Barcelona, despotismo urbanístico
Las obras y alambradas en Via Laietana y Consell de Cent indican poco respeto a la vida de los vecinos
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Según la última encuesta del ayuntamiento, el 52,7% de los barceloneses, contra el 28,7%, cree que la ciudad ha empeorado el último año. Y eso pese a que la encuesta se realizó en mayo, antes de que parte de las calles del centro (Via Laietana, Consell de Cent, Girona…) fueran levantadas y dejadas en estado comatoso para lo que se pretende sea un “gran salto adelante” que aumente el espacio verde, permita que se pasee mejor, obstaculice la circulación de vehículos y haga que el aire sea más sano.
Por otra parte, la valoración del gobierno de la ciudad (normalmente alta) baja un poco y sube la del Gobierno catalán e incluso del español, que aprueba por primera vez desde 2010. Y los grandes problemas que detectan los barceloneses son la inseguridad (19% de los encuestados), la falta de limpieza (12,4%) y la dificultad de acceso a la vivienda (6,7%). El segundo, de exclusiva responsabilidad municipal.
La reforma de estas tres grandes arterias es una gran apuesta. Sobre el fondo del asunto no me pronunciaré porque no quiero engrosar –inmerecidamente– el número de expertos urbanísticos. Pero sí tengo dudas, porque los planes se han puesto en marcha sin un previo y amplio debate ciudadano y se han justificado en una satanización del transporte privado –sin anterior mejora del público– y en una especie de cruzada contra los usuarios del coche, el taxi o la camioneta de reparto, a los que se califica, como poco, de egoístas e insolidarios. Dividir la ciudad entre buenos y malos es lo contrario a lo que pasó cuando los JJOO, que ayudaron a un gran avance de la ciudad.
No hay duda. Barcelona necesita más espacios verdes y menos polución. Pero la prioridad debería ser potenciar el transporte público urbano e interurbano, pues muchos de los usuarios del coche vienen de poblaciones cercanas. Además, cuesta dar un voto de confianza a quienes insisten en que el turismo es una calamidad cuando todas las grandes ciudades (Nueva York, París, Londres…) saben que es una fuente de riqueza. Y Barcelona lo comprobó cuando la pandemia. Otra cosa es que las autoridades municipales no acierten a regular el tráfico de visitantes. También cuesta sintonizar con quienes han apostado por la paralización del aeropuerto de El Prat mientras crece el de Madrid. ¿Llegar a Barcelona vía aérea deberá hacerse a través de Madrid en los vuelos intercontinentales? Nada más lejos de la ambición de Pasqual Maragall, el alcalde de los JJOO, que siempre abogó por la bicapitalidad de España.
A veces las buenas intenciones conducen a resultados insatisfactorios. ¿Pasará con la reforma de la Via Laietana, que dificultará la ya complicada conexión entre el Eixample y el mar, o con los cambios en Consell de Cent y Girona? No lo sé, pero semiparalizar durante meses –sin comprometerse a una fecha final de las obras– arterias clave de la ciudad no solo perturba gravemente la vida diaria de los vecinos –y daña la actividad de numerosos y diversos comercios– sino que degrada la imagen de Barcelona e indica un escaso respeto a los derechos ciudadanos.
¿Es lógico que los vecinos vivan rodeados, por tiempo indefinido, de dos largas alambradas que son más propias de un campo de refugiados que del centro de la ciudad y que solo puedan cruzar la calle por las esquinas? ¿Y qué pasaría en caso de un desalojo por incendio o atentado? ¿Cómo se podría evacuar a los vecinos a través de pasillos de un metro entre alambradas y en los que, a veces, incluso circulan bicicletas a las que se ha despojado de su carril? ¿Era necesario levantar tantas manzanas al mismo tiempo? ¿No se podía hacer por fases, lo que habría limitado inconvenientes y el dantesco panorama?
No sé el resultado final del actual desbarajuste. Schumpeter teorizó que la “destrucción creadora” impulsa el progreso, pero lo que pasa en Via Laietana y Consell de Cent lleva más bien a la conclusión de que en el gobierno municipal se ha impuesto el despotismo urbanístico: “Nosotros sabemos lo que conviene y para que nadie dude de nuestra autoridad, ni piense en una posible marcha atrás, iniciamos al final del mandato planes urbanísticos de gran impacto”. Molesten poco o mucho. Ordeno y mando. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Como en tiempos del despotismo ilustrado.
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