El conflicto de Oriente Próximo

Cuando el cáncer te salva de morir de las bombas en Gaza

DIRECTO | Última hora de la guerra entre Israel y Hamás

MULTIMEDIA | Israel vs Hamás, un mes de guerra

MULTIMEDIA | Israel, evolución y origen del país de la paz imposible

Iman y Almira, en la habitación del hospital de Jerusalén Este en el que se encuentra ingresasa la pequeña.

Iman y Almira, en la habitación del hospital de Jerusalén Este en el que se encuentra ingresasa la pequeña. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

Andrea López-Tomàs

Andrea López-Tomàs

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La doctora Khadra Salami sabe que, bajo los escombros en Gaza, hay vidas que no estaban destinadas a ser vividas y ella salvó. "Es algo inhumano, verdaderamente inhumano", lamenta la primera oncóloga pediátrica de Palestina. "Estas familias lo han dado todo para que sus hijos puedan acceder al tratamiento para curar el cáncer y, después de todo este sufrimiento, se han curado para acabar muriendo en una guerra provocada por el hombre", denuncia desde su clínica en el Hospital Augusta Victoria de Jerusalén Este, situado en un antiguo castillo de estilo alemán con su propia iglesia y campanario en el monte de los Olivos. En uno de los principales centros médicos que recibe a pacientes de Gaza, aún quedan algunos niños y adultos enfermos. Tal vez quedarse atrapados entre estas pulcras paredes desde el 7 de octubre les salvó la vida.

Iman y su hija Amira llegaron a esta habitación hace más de dos meses. Después de diagnosticarle un tumor en el cerebro en Gaza, la pequeña de 11 años pudo viajar con su madre para tratarse en el único hospital en toda Palestina que ofrece radiación. "Tenemos permiso de Israel para un solo día, que es el día en el que entramos a Jerusalén, y no podemos salir del recinto del hospital", explica Iman desde la estrecha cama en la que duerme. Está situada a la distancia justa para dar la mano a Amira durante la noche. "Pensamos que acabaríamos el tratamiento rápido, y que podríamos volver a casa, en Raman, con mi marido y mi otra hija de seis años", rememora para este diario. Pero, entonces, el 7 de octubre Hamás atacó a Israel, mató a 1.200 personas y el Ejército israelí emprendió la batalla más feroz contra el enclave.

"Ahora no podemos volver, porque no es seguro: toda nuestra ciudad [en el centro de la Franja] está destrozada, mi familia se ha desplazado a tiendas al sur y, como no hay conexión, hace una semana que no podemos hablar con ellos", lamenta. Cada vez que suena el teléfono, salta de la cama hasta ver el nombre en la pantalla y colgar decepcionada. "Ya sabes cómo es el corazón de una madre, estoy constantemente preocupada por mi otra hija", confiesa, inquieta, desde este hospital situado en un castillo construido en 1907 como un centro para la comunidad protestante alemana en la Palestina otomana. La historia de Iman y Amira es la de muchas otras atrapadas en los hospitales de Jerusalén Este que reciben a pacientes de Gaza. "Con el bloqueo de los últimos 17 años, Israel ha impedido la entrada de mucho equipamiento médico y componentes y ha evitado que los profesionales médicos de Gaza viajen para formarse; por eso, muchos palestinos del enclave tienen que ir a Jerusalén a tratarse", explica Aseel Baidoun, portavoz en Cisjordania de la organización Ayuda Médica para los Palestinos (MAP, por sus siglas en inglés), a este diario.

Detenciones en el hospital

Una parte de estos enfermos nunca consiguen el permiso para salir de Gaza. En el 2021, MAP contabilizó que el 36% de los permisos de los pacientes eran rechazados o pospuestos. "Antes de la guerra, veíamos casos en los que se operaba el tumor en el cerebro en un niño en el Hospital Al Shifa pero, luego, todos los chequeos de seguridad posponían su llegada al centro de Jerusalén y, cuando conseguía llegar, dos meses después, el tumor había vuelto, y nosotros teníamos que empezar desde el principio", lamenta la doctora Salami a EL PERIÓDICO. Desde el 7 de octubre, se estima que unos 200 pacientes gazatíes están atrapados en hospitales de Jerusalén Este. Casi todos cuentan con un acompañante.

La doctora Khadra Salami, en su consulta del Hospital Augusta Victoria, en Jerusalén Este.

La doctora Khadra Salami, en su consulta del Hospital Augusta Victoria, en Jerusalén Este. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS

A principios de noviembre, tuvo lugar una incursión de las fuerzas de seguridad israelís en el Hospital Al Makassed para arrestar a varios pacientes por permanecer "ilegalmente" en Israel, tras la expiración de sus permisos médicos. Cuando EL PERIÓDICO estuvo en las inmediaciones de este centro médico situado en Jerusalén Este, el personal del hospital informó que ya no quedaban pacientes de Gaza en sus instalaciones. Muchos habían sido trasladados en contra de su voluntad presuntamente a hospitales de la Cisjordania ocupada, sin tener más noticias de ellos. Fuentes del hospital que prefieren mantenerse en el anonimato por temor a las represalias han denunciado que probablemente estas personas sean mandadas de vuelta a Gaza. 

"Hablar durante horas"

En la planta de oncología pediátrica del Hospital Augusta Victoria, quedan cinco familias de Gaza. En tiempos de incertidumbre y desgarro, han sido las unas para las otras su principal apoyo, su segunda salvación. "No nos conocíamos de antes", reconoce Iman, "pero sentarnos durante horas y hablar de la situación en nuestra tierra lo ha hecho mucho más fácil, no nos aburrimos nunca". En su joven rostro, aparece el alivio de encontrarse con unas semejantes en tan duros momentos. Mientras cae la lluvia al otro lado de la ventana, esta joven madre da gracias a Dios al pensar en Gaza. "Los niños allí están tan felices de que llueva porque pueden llenar botellas y cubos con agua para beber", celebra.

Cuando la doctora Salami hace sus rondas por la planta, se para un rato más en las habitaciones de estos cinco pacientes. "Siempre les recuerdo que aquí somos una familia, que estamos para cualquier cosa que necesiten, para hablar y soltar todo lo que les haga falta en esta frustrante situación", cuenta con una dulzura propia de quién habla con honestidad. Oriunda de Ramala, confiesa que cada mañana cuando cruza el puesto de control para ir a trabajar con su coche con matrícula palestina siente el miedo y la inseguridad. "Estoy deprimida, tengo miedo del futuro pero lo primero es que acabe esta guerra genocida en pleno 2023", defiende la doctora Salami.

Esta madre de dos hijos no comparte estos temores con las madres y abuelas que han venido desde lejos para salvar las vidas de sus niños y, sin saberlo, las suyas propias. Conectadas a cada momento a lo que ocurre en casa, sin ya tener una, el retorno se dibuja lejano. "Nos encantaría volver, pero sólo si hay paz y calma", confiesa Iman. "Tardarán mucho tiempo en reconstruir los hospitales y las casas, no hay lugar donde vivir, ¿a dónde iríamos si volviéramos?", pregunta al aire. En esta habitación blanca, animada por coloridas mantas y un par de peluches de Amira, la guerra queda lejos. En su cuerpo, reaparece cuando se ilumina la pantalla de su teléfono a la espera de noticias de su otra niña.

Suscríbete para seguir leyendo