Economista. Catedrático de la Universidad Complutense y subdirector de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA)
José Ignacio Conde-Ruiz
Economista. Catedrático de la Universidad Complutense y subdirector de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA)
¿Cómo serán las pensiones?
Los mayores de 65 años van a representar cerca del 35% del electorado, mientras que ahora son el 24,5%. Será clave pensar en los jóvenes a la hora de votar
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Las medidas imprescindibles para evitar el colapso de las pensiones en España
El futuro de las pensiones está muy relacionado con la demografía. En las próximas décadas, España será uno de los países más envejecidos del mundo porque combina lo mejor y lo peor de otros países: una de las esperanzas de vida más altas (tanto al nacer como a los 65 años) con una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo. Ser uno de los países más longevos del mundo, con una esperanza de vida al nacer de 86,5 años, es una noticia excelente. No obstante, preocupa la bajísima tasa de fecundidad de 1,19 hijos por mujer en edad fértil, sobre todo porque España también es el país con una mayor diferencia entre el número de hijos deseado y el real.
Según las últimas proyecciones demográficas, en 2068 habrá más de 15,5 millones de jubilados (población mayor de 65 años) y poco más de 25 millones de personas en edad de trabajar (entre 24 y 65 años). Cuando en la actualidad esos datos serían 9,7 millones de personas mayores de 65, y 26,5 millones de personas en edad de trabajar. El envejecimiento va a suponer que donde ahora hay cerca de tres trabajadores pagando la pensión de un jubilado, en unas décadas habrá poco más 1,5 trabajadores. Todo ello asumiendo pleno empleo y un escenario demográfico con una entrada de entre nueve y diez millones de inmigrantes.
Adaptar el sistema
Desde el punto de vista económico, parece evidente que va a ser necesario adaptar nuestro sistema de pensiones a la nueva realidad demográfica. En mi opinión, la reforma debe tener cuatro ingredientes principales. Primero, no se pueden tocar las pensiones de los actuales jubilados, ya sin margen para adaptarse a los cambios. Segundo, se debe considerar toda la vida laboral para calcular la pensión. Tercero, reintroducir un 'factor de sostenibilidad' que modifique los parámetros del sistema ante los cambios en la esperanza de vida. Cuarto, se deber permitir compatibilizar el salario y la pensión, para conseguir una jubilación flexible.
Será flexible, en el sentido de que los trabajadores no pasarán de trabajar a jubilarse en una sola noche, sino que habrá una reducción gradual de la jornada laboral hasta la jubilación total. Tampoco será una jubilación igual para todos, los trabajadores en profesiones con exigencia física o con peor salud deben tener unas condiciones más favorables que el resto.
Lamentablemente, tal como pongo de relieve en mi último libro (con mi hija Carlotta) titulado 'La juventud atracada' (Península), cuando la pirámide demográfica se invierte y el número de personas mayores frente a jóvenes aumenta desproporcionadamente, la política diseña sus propuestas electorales para las generaciones dominantes: los mayores. En este sentido, en 45 años, los mayores de 65 años van a representar cerca del 35% del electorado, mientras que ahora son el 24,5%.
La pérdida de peso electoral de los jóvenes genera un incentivo a los políticos a pensar solo en el aquí y ahora. Se pierde el enfoque a largo plazo, pues se necesita tener en cuenta a las futuras generaciones para afrontar los grandes retos globales que tenemos por delante: envejecimiento, revolución digital y cambio climático.
Este efecto del envejecimiento sobre la política va a hacer difícil realizar reformas que supongan un coste para los votantes mayores. Entre otras cosas, va a existir una gran resistencia para adaptar el sistema de pensiones a la nueva realidad demográfica y, con ello, prácticamente todo el presupuesto irá dirigido hacia la edad.
Por ello va a ser clave que las generaciones mayores pensemos en los jóvenes a la hora de votar, priorizando el uso de los recursos públicos en políticas que les favorezcan, como la mejora de la educación, en la I+D, la lucha contra la pobreza infantil, el acceso a la vivienda, apoyo a la familia, ayudas a la emancipación, la lucha contra el cambio climático. Si todos votamos pensado en los jóvenes, los políticos empezaran a prestarles atención. Y no podemos olvidar que todas estas políticas que favorecen a los jóvenes, también mejoran la productividad y con ello el crecimiento de la renta per-cápita y por ende el bienestar de toda la sociedad.
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