Iniciativa solidaria en la educación superior

Un intelecto despierto

No desconectarse del estudio mejora el pronóstico de los enfermos de cáncer

ÀNGELS GALLARDO
BARCELONA

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«Te vamos a curar, pero tienes un cáncer». Cuando Xavier M., de 17 años, escuchó esa frase en el servicio de oncología del Hospital de

Bellvitge, miró a su madre y le dijo: «Vámonos de aquí, ya te dije que no viniéramos». Se mostró rabioso, relata su madre, que también mostró incredulidad a los médicos en aquel primer momento. Al oncólogo responsable de la historia clínica de Xavier no le sorprendió la reacción. Se trataba de esperar la asimilación de la noticia.

En el momento en que a una persona le informan de que sufre un cáncer inicia una transformación mental irreversible que marcará para siempre su forma de afrontar la vida. Este cambio se traduce, en el caso de los niños o los adolescentes, en una sorprendente madurez, explican oncólogos y psicólogos especializados en esta enfermedad.

La adolescencia es la época vital en que es más difícil aceptar un proceso que inevitablemente se asocia con la muerte, explica el oncólogo Josep Sánchez de Toledo, responsable del área de oncología pediátrica en el Hospital de Vall

d'Hebron, de Barcelona, donde atiende a niños y adolescentes. «No les entra en la cabeza, y, al principio, les provoca rabia, rechazo y sensación de injusticia», asegura. En esos periodos, todo lo que pueda acercar a los enfermos a su normalidad previa al hospital es beneficioso, afirma. En especial, su vinculación con el mundo educativo.

Mantener patrones

«Todo lo que contribuye a mantenerlos despiertos intelectualmente, con una actividad sostenida, les ayuda -prosigue Sánchez de Toledo-. Los jóvenes que mantienen sus estudios no solo no pierden el curso académico, sino que mejoran en el proceso patológico por el que están atravesando».

Sánchez de Toledo sostiene que mantener una actividad académica, o escolar, durante los meses o años que duran los tratamientos oncológicos incide en la salud de los enfermos. «Estoy seguro de que mantener una actividad intelectual en el proceso de tratamiento, y el hecho de seguir vinculados con los aspectos saludables de la vida, como son los estudios, contribuye al buen pronóstico final -asegura-. ¿En cuánto? ¿En qué proporción? Es difícil de decir, pero no tengo ninguna duda de que esto es así, y lo he comprobado en mis pacientes en muchísimas ocasiones».

Así lo defiende este oncólogo ante algún colega reticente a aceptar esa relación causa efecto. No dejar los estudios mientras se están tratando de un cáncer permite a los estudiantes reincorporarse a las actividades escolares en el momento en que dichas terapias concluyen sin que se haya producido una laguna intelectual o lectiva que hayan de superar posteriormente. No perder el hábito de estudiar evita que al reincorporarse al ritmo habitual se sientan desplazados entre sus compañeros, concluyen.

Esto no es así con todas las enfermedades que afectan a los jóvenes. A quien sufre anorexia, enfermedad mental que se manifiesta en una forma patológica de alimentarse, que afecta mayoritariamente a jóvenes de ambos sexos de entre 16 y 30 años, no se le suele permitir continuar con los estudios mientras se trata la enfermedad. Esto es así por el propio perfil psíquico de las personas con anorexia, que se caracteriza por la extrema autoexigencia en las actividades que estén desarrollando, y la tendencia a obsesionarse con cualquier objetivo prefijado. A las pacientes anoréxicas, la desconexión del ambiente que frecuentaban antes de enfermar les supone una oportunidad de reiniciarse con patrones sanos.