¿Insurrección de terciopelo?
El soberanismo quiere desobedecer un poco al Constitucional, sin romper todavía, al mismo tiempo que negocia en Madrid favores y oxígeno financiero
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
La frágil mayoría independentista del Parlament, presa de sus prisas y contradicciones, se apresura a pisar otra línea roja en esa gincana en que se ha convertido el llamado proceso de desconexión.
Para burlar la vigilancia que el Tribunal Constitucional ejerce sobre el plan de desobediencia del 9-N, el soberanismo privó a la comisión del proceso constituyente de toda potestad legislativa. Sin sumar a su empresa ni siquiera a la voluntarista Catalunya Sí Que Es Pot, Junts pel Sí y la CUP se han tomado seis meses para escribir unos folios sobre los preparativos del Estado propio.
Llegada la hora de la verdad, aquella en que la desobediencia ya no es una mera proclama sino una realidad con consecuencias legales, la mesa del Parlament se ha abstenido de elevar al pleno las conclusiones de la comisión, apercibida como estaba por el Constitucional de los peligros que arrostraban sus miembros y funcionarios.
El independentismo busca en los recovecos del reglamento fórmulas imaginativas para poder votar el documento minimizando los daños, para romper la legalidad española pero solo un poquito, lo mínimo indispensable. ¿Indispensable para qué? Pues para mantener viva la llama, fingiendo ante el auditorio que la secesión está cada día más cerca, y entretanto recomponer la mayoría quebrada por el plantón presupuestario de la CUP, y que solo la cuestión de confianza anunciada por Carles Puigdemont podría suturar… al menos temporalmente.
Lo de menos es que el documento constituyente, un ‘desiderátum’ sin fuerza normativa, llegue o no al pleno, pues en manos del Constitucional durará menos que una legislatura española. Lo relevante es si la locomotora soberanista acelera hacia el choque de trenes, como ansía la CUP, o se limita a gesticular cara a la galería mientras de tapadillo los convergentes intercambian favores con el PP en el Congreso y consejeros republicanos obtienen del Gobierno oxígeno financiero.
Ensayo unilateral
Votar un texto inocuo para enojar al Constitucional podría entenderse como un ensayo de unilateralidad, a ver qué pasa. Pero mejor no llamarse a engaño: las insurrecciones de terciopelo no existen.
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