Dos miradas

Hacer una cosa

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Son escalofriantes las declaraciones de Joan Vila en el juzgado de Olot. Material para una novela que, en manos de según quién, sería un relato sórdido. También podrían ser la base de una historia en la que se mezclan patologías psiquiátricas, mentalidades enfermizas, el alcohol, el Red Bull y la televisión. A preguntas de su abogado, el asesino confeso de 11 ancianos de La Caritat dice que se veía a él mismo como un personaje de dibujos animados, de aquellos en los que «una persona sale de otra y hace algo». Es una definición gráfica y simple de las acciones que llevó a cabo Vila, una actitud que los médicos seguramente calificarán como bipolar. Dice, también, que no pensaba lo que hacía y que solo tomaba la decisión momentos antes de ejecutarla, empujado por un exceso de excitantes y por una vaga idea de procurar bienestar a todos los que sufrían. En esta misma locura criminal, Vila no sabe explicar por qué cambió de método (de las pastillas o la inyección de insulina a la lejía y los abrasivos). Simplemente era como un dibujo animado que deja de ser quien es para pasar a ser otro.

No lo estoy justificando, por supuesto. Me acerco con estupefacción al ángel de la muerte de la Garrotxa y trato de entender cómo se traduce el afecto extremo que dice que tenía hacia las víctimas con su intervención (así la describe el juez) decisiva y fatal. Y cómo se llega hasta aquí. ¿Cómo se llega?