Conflicto en Oriente Próximo

La juventud de los campos de refugiados en la Cisjordania ocupada: "Resistimos por nuestra libertad"

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Habitantes de Nablus participan en el funeral de cinco palestinos muertos durante un ataque israelí, el pasado 18 de noviembre.

Habitantes de Nablus participan en el funeral de cinco palestinos muertos durante un ataque israelí, el pasado 18 de noviembre. / JAMES OATWAY / REUTERS

Andrea López-Tomàs

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Frente a sus 75 años de existencia, el proyecto colonial israelí puede constatar que su mayor fracaso es la unidad del pueblo palestino. Pese al troceado territorial de la Palestina histórica y la división física entre los palestinos de la Cisjordania ocupada, los del Israel soberano y los de la Gaza asediada, hay un sentimiento de unión que ha sobrevivido a este siglo de desposesión y fragmentación. Movidos por su causa en común y por una violencia que atraviesa toda la tierra, los palestinos de los territorios ocupados sufren el desgarro de Gaza. Su sangre se remueve, es derramada por soldados y colonos, permeando la tierra que les pretenden arrebatar. En esta solidaridad personificada por olivos y kufiyas, los campos de refugiados de Cisjordania han sido escenarios de una resistencia histórica. Sus casas, construidas unas encima de las otras con vistas al hormigón, son decoradas con recuerdos de ciudades desaparecidas y rostros extintos. 

"En cada callejuela estrecha, hay una historia; en todas las puertas, en todas las ventanas, hay una historia; aquí, las paredes hablan", afirma Mohammad Badran, mientras recorre con los dedos de ambas manos los muros que le vieron crecer. Mohammad Badran ha pasado la mayor parte de sus 20 años entre estos angostos pasillos. "Soy un niño del campo", reconoce, con orgullo. Nacido en el campo de refugiados Nuevo Askar, a las afueras de la norteña Nablus, enumera la resistencia ahogada de sus familiares. "Tengo cuatro tíos prisioneros y otro que fue martirizado", término con el que los palestinos hacen referencia a aquellos que han muerto por la violencia israelí. "Esto pasa en cualquier familia de Palestina; en el campo, si no tienes mártires, tienes prisioneros", constata. Las miradas de ambos, de los muertos y los reclutas, están presentes en pósteres desgastados a cada esquina de este kilómetro cuadrado que alberga a unos 7.000 refugiados.

La llave del retorno

Como todos los 19 campamentos alrededor de la Cisjordania ocupada, la entrada de Nuevo Askar está presidida por una imponente llave, decorada con una sola palabra: retorno. "Cada persona que vive en los campos de refugiados está segura de su deseo de retornar a su tierra", explica Saleh Abu Saleh, otro "hijo del campo" y director del Centro Keffiyeh. Tras la expulsión de sus abuelos y bisabuelos de las idílicas aldeas mediterráneas de la Palestina histórica hace 75 años, sus descendientes, como Saleh o Mohammad, se vieron condenados a nacer, crecer y malvivir en una tierra que, aunque palestina, no es la suya. "No podemos ser castigados a quedarnos en los campos de refugiados de Cisjordania y olvidarnos de nuestros hogares que están en Jaffa", ciudad que hoy forma parte de Tel Aviv, de donde viene la familia de Saleh. "Los sitios más hermosos, el mar, los bosques, están en el lado israelí", lamentan ambos. 

Durante los últimos dos años, los campos palestinos han vuelto a convertirse en el hervidero de una juventud con ganas de resistir. Tienen poco que perder. No hay oportunidades de trabajo ni tampoco un horizonte de futuro sin violencia. Antes de la guerra, el Ejército israelí había matado a más de 200 palestinos en la Cisjordania ocupada en 10 meses. La mayoría eran civiles. "Hay más resistencia en los campos porque vivimos en circunstancias más complicadas", señala Abu Saleh. "Estamos más unidos, ya que todos somos refugiados, sufrimos el impacto de la ocupación y la falta de atención por parte del mundo", explica a EL PERIÓDICO. Aunque, desde el 7 de octubre, las agresiones se han multiplicado, ya sufrían las constantes incursiones nocturnas de las tropas israelíes, las campañas de detenciones masivas y los asesinatos sin consecuencias de los suyos a diario. 

"Claro que hay una respuesta a todos estos ataques, sería imposible que no la hubiera", constata Abu Saleh. En menos de dos meses desde que empezó el conflicto, unos 239 palestinos han sido asesinados por los soldados o los colonos radicales. Los campos de Balata en Nablus, de Nur Shams en Tulkarem y el campamento de Yenín celebran funerales a diario, casi siempre por un puñado de "mártires" a la vez. Entre las callejuelas del nuevo Askar, los niños bromean frente a la cámara. "Soy un objetivo para Israel", dicen, empuñando un arma imaginaria. Mohammad muestra las estrategias compartidas para protegerse, como la creación de grupos de Telegram donde se avisan cuando tiene lugar una incursión del Ejército en alguno de los campos. "En Palestina, todo el mundo es un luchador", explica su amigo Hamud, también de 20 años. "Damos apoyo a la resistencia porque defienden nuestra tierra", cuenta a este diario.

Nueva narrativa para los niños

Todos son luchadores a su manera. "Cada uno de nosotros tenemos nuestra forma de resistir, no hace falta llevar un arma", defiende Abu Saleh. Como "hijos del campo", hace 11 años crearon el centro Keffiyeh en medio de Nuevo Askar para dar un espacio distinto, más bonito, a las nuevas generaciones. "Los niños ven las noticias las 24 horas del día, saben lo que pasa en Gaza y en Cisjordania, y lo viven en el campo, donde ven a los mártires, a los prisioneros, sufren las incursiones del ejército, la violencia que hace que no puedan ir a la escuela", lamenta el director del centro. "Intentamos acercarles a una nueva narrativa y alejarlos de lo que tienen que experimentar cada día", explica, mientras muestra una galería de imágenes con estos mismos niños aprendiendo a ir en bici o a boxear o jugando a fútbol, voley, frisbee o balonmano. "No podemos evitar que parte de esta generación crezca en la resistencia" armada, reconoce.

"Al final, todos tenemos el mismo objetivo: resistimos por nuestra libertad y lo hacemos de formas distintas", defiende Badran. Hace dos semanas, publicó un vídeo en Instagram con los niños a los que enseña a pedalear pidiendo el boicot a marcas que dan apoyo a Israel. "Ha llegado a más de 30 millones de personas, si una parte boicotean el producto porque han visto mi vídeo, puedo afectar a la economía", explica, orgulloso. "Esta es mi forma de resistir", concluye. Mohammad y Hamud, curtidos de vida en estas mismas callejuelas desde su infancia, estudian enfermería. Ambos afirman que lo hacen para curar las heridas de sus hermanos palestinos cuando son atacados por los israelíes. En los muros de Nuevo Askar, están escritos los nombres de sus tíos martirizados o presos. Ellos, a su manera, intentan construir un futuro distinto para su generación. Un futuro de paz.