Gente corriente
«Cada día abro la ventana para oír los pájaros»
Aprendiz en el mundo del sonido. Es sorda y gracias a un implante logró oír la voz de sus hijos a los 38 años.
Ilustradora como su tía, Roser Cap-devila (Les tres bessones), decidió someterse a un implante coclear hace tres años. Este es un fragmento de su diario: «Hemos ido a la playa con toda la familia Capdevila. Antes de poner los pies en el agua he estado observando las olas y... ¡las oigo! Los sonidos del mar vienen y se van con las olas. ¡Es impresionante! Toda mi vida solo veía las olas y nunca imaginé que las acompañara un sonido».
-¿Por qué escribir un diario?
-Lo necesitaba. Operarme era un paso muy importante y no sabía si acabaría bien o mal. Toda la vida en silencio y de golpe, a los 38 años, poder oír... Ahora abro la ventana del patio cada mañana para escuchar el canto de los pájaros.
-¿Antes no oía nada de nada?
-Soy sorda profunda desde que nací. Llevaba audífonos pero oía muy poco. No oía las voces, sino golpes muy fuertes y no identificaba ningún sonido.
-Es madre de cuatro hijos de entre 5 y 12 años. A ellos tampoco los oía.
-Podía estar tranquilamente trabajando en el ordenador y ellos lloraban o se peleaban y yo no me enteraba de nada.
-¿Qué sintió cuando oyó las voces de sus hijos por primera vez?
-Fue una de las razones que me llevaron a operarme y fue muy emotivo. Ahora se pasan el día llamándome y haciendo ruidos, pero tengo una ventaja: si me molestan mucho, desconecto el aparato y en paz.
-¿Y este aparato lo puede desconectar y conectar cuando quiera?
-Sí. Mire, ahora me lo saco y no oigo nada. [El aparato es como un audífono, más grande y pesado, conectado con un imán a un receptor implantado en el oído que transforma las señales acústicas en impulsos eléctricos que estimulan el nervio auditivo y envían la señal al cerebro]. Solo lo desconecto cuando me baño o cuando me voy a dormir. Aunque ya puedo oír el despertador, me gusta que mi marido me siga despertando cada mañana con un beso.
-¿Cómo fue el proceso de pasar del mundo del silencio al del ruido?
-Lento. Al cabo de dos o tres meses de operarme estaba un poco desanimada porque no oía nada, solo sentía cosquillas en el cerebro. ¡Nadie me había dicho cómo iba a oír y resulta que aquellas cosquillas eran sonidos y ruidos! Con el tiempo, he ido identificando los ruidos y ya no siento esas cosquillas.
-Es como aprender a escuchar desde cero, pero a los 38 años.
-Es una lucha diaria. Mi cerebro está oxidado y no reconoce los ruidos. Por ejemplo, puedo oír el timbre de la puerta pero no sé qué es. Y así con miles de sonidos, que tengo que ir aprendiendo a asociar poco a poco. Empecé con las vocales, luego algunas palabras y después de tres años empiezo a identificar frases largas. Jamás pensé que llegaría tan lejos. He tenido la suerte de contar con la ayuda de la logopeda de mi hijo, Cristina Ulloa, mi gran amiga, que falleció hace poco y a la que me gustaría dedicar esta entrevista.
-Su hijo Marcel es sordo profundo, como usted.
-Sí, pero la manera de trabajar con los sordos ha cambiado, todo es más natural, más fácil, y la tecnología ha avanzado mucho. Mi hijo lleva audífonos digitales y habla y escucha muy bien.
-¿Todos los sordos pueden hablar?
-Dentro de la sordera hay dos mundos muy diferentes: el de las personas que hablan la lengua de signos, porque quieren, porque es su cultura, y el de los que hablamos. A día de hoy, todos los sordos profundos pueden hablar, si quieren, pero tienen que enseñarte a hablar y a escuchar. A mí me enseñaron a hablar, pero no a escuchar. Yo he empezado a escuchar a los 38 años.
-Ni usted ni su hijo han aprendido la lengua de signos.
-No. En mi caso, mis padres querían que yo hablara, que fuera autónoma. Fui a una escuela especial de sordos hasta los 6 años, pero después fui una de las primeras personas sordas que entraron en una escuela normal. Allí me espabilé mucho. Leía los labios y aprendí a hablar como los oyentes. Por eso ahora puedo estar aquí hablando con usted.
-No hace falta preguntarle de dónde le viene su habilidad para dibujar.
-En la escuela me aburría y no paraba de dibujar. Mi tía [Roser Capdevila] se dio cuenta de esa habilidad y me llevó a trabajar con ella. Me enseñó no solo a dibujar, sino también a hablar. Me contaba cuentos y al mismo tiempo los dibujaba. Y yo la miraba y la miraba. Me hablaba mucho y si yo no conocía una palabra me la explicaba. Ella ha sido como una segunda madre para mí.
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