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Europa se la juega

La UE es la masa crítica necesaria para mantener, de puertas adentro, el modelo social de referencia y para asegurar, de puertas afuera, la paz y la seguridad

El Parlamento Europeo se convierte en escenario de los debates televisados de las elecciones europeas de 2024

El Parlamento Europeo se convierte en escenario de los debates televisados de las elecciones europeas de 2024 / DPA/ PHILIPPE STIRNWEISS

«Nunca tantas personas habían tenido tantas oportunidades vitales». La frase la dejó escrita el politólogo angloalemán Ralf Dahrendorf para definir el resultado de la construcción europea: el mayor espacio de libertad, progreso económico y bienestar social alumbrado en la historia por sus padres fundadores cuando aún estaban abiertas las heridas provocadas por la Segunda Guerra Mundial. Ahora es precisamente la continuidad de este modelo de Europa, resultado del consenso fundacional entre democristianos y socialdemócratas, aquello que está en juego en las elecciones al Parlamento Europeo del 9 de junio.

Unos 359 millones de ciudadanos están llamados a las urnas para elegir a 720 eurodiputados (61 de ellos españoles) en unos comicios sistémicos en los que están en riesgo los valores de la Unión Europea (UE), su paz y seguridad, su crecimiento económico y su modelo social, con dos guerras abiertas, una en su frontera con Ucrania, y otra en Gaza, a orillas del Mediterráneo. En este contexto, el abstencionismo crónico –en la anterior cita de 2019 la participación superó por primera vez el 50%– puede reflejar la desafección de la ciudadanía, pero también su desconocimiento de lo que está realmente en juego.

Sí, Europa se la juega. También se la juegan sus 450 millones de ciudadanos. La UE es la masa crítica necesaria no solo para mantener, de puertas adentro, el modelo social de referencia, sino también para asegurar, de puertas afuera, la paz y la seguridad en un contexto mundial cambiante: el interrogante de las elecciones norteamericanas, el desequilibrio frente a China y la amenaza de la Rusia de Putin. El Brexit es un ejemplo de las consecuencias socioeconómicas y del aislamiento geoestratégico que representa una salida abrupta de la UE.

Desde esta óptica, como explicó Jaume Duch, director de comunicación del Parlamento Europeo en un encuentro con este diario, «los euroescépticos ya no amenazan con irse». Han decidido quedarse para cambiar la UE desde dentro y para convertirla en una especie de confederación de Estados soberanos, un área de libre comercio, pero sin pilares comunes: los valores democráticos, el Estado de bienestar, el pluralismo político y la democracia liberal. Este es, en síntesis, el acervo comunitario que pone en riesgo el auge de las extremas derechas, tanto si son atlantistas como rusófilas, articuladas en dos grupos que pueden desplazar a los liberales como tercera fuerza de la Eurocámara: Identidad y Democracia (ID), liderada por Marine Le Pen y Matteo Salvini que acaba de romper amarras con Alternativa para Alemania (AfD), y Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), de la italiana Giorgia Meloni, los polacos de Ley y Justicia y Vox. Los populares (PPE), que hasta ahora los mantenían fuera de su ecuación de pactos, han abierto la puerta a una alianza con Meloni.

En España, entre tanto, el debate europeo se ve ensordecido por la polarización política. Es el caso paradigmático de la polémica con el presidente argentino Javier Milei. Más allá de sus exabruptos, el factor sustancial debería ser su posición programática: «la justicia social es aberrante» y «los impuestos son un robo». En España y en la UE, la justicia social es un pilar básico de sus fundamentos y la progresividad fiscal el sistema para asegurarlo. Esto es también lo que está en juego.