Desposesión de tierras

La resistencia de los beduinos palestinos en el valle del Jordán: una lucha contra armas y excavadoras

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Un pastor beduino del valle del Jordán camina con su burro por delante de sus vacas.

Un pastor beduino del valle del Jordán camina con su burro por delante de sus vacas. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

Andrea López-Tomàs

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"Si no existiera la ocupación, aquí habría una hermosa ciudad palestina", fantasea el activista Ayman Griab. Pero, en vez de calles, edificios y fuentes, hay una tierra yerma sobre la que se erigen casas compuestas de palos y lonas de plástico. Las comunidades palestinas del valle del Jordán, antes custodiadoras de un fértil e impresionante paisaje, ahora son condenadas a vivir en una endeble cárcel. Amenazadas por la creciente violencia de los colonos radicales que las rodean en asentamientos y puestos de avanzada ilegales, ya no salen de sus tierras. Sus rebaños pastan entre sus tiendas y aquellos beduinos nacidos sobre este antes verde suelo ahora vuelven a casa con las manos vacías de alimentos. Las cicatrices en el rostro de Griab, oriundo de la aldea bíblica palestina de Tubas, trazan el camino de una resistencia centenaria. Su piel, del mismo color del suelo, se hermana con la tierra.

En estas comunidades beduinas esparcidas a lo largo y ancho del valle del Jordán, se respira temor. Desde que empezó la guerra el pasado 7 de octubre, sus disputadas tierras se han convertido en un nuevo escenario de las batallas del Estado de Israel. Los colonos tienen armas y el cobijo de soldados y policías. Los palestinos cuentan con sus cuerpos, sus voces. Aunque no todos. Muchos se han visto forzados a abandonar sus tierras. Meses, años de hostigamiento, amenazas y humillaciones por parte de colonos radicales les han obligado a marcharse. Maderas chamuscadas, cunas vacías y ropa aún tendida son las únicas pruebas que quedan de décadas de presencia en esas tierras, donde generaciones enteras han pastado sus rebaños. A ambos lados de una impoluta carretera construida para la población ocupante, yacen las ruinas despojadas con olor a orina. 

100.000 palestinos entre 10.000 colonos

Hace semanas que la vida ya compleja de la beduina Alia Mlihat se ha endurecido. "Ya no podemos cruzar al otro lado de la carretera, donde solíamos ir a pastar", cuenta esta joven de 29 años desde la aldea de Marajat, al sur del valle del Jordán, donde viven unas 300 personas que componen 30 familias. "Últimamente, los colonos han empezado a invadir el barrio por la noche y también se han intentado llevar algunos de nuestros animales", explica a este diario, a orillas de esa carretera que ya no osan atravesar. "Durante las últimas semanas, tenemos miedo de dormir libremente, porque no sabemos quién puede entrar en nuestras casas por la noche", confiesa, volviendo a episodios que ya la han marcado. "Desde que empezó la guerra, cada vez hay más gente que está considerando la posibilidad de dejar sus casas si las cosas empeoran", constata esta descendiente de refugiados del Negev de 1948.

Después de la Guerra de los Seis Días en 1967 y la posterior ocupación militar de Cisjordania, el valle del Jordán era considerada una barrera física para impedir a los países vecinos llegar hasta Tel Aviv. Los primeros asentamientos fueron establecidos por el Partido Laborista y había cierta calma entre ocupados y ocupantes. Pero en 2016, se construyeron nuevas colonias en las que viven algunos de los colonos más radicales. Desde entonces, no ha habido paz en las 160.000 hectáreas que componen el valle del Jordán y el norte del mar Muerto y que suponen un 30% del total de la Cisjordania ocupada. Unos 100.000 palestinos oriundos del valle son forzados a resistir ante los 10.000 colonos, que, con la ayuda del Estado y su creación de reservas naturales valladas, les están arrebatando tierras que son suyas. 

30 años de Oslo

"Este no es un problema que empezó el 7 de octubre", denuncia Aref Daraghmeh, investigador de campo en la zona para la organización israelí B’Tselem. "Todo el valle del Jordán está cerrado alrededor de los palestinos y la población no puede acceder a sus puestos de trabajo", explica a EL PERIÓDICO. En los Acuerdos de Oslo, que este año cumplen tres décadas, se designó a casi el 90% de esta región como Área C, el territorio de Cisjordania que permanece bajo pleno control israelí. El 10% restante de la región alberga comunidades palestinas, designadas Área A o B, pero, al estar rodeadas por tierras del Área C, las comunidades están aisladas unas de otras. "La Autoridad Palestina no puede ayudarnos; fueron a Oslo sin saber nada sobre estas tierras", lamenta este activista. 

Ali Abu Mahzi es tan viejo como la tierra que defiende. En un árabe con marcado acento rural, relata décadas de resistencia en Al Farsiyya, al norte del valle, que se han acelerado en las últimas semanas. "Ellos destruyen y yo construyo, ellos destruyen y yo construyo", repite este anciano, mientras muestra una imagen de él aferrado al suelo frente a un bulldozer. "Los colonos lanzan piedras a mis ovejas cuando estamos pastando, porque nos quieren expulsar de nuestra tierra y colocar un puesto de avanzada, pero nosotros tenemos papeles centenarios que confirman que esta tierra nos pertenece", explica a este diario en un discurso encendido por la injusticia. A su lado, las nuevas generaciones encarnadas en Ayman Griab, de 40 años, continúan con su lucha. "Estos últimos días, la juventud palestina está experimentando el castigo impuesto por los colonos, el Ejército y la policía", señala este activista de Tubas.

Un puesto de control israelí en tierras palestinas del valle del Jordán, en la Cisjordania ocupada.

Un puesto de control israelí en tierras palestinas del valle del Jordán, en la Cisjordania ocupada. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

Aisladas y secas

Ya hay grandes llanuras de tierra completamente vacías. Campos que, hace unos años, desbordaban verde ahora están completamente secos. La humillación constante y la amenaza latente de la violencia han apartado a los palestinos y sus rebaños de estas tierras. Algunas comunidades, aisladas entre asentamientos ilegales, han perdido el contacto con el exterior ante el aumento de puestos de control en sus precarios caminos y los bloqueos de carreteras impuestos por los colonos. Grandes extensiones de marrón son declaradas zonas de tiro o bajo control militar, alertando a los pastores de la posibilidad de recibir una bala mientras pastan. Mlihat recuerda una de las más repetidas amenazas: "Haremos con vosotros lo que estamos haciendo en Gaza".

"Vuestro final será el mismo que el de los habitantes de la Franja", rememora esta joven que lleva cuatro años desempleada. Los rostros que han irrumpido en su casa en las últimas semanas ya le eran conocidos. "Desde que empezó la guerra, los colonos han empezado a recibir más armas y uniformes, así que ahora los soldados son miembros de estos asentamientos", dice. Para muchas de estas familias palestinas, solo quedan los restos de una vida en comunidad. Desde que empezó la guerra, cada vez son más. En esta tierra yerma, las comunidades milenarias, hermanadas con la tierra, subsisten gracias a una resistencia tenaz. Ayman Griab es uno con el suelo. "Ojalá la próxima vez que vengas pueda recibirte en el mismo lugar pero con una hermosa ciudad palestina", concluye, entre tiendas y ovejas.

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