Triste aniversario

Dos décadas del “muro del apartheid” en Palestina

Con más de 600 kilómetros construidos, la muralla diseñada por las autoridades israelís priva a los palestinos del 10% de su territorio y fuerza a los agricultores a estar sometidos a la merced de los militares hebreos

El  muro de separación israelí, en las afueras de Jerusalén.

El muro de separación israelí, en las afueras de Jerusalén. / EFE

Andrea López-Tomàs

Andrea López-Tomàs

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Las capas de polvo superpuestas indican que hace años que la vida ya no pasa por esa carretera de Belén. Los locales a pie de asfalto están abandonados. Algunos tienen los cristales rotos. Casi nadie se acerca a esa vía que alguna vez fue clave para las conexiones en todos los territorios palestinos ocupados. La nota de color en ese paisaje desamparado son las decenas de pintadas que cubren el gris del muro que se extiende hasta ocho metros hacia el cielo. Los israelís lo llaman el “muro de seguridad”, pero los palestinos y las organizaciones humanitarias lo describen como el “muro de la anexión” o hasta el “muro del apartheid”. Hace 20 años que los israelís colocaron la primera piedra. Dos décadas después, el hormigón sigue aislando a los palestinos, ya olvidados por el mundo.

Durante la Segunda Intifada (2000 - 2005), las decenas de ataques suicidas contra israelís por parte de palestinos motivaron a las autoridades del Estado hebreo a instalar esta valla. Tras dos décadas de construcción, el muro cubre unos 600 de los 720 kilómetros proyectados. En algunos tramos, se eleva el hormigón hasta los 10 metros, coronado por alambre de espinos. En otras zonas, aún se mantiene la reja electrificada inicial. “Cuando se construyó, se suponía que iba a ser una solución militar temporal, pero todos sabemos que esto no será así”, explica Kathryn Ravey, investigadora de derechos humanos de la organización palestina Al-Haq.

“El muro se ha convertido en una gran parte de esta anexión de los territorios palestinos y una forma efectiva de controlar a los palestinos”, añade Ravey para EL PERIÓDICO. “No se trata de la construcción física del muro, sino también de la política y el marco legal que lo acompañó”, explica la investigadora. En el 2002, cuando se empezó a construir la valla, la vida cambió por completo para los casi tres millones de palestinos que viven en la Cisjordania ocupada, incluidos los 350.000 de Jerusalén Este. Para estos, la situación es más crítica ya que el muro, considerado ilegal por las Naciones Unidas (ONU), mutila algunos de los barrios palestinos de la ciudad santa.

Pérdidas económicas

Además, la serpenteante muralla se adentra en la Cisjordania ocupada, recortando casi el 10% de su territorio. “Israel busca rodear los asentamientos israelíes en los territorios ocupados y las tierras destinadas a la expansión de los asentamientos”, explica Jessica Montell, directora de la organización israelí HaMoked que defiende los derechos de los palestinos bajo ocupación israelí. “Para los habitantes de estos asentamientos, tienen la sensación de estar en Israel porque no tienen que cruzar puestos de control para moverse por territorio israelí”, añade Montell. Cuando las autoridades hebreas diseñaron el muro, no lo situaron a lo largo de la Línea Verde ni en su propio territorio, sino que lo idearon de forma que maximizara sus beneficios de expansión colonial.

Esto ha provocado graves pérdidas de terrenos agrícolas para familias cuya economía dependía de ellos. Hoy, solo una minoría de los agricultores reciben permisos para cruzar el muro y conrear sus tierras. Según HaMoked, en el 2020, los militares rechazaron el 73% de las solicitudes de los granjeros, el 1% de las cuales lo fue por motivos de “seguridad”. La mayoría se deben a las dificultades impuestas por el laberinto de la burocracia militar. “Estas familias históricamente conectadas con la tierra son forzadas a adaptarse a unos criterios externos impuestos por el Ejército israelí”, denuncia Montell a este diario.

"Mercado cautivo"

Tras de sí, los palestinos se ven obligados a abandonar sus tierras y buscar nuevas formas de ingresos. De esta forma, Israel se asegura más territorios para la expansión de sus asentamientos. A su vez, a medida que el muro crecía, las autoridades hebreas arrasaban con los recursos naturales de la tierra palestina. “La economía palestina es esencialmente un mercado cautivo”, apunta Ravey. “Es víctima de la anexión de sus recursos naturales”, entre muchas otras sacrificadas, añade. Por ejemplo, durante la construcción de la muralla, unos 70 pozos palestinos fueron destruídos y las tropas israelís ocuparon algunas estaciones de bombeo.

Por su parte, el muro obstaculiza las perspectivas de un futuro Estado palestino. Hay unos 620.000 colonos israelís viviendo en asentamientos ilegales en territorio palestino. Estos ciudadanos cuentan con completa libertad para moverse hasta Israel, sin necesidad de esperar largas horas en los puestos de control. “En el 2008, nosotros ya hablamos de apartheid: los judíos pueden entrar libremente pero los palestinos que son los más conectados con su tierra tienen que pasar por todo este proceso que es tan hostil para conseguir un permiso”, describe Montell. “Desde entonces ha habido mucha más gente hablando de apartheid, este muro sigue siendo un ejemplo muy concreto de la separación y discriminación por motivos étnicos nacionales”, añade.

Promesas olvidadas

Desde el otro lado de la barrera, los palestinos aún recuerdan las promesas de hace 20 años. Los países occidentales se comprometieron a exigirle a Israel que detuviera la construcción del muro y lo desmantelara. “El muro ha desaparecido por completo del radar internacional”, lamenta la directora de HaMoked. Mientras, miles de palestinos son privados de su tiempo y de sus derechos e, incluso de su salud, en las decenas de checkpoints y puertas instaladas en el muro. “Son usadas para imponerles castigos colectivos y eso restringe su libertad de movimiento, que va en contra de muchas leyes internacionales, impidiéndoles acceder a ciertos tratamientos médicos”, apunta Ravey.

En esa carretera polvorienta de Belén, aquellos turistas más intrépidos se acercan a visitar el lienzo cambiante en que se ha convertido el muro. “Coge uno”, se lee en una pintada sobre una torre de vigilancia. En el mismo papel, el artista ofrece las opciones ‘libertad de movimiento’, ‘agua’ o ‘igualdad’. Bajo una escalera hacia el cielo, dos soldados israelís sin nada que hacer observan a los paseantes. Son ellos los guardianes del cielo, y de la nada. Mientras, los palestinos tratan de sujetarse los unos a los otros. “Históricamente se han enfrentado a barrera tras barrera tras barrera y tienen lazos muy fuertes entre sí”, concluye Ravey.

Suscríbete para seguir leyendo