EVOLUCIÓN DE LA FORMACIÓN MORADA

Del 15-M a Ciudadanos

El proyecto de Podemos ha perdido fuelle, pero sigue ahí, aunque con oxígeno enrarecido

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados, el pasado 3 de junio

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados, el pasado 3 de junio / periodico

Sergi Sol

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Podemos está descubriendo lo que significa formar parte de un Gobierno de coalición, tragando sapos ajenos y acometiendo las envestidas de esa derecha de semillero nostálgico, que hoy blande (su) Constitución como arma arrojadiza.

Nacieron al amparo de las protestas del 15-M. Ese vendaval, con tintes a lo mayo del 68, alumbró una nueva izquierda y cosechó notables éxitos. Tanto fue así que logró conquistar las alcaldías de Madrid y Barcelona. Generó ilusión y expectativas de cambio, puso en un aprieto al PSOE e incluso puso en guardia a esos turbios poderes que en España mandan casi todo.

El PSOE de Felipe González los miraba con aversión. Y huelga decir que el de Pedro Sánchez tampoco los quería para su puesta de largo. Quiso a Ciudadanos. Primero, con un acuerdo de Gobierno. Y luego, clonando su discurso. Los resultados electorales y la tozudez suicida de Albert Rivera dieron al traste con los planes de Sánchez. Al final, este se apresuró a abrazar a Pablo Iglesias luego de haberlo menospreciado.

Paradoja hiriente

El proyecto de Podemos ha perdido fuelle. Pero sigue ahí, aunque con oxígeno enrarecido. Ellos, que se nutrieron de las protestas de la calle contra el sistema, <strong>han perdido (pese a ganar) Madrid, gracias al voto de la derecha extrema.</strong> Y <strong>han retenido Barcelona (pese a perder) con el voto de esa misma derecha,</strong> de esos que Ada Colau y los suyos calificaron como 'fondos black'.

La paradoja no puede ser más hiriente. Ellos, que nacieron como reacción a un clamor social que demandaba una sociedad más justa y libre, que denunciaban la especulación, que planteaban acabar con los abusos de esa derecha, han acabado por gobernar en la capital de Catalunya gracias al apoyo de la peor derecha.

En el pecado está la penitencia. Y es esa derecha dura, que antepuso la patriótica premisa de frenar un acuerdo soberanista y republicano en Barcelona, la que ahora acomete y asedia a sus líderes en Madrid. Posiblemente la misma con la que acabarán negociando los Presupuestos y el resto de legislatura, luego de enterrar la mesa de diálogo (con Carles Puigdemont aplaudiendo a rabiar). La misma con la que tendrán que lidiar en los tribunales.