànol (Ripollès) el miércoles 21 de septiembre de 2022, sobre las 14.00 horas, quien abrió la puerta fue una mujer mayor. Era su madre. Los sanitarios, siguiendo las indicaciones de la mujer y los lamentos de Alberto, avanzaron por la casa, desordenada y sucia, hasta el dormitorio. Allí encontraron a Alberto abrazando el cuerpo de Anna, su novia de 21 años a la que había consumido en vida y torturado hasta la muerte, según sostienen los investigadores de los Mossos d’Esquadra, los médicos forenses y el fiscal Enrique Barata, un crimen machista por el que responderá frente a un jurado.

Tres horas antes de avisar a la ambulancia, Alberto había llamado al CAP para contar que su novia no se encontraba bien. Según sostiene la acusación pública, después de esa llamada, y cuando ya estaba seguro de que Anna estaba muerta y no podría delatarlo, telefoneó a su madre y, a continuación, al 112, para pedir la ambulancia. Esperar a los sanitarios tumbado y sollozando junto al cadáver de su novia fue la primera de sus mentiras.

La bicicleta

Alberto explicó a los primeros agentes de los Mossos desplazados al domicilio, ubicado en el centro de Campdevànol, que Anna había sufrido un accidente yendo en bicicleta tres días antes y que, a raíz de esa caída, había comenzado a sentirse mal.

El examen forense que se practicó al cadáver de Anna halló más de 60 heridas distintas: nariz fracturada, dientes rotos, golpes con los puños y con objetos contundentes en la cabeza, en los brazos, en las piernas, en la barriga, en los senos y, sobre todo, en los genitales, una zona con la que se encarnizó y dónde los científicos apreciaron además dos cuchilladas de 15 centímetros de profundidad. Tanta brutalidad sobrecogió a los propios médicos. ¿Una caída en bicicleta?

El secador

Los investigadores creen que Alberto encerró a Anna a primera hora de la tarde del 20 de septiembre en la casa en la que ambos convivían desde que comenzó su relación sentimental, un año antes, un tiempo durante el que Albert aisló a la joven, 15 años menor que él, de sus amigas y familia, la sometió a una tortura psicológica que incluía insultarla en público llamándola "zorra" o "puta" o perseguir de forma enfermiza infidelidades inexistentes de Anna –incluso introducía sus dedos en la vagina y la examinaba "con una linterna" en busca de pruebas– al tiempo que él se jactaba de intimar y besar a otras mujeres delante de ella. 

Cuando Alberto se acuarteló en casa con Anna aquella tarde a nadie le extrañó que la joven estuviera horas sin dar señales de vida: era frecuente que la encerrara, le quitara el teléfono o que incluso le prohibiera comer. Anna, una joven a quien describían como bella, perdió peso, se desanimó y se entregó al consumo de droga para soportar ese calvario, según sospechan los investigadores. 

Alberto, durante la retención final que duró dos días y una noche, golpeó a Anna y la torturó hasta acabar con su vida provocándole una muerte "lenta" y "dolorosa", según el fiscal Barata. Después, lavó su cuerpo concienzudamente, secó las heridas con un secador, le cambió de ropa interior, le puso un pijama de verano, cambió las sábanas, fregó la habitación, tiró toallas y ropa ensangrentadas y volvió a colocar el cuerpo de la chica sobre la cama. De entrada, el calor aplicado sobre las heridas confundió a los investigadores, que al verlas secas creyeron que eran de días anteriores. 

El traficante marroquí

Acorralado por las pruebas forenses posteriores, Alberto contó a los investigadores que la noche del 20 al 21 de septiembre salió de casa para ver a su hijo –la madre del menor y exmujer de Alberto negó esa coartada– y deslizó, sin compasión por manchar todavía más el recuerdo de Anna, que la joven se prostituía para traficantes marroquís a cambio de droga. Añadió que algunos acababan violándola y que la noche del crimen, durante su ausencia de dos tres horas –durante la que insistía que había ido a ver a su hijo–, uno de ellos se habría colado por la ventana del domicilio y la habría atacado. 

Los Mossos comprobaron también esa parte de una coartada ya desmentida por su exmujer y acudieron a ver a los ciudadanos marroquís indicados por Alberto. Todos negaron haber violado a Anna. Uno de ellos, sin embargo, reveló algo peor: que en alguna ocasión Alberto sí le había ofrecido tener sexo con Anna a cambio de cocaína para él. El mismo traficante aseguró también a los agentes que esa noche él sí había visto a Alberto –posiblemente para un intercambio de droga– y que a ese encuentro el hombre había acudido con los nudillos enrojecidos. El traficante le preguntó qué había ocurrido y Alberto respondió que se había peleado con alguien. 

La reconstrucción

Con esa última versión haciendo aguas, los Mossos regresaron al domicilio de Campdevànol y, bajo un importante dispositivo policial para evitar que las amigas de Anna y sus familiares descargaran su dolor contra el arrestado, trajeron a Alberto para reconstruir el crimen sobre el terreno. Varios agentes de la policía catalana, con cuerdas de escalada tal como captó el vídeo de EL PERIÓDICO, revisaron las paredes exteriores de la casa y analizaron la ventana por la que se habría colado el supuesto traficante marroquí. Pero lo único que pudieron comprobar, por la disposición regular del polvo, es que esa ventana llevaba tiempo sin abrirse. Otra mentira más. 

Los investigadores no hallaron el cuchillo con el que apuñaló los genitales de Anna. Pero saben que Alberto tiró la basura la noche del crimen. Durante la primera inspección ocular, llamaba la atención que, en un piso infestado de inmundicia, el cubo de la basura estuviera vacío, con una bolsa de plástico recién desplegada. 

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