Analisis

El movimiento colono en Israel toma las calles y las instituciones

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Marcha masiva de colonos en Eviatar, en Cisjordania, este lunes.

Marcha masiva de colonos en Eviatar, en Cisjordania, este lunes. / ATEF SAFADI / EFE

Andrea López-Tomàs

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En Jerusalén, la población palestina aguanta la respiración. Durante este jueves, miles de judíos ultranacionalistas tomarán sus calles para celebrar la Marcha de la Bandera. Centenares de azuladas estrellas de David ondearán sobre todos los espacios en un recorrido que empieza en los asentamientos ilegales de la zona ocupada de la Ciudad Santa. Son sus residentes, los colonos judíos israelís, quienes ocuparán la urbe y atemorizarán a su ciudadanía. No es la primera vez que lo hacen. Cada año, celebran la reunificación de Jerusalén bajo control israelí al grito de “muerte a los árabes”, avivando las posibilidades de violencia en una región ya de por sí tensa. 

Vienen de todos los rincones del territorio y lo hacen sin apenas problemas gracias al sistema de carreteras diseñadas para su libre movimiento. Los miles de colonos israelís ya viven en cualquier lugar de los territorios ocupados. Tras más de medio siglo de ocupación y años de gobiernos pro-asentamientos, más de 800.000 judíos venidos del extranjero o de territorio soberano israelí se han instalado en 144 colonias repartidas entre Cisjordania y Jerusalén Este. Además, también controlan más de un centenar de puestos de avanzada, algunos de los cuales son ilegales hasta en la ley israelí. Varias de estas centenares de miles de personas se reunirán este jueves en Jerusalén en el enésimo ejercicio de fuerza y racismo de los últimos meses. 

El movimiento de los colonos israelís vive una época dorada. Son más que nunca y cuentan con representación política en las más altas esferas del gobierno. El gobierno más derechista y religioso de la historia de Israel está formado por partidos ultraortodoxos, una facción religiosa ultranacionalista de extrema derecha, líderes de masas entre los colonos, y el Likud del primer ministro Binyamín Netanyahu. Un día antes de tomar posesión el pasado diciembre, el gabinete anunció la máxima prioridad de su mandato: la expansión de las colonias en tierra ocupada. Durante esta legislatura, el Likud quiere “avanzar y desarrollar asentamientos en todas partes de la tierra de Israel: en Galilea, Negev, los Altos del Golán y Judea y Samaria”, los nombres bíblicos para la Cisjordania palestina ocupada.

Impunidad de los colonos

“Nueve asentamientos están bien pero no son suficientes”, celebraba en febrero el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, tras la legalización de nueve puestos de avanzada no autorizados. “Queremos muchos más”, subrayaba. Aliado del movimiento colono, Ben Gvir se presentó a las elecciones con la coalición de Sionismo Religioso de Bezalel Smotrich, el actual ministro de Finanzas y fiel representante de este grupo. Smotrich nació en Haspin, un asentamiento religioso de los Altos del Golán para después crecer en la colonia de Bet El en la Cisjordania ocupada. Actualmente, vive junto a su mujer y sus siete hijos a las afueras del asentamiento de Kedumim, cerca de Nablus. Su casa fue construida ilegalmente fuera de los terrenos del Estado y en violación del plan maestro de asentamientos.

La impunidad de Smotrich es compartida con el resto de colonos. Pese a la creciente violencia hacia los nativos palestinos, ninguno de estos israelís ha sido castigado por atacarlos o, incluso, matarlos ni mucho menos por destrozar sus tierras y sus propiedades. En muchas ocasiones, el Ejército israelí mira impasible los ataques de colonos a palestinos o, incluso, se une a los enfrentamientos. En febrero, Israel se comprometió en conversaciones respaldadas por Estados Unidos de que detendría la construcción de nuevos asentamientos durante cuatro meses. El mismo día, las autoridades hebreas incumplieron esta promesa. Miles de nuevas unidades de viviendas en las colonias de la Cisjordania ocupada han sido anunciadas desde entonces. 

Ilegales según el derecho internacional

Israel ignora así el derecho internacional, ya que la comunidad internacional considera estos asentamientos ilegales. El artículo 49 de la Cuarta Convención de Ginebra, de la que el Estado hebreo es firmante, especifica que “la Potencia ocupante no podrá efectuar la evacuación o el traslado de una parte de la propia población civil al territorio por ella ocupado”. Numerosas resoluciones de la ONU condenan que la construcción y existencia de los asentamientos israelís en Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán son una violación del derecho internacional, incluyendo varias del Consejo de Seguridad. 

Por su parte, las autoridades israelís afirman que el uso temporal de terrenos y edificios para diversos fines parece permisible bajo el argumento de la necesidad militar y que los asentamientos cubrían necesidades de seguridad. Aunque la comunidad internacional no acepta estas justificaciones, tampoco han tomado la iniciativa ni creado ningún mecanismo de monitoreo que limite la expansión colonial. Mientras Occidente se repite en las mismas condenas verbales de hace décadas, Israel continúa construyendo y, ahora, el movimiento colono de estos asentamientos ha llegado con fuerza a las instituciones. Parece que para quedarse.

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