La incapacidad para pactar fuerza la repetición electoral el 10 de noviembre

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Juan Ruiz Sierra / Iolanda Mármol

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España puso este martes rumbo a un récord poco envidiable, cuatro elecciones generales en algo menos de cuatro años, después de que los principales partidos pusieran de manifiesto su incapacidad para ponerse de acuerdo en un escenario tan fragmentado como el actual. Todos se echaron la culpa, pero el principal señalado como supuesto responsable fue el presidente del Gobierno en funciones y ganador de los comicios, Pedro Sánchez, encargado de forjar una mayoría que le permitiese ser investido. Él, en cambio, ofreció un diagnóstico muy distinto. "Lo he intentado todo y ha sido imposible", señaló tras su audiencia con el Rey en la Zarzuela, por donde habían pasado antes el resto de líderes políticos.

Sánchez tenía dos caminos para intentar su reelección, pero desechó ambos. La primera, con Podemos y los grupos nacionalistas, porque implicaba aceptar la coalición que exigía Pablo Iglesias, una fórmula que se exploró en el debate de investidura de finales de julio y fue rechazada por el Congreso al considerar los morados que las atribuciones que los socialistas estaban dispuestos a conceder, una vicepresidencia y tres ministerios, eran insuficientes. Los colaboradores de Sánchez insisten desde entonces en que el gobierno conjunto resulta "inviable".

La segunda pasaba por explorar la abstención de Cs, ofrecida por Albert Rivera en un sorprendente giro el pasado lunes, y la mucho más difícil del PP. Pero para eso Sánchez debía, entre otras cosas, ceder a la derecha el Ejecutivo de Navarra y comprometerse a estudiar la aplicación del 155 en Catalunya, pasos que el líder del PSOE no estaba dispuesto a dar.

Así que el complejo proceso que comenzó tras las  generales del pasado 28 de abril, marcado por los recelos entre Sánchez e Iglesias y las largas semanas, incluso meses, sin ninguna negociación, acabó aquí. Habrá elecciones el 10 de noviembre.   

La precampaña

La comparecencia del presidente en funciones tuvo el aroma de un acto de precampaña. Sánchez llamó a los españoles a que "hablen más claro" esta vez para que se pueda formar un "gobierno progresista, fuerte y moderado" que "no dependa de las fuerzas independentistas". Puso el foco en el PP, Cs y sobre todo en Podemos, partidos que, a su juicio, no han respetado "el resultado" de los comicios. El presidente acusó a conservadores y liberales de "desentenderse de la estabilidad de nuestro país". A los morados, de haber "malogrado la formación de un gobierno progresista", al igual que hicieron en el 2016.

Aunque la repetición electoral estaba escrita desde hacía tiempo, probablemente desde el desencanto de la investidura fallida de julio, los partidos hicieron maniobras de última hora, para exhibir un último esfuerzo negociador en el vértigo de la recta final. Todo fue en vano, quizá porque todos sabían que, en el fondo, solo eran fuegos de artificio para inaugurar la precampaña sin aparecer como el culpable del 10-N.

Los contactos

A primera hora, Sánchez anunció su propia ronda de contactos y llamó a Iglesias, Rivera y Casado antes de que acudiesen a la audiencia con el Rey, de forma que obtuvo lo que, algo después, trasladaron a Felipe VI. Contactó primero con Iglesias, que le respondió lo esperable: no entregaría gratis la investidura, pensaba abstenerse otra vez si había un nuevo intento de reelección (no lo habrá) y, en el remoto caso de que PSOE y Cs alcanzasen un pacto (no lo hicieron), estudiaría el sentido de su voto, sugiriendo que sería negativo.

A continuación, el jefe del Ejecutivo llamó a Casado. El presidente del PP le confirmó que los conservadores votarían en contra si se celebrase un pleno de investidura. No respaldaba la abstención compartida con Cs, algo que según Casado tampoco buscaba Sánchez. "Lo que quería desde el principio eran elecciones", concluyó el líder del PP.

Finalmente, Sánchez habló con el líder de los liberales, también sin éxito. A primera hora, Rivera le había pedido una reunión urgente, a pesar de que en las dos ocasiones anteriores en que el presidente le llamó para un encuentro el líder de Cs había rehusado asistir. Sánchez le respondió con una misiva en la que le pedía la abstención gratis. "Es una tomadura de pelo", dijo Rivera. "Él es la única persona que está bloqueando la situación. Parece que quiere elecciones", insistió, al igual que Casado.  

La evidente tensión entre Sánchez y Rivera ponía en cuestión uno de los principales argumentos sostenidos por Iglesias: que el PSOE ve con mejores ojos entenderse con Cs. "Sánchez prefiere a Rivera como socio", dijo Iglesias tras ver al Rey, porque "la tendencia natural del PSOE es ponerse de acuerdo con Cs".

Está por ver. La tesis no se podrá comprobar hasta después del 10-N, cuando los españoles vuelvan a posicionarse sobre los mismos líderes políticos que no han sabido ponerse de acuerdo esta vez.