Dos autores clásicos

Una 'gavina' radical

Cuerpo a cuerpo 8Biel Duran y Alba Sanmartí, en una escena del montaje que llega a La Villarroel.

Cuerpo a cuerpo 8Biel Duran y Alba Sanmartí, en una escena del montaje que llega a La Villarroel.

JOSÉ CARLOS SORRIBES
BARCELONA

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Chéjov es, con Shakespeare cómo no, uno de los dramaturgos más visitados y revisados. Sin ir más lejos, el dramaturgo argentino Daniel Veronese ha firmado exitosas reconstrucciones de Tío Vania y Tres hermanas. De ellas fue atento espectador David Selvas, que se suma a esta moda en la que es la tercera dirección de un actor que ha labrado su prestigio tanto desde el rigor de la escena como desde el culebrón televisivo. Pero en su incipiente labor de director, Selvas ha optado por la vía más osada. Por ahí se movieron True West y Pasolini: who is p?, las obras pequeñas que antecedieron a La gavina, su salto al gran formato con un elenco de 10 intérpretes, que presenta en La Villarroel dentro del Grec 2010, después de su estreno en Reus.

Selvas no se aproxima a una de las piezas emblemáticas del autor ruso bajo la pauta original. Lo hace desde la reciente versión del dramaturgo inglés Martin Crimp, más corta y con una lectura contemporánea de las relaciones entre los personajes, de las que extrae su esencia y crueldad. Si Crimp sitúa la acción en los años 40, Selvas la arrastra hasta hoy, aunque mantiene el entorno y los nombres.

Ayuda de Albet y Borràs

Moscú es la ciudad donde habitan Kostia (Biel Duran), un joven autor, y su madre, la reconocida actriz Irina Arkadina (Rosa Renom). «Kostia es un creador que podría, por ejemplo, preparar una obra para el Radicals Lliure», comenta Selvas. «Y su madre es una gran dama del teatro que podría trabajar en el TNC y que haría giras de éxito por Catalunya», añade.

Lo del Radicals no se queda en el terreno metafórico. Selvas pidió a dos de los protagonistas habituales del ciclo del Lliure, Nao Albet y Marcel Borràs, que le ayudaran a elaborar el espectáculo de Kostia. «Son tres acciones; una pequeña gamberrada», explica. Responden también al punto de vista «irreverente» con que se ha enfrentado al reto de hacer un chéjov, respetando la esencia pero bastante menos las formas. «Quiere ser un espectáculo supervital, con energía, compromiso y emoción. Intentamos que, como pasa en el cine, haya identificación con los personajes. Un poco como nos han enseñado los argentinos», sentencia Selvas.

Símbolo del mal gratuito

La amplitud de miras de su propuesta se concreta también en el cambio de algunos personajes para acercarlos a nuestro tiempo, como el que interpreta Manel Sans, un anciano de 90 años en el original y aquí un funcionario de 40. Pero La gavina será siempre reconocible, dice Selvas, con ese animal como símbolo del mal gratuito, y con ese hijo no amado por una madre, que a su vez se ve abandonada por su amante, Trigorin (Josep Julien).

En definitiva, pasajes de la vida de seres humanos marcados por «su falta de futuro, por sus deseos incumplidos», explica Sans. «Que no encuentran su sitio, que viven desenfocados en un mundo que cambia», dice Renom. «Personajes que viven atrapados por la utopía de la felicidad», subraya Duran.

Esos personajes habitan una casa-garaje que tiene en la cocina su epicentro dentro de una escenografía «nada realista», dice el director. Tampoco falta la vegetación que remite al lago omnipresente de La gavina. Una obra escrita hace más de cien años, pero que parece hablar «de cosas de hace poco más de cien días», puntualiza Selvas.