Solos en los territorios palestinos

La soledad de los activistas israelís anti-ocupación

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Guy Hirschfeld, uno de los activistas israelís anti-ocupación.

Guy Hirschfeld, uno de los activistas israelís anti-ocupación. / Andrea López-Tomàs

Andrea López-Tomàs

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En el vasto y árido paisaje del valle del Jordán, una furgoneta negra con los vidrios tintados se abre paso. Se mueve con premura, levantando un inacabable deje de polvo tras de sí. Trata de seguir la ruta habitual, pero ya nada es habitual en esta disputada tierra. La velocidad del vehículo transmite la peligrosidad del trayecto. Sus pasajeros saben que no son del todo bienvenidos por quienes controlan estas carreteras. Por eso, los colonos radicales, nuevos amos y señores de los territorios que han usado históricamente los palestinos para pastar sus rebaños, les bloquean el paso. “Nos ven como traidores”, señala Daphne Banai. Ella, junto al resto de viajeros en la furgoneta negra, son israelís. Dedican su vida y su tiempo al activismo contra la ocupación militar de Cisjordania sostenida por su gobierno y sus impuestos. Desde el pasado 7 de octubre, han redoblado sus esfuerzos.

“Ahora, acompañamos a los pastores palestinos las 24 horas del día siete días a la semana, algunos de nosotros duermen en sus comunidades para que puedan dormir y vivir”, denuncia esta activista de Machsom Watch, sin sacudirse el polvo de las botas. Esta organización, creada en el 2001, incluye a “mujeres de todos los ámbitos de la sociedad israelí” que se unieron para poner fin a la ocupación a través de la documentación de los abusos y el acompañamiento de palestinos. “No somos suficientes”, dice Banai a EL PERIÓDICO. En su viraje a la derecha, la población de Israel vive cada vez más alejada del conflicto y, por ende, de la sociedad palestina, castigada a diario de forma sistemática. Durante las protestas por la reforma judicial, incluso manifestantes de izquierda ignoraban los reclamos de esta minoría de activistas que buscaban denunciar la terrible ocupación como parte de aquel movimiento social sin precedentes. 

'Las vidas palestinas importan'

Pese al rechazo y la edad –todos comparten pelo canoso, bien entrado en la sesentena–, Banai y sus colegas siguen volcados en la causa. “Nos sentimos solos, porque somos una minoría”, reconoce Guy Hirschfeld, tras fundirse en un abrazo con un pastor palestino que aún se atreve a sacar a pastar a sus vacas pese a que los colonos han cerrado el manantial de agua de donde solían beber. “Pero es cosa de unas pocas semanas o meses, antes de que el público israelí, con nuestra ayuda, empiece a hablar más de la ocupación y la supremacía judía”, explica convencido a este diario. Vestido con una camiseta con las palabras ‘Las vidas palestinas importan’, el representante de la organización ‘Mira a la ocupación a los ojos’ se muestra optimista. “Tratamos de despertar a los israelís para que vean lo que ocurre aquí, aunque la mayoría no quieren verlo, quieren democracia pero democracia y ocupación a la vez es imposible y ellos lo saben”, dice. 

“En las protestas contra la reforma judicial, había más personas que se unían a nosotros”, rememora Banai, de aquel movimiento que el 7 de octubre paralizó por completo. Aunque han vuelto las manifestaciones en contra del primer ministro, Binyamín Netanyahu, la palabra ocupación está ausente. “Entonces, más personas querían escuchar cosas sobre la ocupación, les sabía mal haber sido negligentes, ignorantes en ese asunto, y se querían unir a nosotros, pero me molesta porque entonces decían que se sentían mal y hoy siguen sin hacer nada mientras todo va a peor”, reconoce. De aquella organización que llegó a reunir a 500 mujeres israelís, ya casi no queda nada. Se han hecho mayores y ya no pueden acompañar a los pastores. “La mayoría de nuestros miembros han muerto y yo soy de la juventud, sin ser joven”, cuenta esta mujer. Se siente joven sin reparar en que tiene 73 años.  

Guy en la furgoneta. La soledad de los activistas israelís anti-ocupación.

Guy en la furgoneta. La soledad de los activistas israelís anti-ocupación. / Andrea López-Tomàs

Vestigios de otra generación

Banai o Hirschfeld son los vestigios de una generación israelí que soñaba con la paz. Tanto que incluso trabajaba por ella. Ahora, la mayoría de ciudadanos en Israel, ayudados por un muro durante los últimos 20 años, viven literalmente de espaldas a su pueblo vecino, ese mismo que, con sus impuestos y su complicidad silenciosa, ayudan a oprimir. La mínima solidaridad que existía antes del 7 de octubre se esfumó ese día. “Cuando le cuento a la gente de mi alrededor lo que está pasando aquí, me miran con una cara como cuestionándome cómo soy capaz de ayudar a los palestinos en este momento después de todo lo que ocurrió en el sur”, lamenta Banai. “¿Queréis llevar a los palestinos a tal extremo de nuevo? Hay menos empatía ahora, por lo que es muy difícil llamar la atención de la gente”, añade.

Pero, ya sea en el valle del Jordán o en cualquier otro rincón de la Cisjordania ocupada, la situación nunca ha sido peor. Los colonos actúan con una impunidad incontrolable, expulsando a palestinos de sus tierras y matando a quienes se resisten. En los últimos dos meses, más de 250 palestinos han sido asesinados por la violencia de estos grupos radicales o del Ejército israelí. Antes, estos activistas israelís podían ofrecer cierta protección de la que los palestinos nunca han gozado, pero ahora eso se ha acabado. “Si llamo a la policía no van a venir, se han vuelto muy hostiles, y nos acusan de estar ayudando a Hamás, cuando lo único que hacemos es ayudar a los palestinos”, afirma Banai, después de relatar algunos episodios donde ha auxiliado a escapar de la muerte a miembros de estas comunidades beduinas aisladas

Daphne y Guy hablan con un pastor palestino. La soledad de los activistas israelís anti-ocupación.

Daphne y Guy hablan con un pastor palestino. La soledad de los activistas israelís anti-ocupación. / Andrea López-Tomàs

"Un Estado demente"

Ni las instituciones ni sus fuerzas de seguridad ni sus tribunales les amparan. Como parte de su activismo, han llevado casos de desposesión hasta la Corte Suprema que han sido ignorados. “Cada vez es más grave y las autoridades han empezado a perseguir a activistas por los derechos humanos tanto en Tel Aviv como en Jerusalén, con niveles de violencia que no habíamos recibido antes”, denuncia Danny, también activista de ‘Mirando a la ocupación a los ojos'. “Estamos en una situación horrible y se ha agravado toda esta cuestión de los derechos civiles y los tribunales israelíes ya no protegen ni a palestinos ni a israelís cuando se cometen estas violaciones”, explica el politólogo desde dentro de la furgoneta, frente a una zona ya completamente vaciada de palestinos. La agresividad de los colonos del área impide que los activistas bajen del vehículo.

“Israel se ha convertido en un Estado demente, porque actúa en contra de sus intereses”, explica Danny. Todos ellos, en sus discursos, intentan alejarse del gentilicio que tienen en común. No lo dicen en voz alta, pero el sentimiento de vergüenza se entremezcla con el dolor de verse vinculados a las acciones de su gobierno. “Ojalá durante los siguientes meses cambien las cosas, porque si no, si ellos ganan, es el fin del Estado de Israel y nosotros deberíamos apresurarnos a huir de aquí”, concluye Hirschfeld. Desde esa furgoneta negra, cada vez pueden acceder a menos lugares y el sonido de sus neumáticos sobre el asfalto despierta el temor de la población autóctona a la que buscan proteger, temerosa de ser víctima del enésimo episodio de violencia de las últimas semanas. Impotentes ante la ausencia de empatía entre los suyos, les entregan lo único que les queda –sus cuerpos, su compañía– con el anhelo de que mañana los demás despierten y se suban a la furgoneta.

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