La nueva legislatura

Sánchez y Puigdemont unen sus destinos tras cinco años dándose la espalda

PSOE y Junts pactan abordar el 'lawfare' en la amnistía y un mediador internacional

Acuerdo de investidura PSOE-Junts: ¿Qué han pactado?

Cómo se forjó el pacto del Congreso: "Lo más difícil fue el equilibro entre ERC y Junts"

Pedro Sánchez y Carles Puigdemont.

Pedro Sánchez y Carles Puigdemont.

Fidel Masreal
Juan Ruiz Sierra
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Toda la información sobre la ley de amnistía en este especial de EL PERIÓDICO.

El 'expresident' de la Generalitat que aseguró que no investiría a nadie al frente de la Moncloa y que no se lograría nunca la autodeterminación de forma acordada y el jefe del Ejecutivo que prometió traerle de vuelta para que rindiera cuentas ante la Justicia acaban de firmar un pacto absolutamente inverosímil hace tan solo unos meses. Cocinado a fuego lento y bajo un absoluto secretismo, el entendimiento representa un cambio de rasante en el conflicto en Catalunya y puede abrir una nueva etapa en toda España. Habrá amnistía a los principales responsables del 'procés' desde la consulta de 2014, se dialogará con una mediación internacional y a cambio los posconvergentes apostarán por la estabilidad durante la legislatura que ahora empieza. Escuchar a Carles Puigdemont hablar bien del PSOE es algo que representa un giro de 180 grados en su discurso, aunque él niegue cambio alguno.

La negociación ha sido dirigida personalmente por Pedro Sánchez y el líder 'de facto' de Junts. La clave ha sido la necesidad de los votos de los siete diputados posconvergentes en la investidura, en el caso del líder socialista, y la oportunidad que el 'expresident' ha tenido ante sí para ser decisivo, más allá del discurso de la confrontación que ha enarbolado en los últimos años. Decisivo para situarse como alguien que negocia más y mejor que lo ha hecho ERC en los últimos años, algo que ni los republicanos aceptan ni algunos sectores de Junts se acaban de creer.

Las claves

Las primeras claves del pacto han sido la necesidad y la voluntad. Puigdemont dejó clara esta segunda condición (que quería llegar a un acuerdo) cuando en su conferencia del 5 de septiembre en Bruselas orilló la exigencia de un referéndum. Eso demostró que lo que ponía sobre la mesa -reconocimiento nacional de Catalunya, amnistía, mediador, admisión de Junts en el tablero político en plano de igualdad y una doble carpeta para los próximos años, sobre autodeterminación y autogobierno- era difícil de aceptar por parte del PSOE, pero no imposible.

Mientras, los socialistas se prepararon para una negociación basada en el carpetazo judicial al 'procés' y en allanar poco a poco el camino hacia la confianza mutua: aceptaron llevar la petición de la oficialidad del catalán al corazón de las instituciones europeas, hicieron realidad el uso de esta lengua, junto a las otras cooficiales, en el Congreso de los Diputados, retiraron definiciones del independentismo vinculadas a terrorismo en determinados documentos de Europol e impusieron un silencio total respecto a lo que llevaba a cabo Sánchez junto a sus más fieles colaboradores.

El acuerdo

El pacto supone entrar en una fase distinta, basada según el PSOE en la idea del reencuentro y de poner el contador a cero. Para Junts, en la anulación de las vías penales emprendidas contra el independentismo desde la consulta que pilotó Artur Mas en 2014. La amnistía, palabra que pronunció abiertamente Sánchez solo cuando tuvo garantías de acuerdo, es el epicentro del pacto. Se ha tejido hasta la última coma para obtener el objetivo perseguido: anular las causas penales y hacerlo con la rotundidad y garantías suficientes para que no sean puestas en cuestión por los tribunales. Además, se ha tenido que hacer orfebrería para definir qué entraba y qué no, incluidos los casos de persecución judicial, la llamada 'lawfare'. Aun así, todo el documento suscrito el jueves en Bruselas parte de la idea, repetida varias veces a lo largo del escrito, de que las "divergencias" entre ambas partes son "profundas". No solo sobre el referéndum. También en torno al estatus de Catalunya y su financiación.

Pero las cesiones mutuas son fácilmente identificables. Junts asumió que la norma que da carpetazo judicial al 'procés' no estaría aprobada antes de la investidura, algo que el PSOE rechazó desde el primer minuto. No se fiaba de que Puigdemont acabara no votando la reelección de Sánchez una vez lograda la amnistía. Al mismo tiempo, Junts quería aplicar el "pago por adelantado" que aplicó al pacto de la Mesa del Congreso, por el que la socialista Francina Armengol fue elegida presidenta de la Cámara baja.

En torno a la amnistía se teje un encaje político de gran envergadura. Una construcción que incluye el reconocimiento de Catalunya (sin la ambición que exigía inicialmente Puigdemont, y sin ir mucho más allá de lo logrado por ERC) y, no menor, la reunión del número tres del PSOE, Santos Cerdán, con Puigdemont en Bruselas bajo la foto que cuelga desde hace meses del despacho del 'expresident': una urna del 1-O sostenida por varias manos, en un gesto de autoafirmación independentista. Ese encuentro dejó claro que Sánchez estaba dispuesto a cumplir con una de las condiciones de Puigdemont: reconocerlo como interlocutor.

Junts también ha tenido que asumir que su exigencia de que el catalán sea oficial en la UE antes de la investidura no será posible. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, ha trabajado en ello. En otro gesto inédito que demostró la voluntad de pacto de Junts, fue elogiado por Puigdemont. Pero el reconocimiento tendrá que esperar.

La lucha contra los dinamitadores

Sánchez y Puigdemont han exprimido al máximo su autoridad. El primero, para imponer su voz frente a los principales referentes de la vieja guardia socialista, Felipe González y Alfonso Guerra, que lanzaron bombas de profundidad contra la amnistía. Sánchez puso en pie al comité federal de su partido cuando defendió la amnistía para hacer "de la necesidad virtud" y e impedir una coalición de la derecha con la ultraderecha. También Puigdemont ha logrado callar de forma implacable al sector de Junts y del independentismo que, alimentado por la idea del combate y la confrontación, tan habitual en estos últimos años, prefería bloquear la investidura y repetir elecciones.

Lo pretendía una parte de Junts, personificado en la presidenta del partido, Laura Borràs, que ha quedado absolutamente cortocircuitada. No ha estado en la negociación, no ha abierto la boca, no ha influido en nada. Y sus fieles, aún menos. Los mensajes de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) contra la amnistía y contra todo tipo de perdón y reconciliación durante la Diada fueron tan extemporáneos que incluso facilitaron a Puigdemont situarse en el centro del tablero. Igual ha ocurrido con los votos, escasos, del Consell de la República que lidera el propio Puigdemont, reclamando bloquear la investidura. Un 75% a favor, dentro de una participación del 4%, fue un resultado tan claro como estéril.

La escenificación

Ahora tocará la ratificación interna por parte de Junts y, más importante, la escenificación ante ambas parroquias. Sánchez lleva ya preparando el terreno hablando de un nuevo tiempo, de un hilo conductor de reconciliación que proviene de los indultos y que supone la normalización de Catalunya tras los años convulsos del 'procés'. El PSOE también ha tenido que ceder. La hemeroteca está repleta de contundentes pronunciamientos de sus dirigentes, incluido el propio Sánchez, sobre la presunta inconstitucionalidad de la amnistía.

Para Junts era todavía más difícil. Puigdemont prometió en declaraciones al diario 'Ara' no investir a ningún presidente, defendió durante años la "confrontación inteligente", ha escrito que nunca se logrará la autodeterminación por la vía de la negociación, ha cargado sin misericordia contra la vía pactista de ERC, ha denunciado que los indultos y la reforma del Código Penal eran insuficientes y ha animado a su partido a prometer reeditar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI). Ahora entra en una vía pactista de la que dirá que nunca renegó si se daban las condiciones.

El porqué del viraje

La gran pregunta es por qué Puigdemont ha cambiado, por qué ha eludido la presión de los sectores más radicales y ha optado sin dudarlo por un pacto sin autodeterminación. La respuesta es compleja. Por un lado, algunos en JxCat tienen claro que lo ha hecho para regresar sin ser juzgado ni encarcelado. Pesa también, dicen otros, su convicción de ser alguien capaz de lograr un presunto acuerdo histórico para situarse por encima de ERC. Otra interpretación, compatible con las anteriores, es que ha visto una última oportunidad para influir sobre el Estado gracias a los 7 votos decisivos de Junts en el Congreso. No ha querido dejar escapar este tren. En Junts, oficialmente, contestan que todo es coherente con su trayectoria.

Habrá investidura la semana que viene. Sánchez será reelegido presidente del Gobierno el próximo jueves, en primera votación y con mayoría absoluta. Cuestión distinta es si termina de cuajar ese nuevo tiempo que ambos líderes prometen y muchos dirigentes del PSOE y Junts anhelan sinceramente para que todo discurra por otro carril. De ello dependerán miles de factores -personales, demoscópicos, socioeconómicos- en una legislatura que será cualquier cosa menos fácil, pero que casi nadie daba por viable hace tan solo tres meses.

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