nómadas y viajantes

La América que no somos capaces de ver

A Trump le ha derrotado su soberbia, su incomprensible guerra al voto por correo en medio de la peor crisis sanitaria desde 1918

elecciones eeuu trump biden

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RAMÓN LOBO

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Cerca de 70 millones de estadounidenses han votado a un presidente incapaz de distinguir la verdad de la mentira, a un narcisista patológico que amenaza los cimientos de la democracia. A Donald Trump no le ha derrotado su gestión de una pandemia que ha infectado a diez millones de compatriotas y causado la muerte a cerca de 250.000, ni que prime la defensa de Wall Street por encima de la salud de las personas; a Trump le ha derrotado su soberbia, su incomprensible guerra al voto por correo en medio de la peor crisis sanitaria desde 1918.

Estas elecciones están repletas de mensajes, y la mayoría no son buenos. El Partido Demócrata ha sido incapaz de derrotar con claridad a un presidente irresponsable que se comporta como si estuviera en un 'reality show'. Trump emergió victorioso del hospital Walter Reed, como un superhéroe de tebeo que había vencido al covid. Se declaró inmune al virus. Visto lo ocurrido en las urnas es normal que se sienta impune.

¿Qué más necesita hacer Joe Biden para que se escuche su mensaje? ¿Cómo defender valores democráticos y derechos humanos en un mundo que dejó de interesarse por la verdad? No es solo un problema de los estadounidenses; lo tenemos en Europa. ¿Cómo enfrentarse a las extremas derechas? Tendemos al desprecio de los exaltados. Lo inteligente sería profundizar y averiguar quién les vota y, sobre todo, por qué. Preguntarse en qué hemos fallado para que tanta gente se sienta ninguneada.

Tipo de delirios

Hablamos de los latinos de EEUU como si fueran un grupo monolítico. Cuando Trump acusó a Biden de comunista nos dio risa. Fue un mensaje dirigido a los cubanos y los venezolanos de Miami. Este tipo de delirios explican su victoria en Florida. Le ha funcionado también en otros Estados con mexicanos y centroamericanos. Trump ha tenido más apoyo de “los latinos” que en el 2016, pese a los insultos y su política implacable con la migración, sean adultos o niños. Es un sector que ansía ser aceptado como un americano más y ganarse la vida. Muchos de ellos son católicos, conservadores y republicanos.

Biden no le ha funcionado su promesa de renovación ética tras cuatro años de trumpismo. Son ideas que no calan en un mundo amoral. Trump habla un lenguaje que se entiende en la calle. Ha sido capaz de presentarse como un antisistema cuando es un producto del sistema. Maneja la inseguridad de la gente, y más en tiempos de una revolución robótica que amenaza con suprimir millones de puestos de trabajo. Es lo que en España alimenta a Vox.

Trump se ha construido una imagen glamurosa de ganador, de persona hecha a sí misma, que se ha arruinado y renacido. Su secreto es similar al que encumbró a Silvio Berlusconi: ser un modelo, alguien al que la gente quiere imitar: tramposo, mujeriego, vividor y famoso.

Las grandes cadenas de televisión de EEUU decidieron cortar la emisión en directo de la segunda comparecencia de Trump, en la que en un discurso errático y confuso, profirió toda suerte de mentiras y lanzó graves acusaciones de fraude sin pruebas. ¿Es la censura el mejor método? ¿No favorece su narrativa de ser el tipo al que odian porque tiene éxito y dice lo que piensa? Sería mejor desmontar sus patrañas ante la audiencia que le venera como un mesías.

Revuelto y difuso

Nuestro trabajo no es censurar, sino informar, denunciar. Esas televisiones, u otras parecidas, llevan años regalando espacio 'prime time' a todo tipo de embaucadores porque dan audiencia, ayudándoles a crear un personaje socialmente aceptado. En los debates sentaron en la misma mesa a cerebroplanistas y científicos en un todo revuelto y difuso. Esos medios abonaron en su loca carrera por la audiencia el terreno a los Trump.

Si los periodistas nos dirigimos a una población que dejó de leer y escuchar, ¿a quiénes preguntan los encuestadores? Tras el fiasco del 2016, en el que ninguna empresa demoscópica supo detectar la derrota de Hillary Clinton, ha llegado el fiasco del 2020. Quizá el problema no esté en las respuestas, sino en las preguntas que no nos atrevemos a plantear.

Es como si políticos, periodistas, politólogos y sociólogos viajásemos en un barco de lujo ajenos a la vida real de las personas. La socialdemocracia que tanto hizo por mejorar el mundo que surgió de la segunda guerra mundial ha quedado reducida a un conjunto de clichés, himnos y recuerdos. Trump no es el problema, sino la consecuencia del problema de un mundo que dejó de creer en las utopías. Todo se volvió mercancía, parte de una impostura general. Y en este ambiente sin agarraderas morales, Trump es el sumo sacerdote. 

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