Guerra de Ucrania

Rusia, marca tóxica

Las empresas occidentales se deshacen de los vínculos con sus contrapartes rusas

Putin tiene como aliados inquebrantables a Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea y Siria

Resumen multimedia de la primera semana de guerra

Un edificio destrozado tras bombardeos rusos en Járkov, Ucrania

Un edificio destrozado tras bombardeos rusos en Járkov, Ucrania / AFP / SERGEY BOBOK

Ramón Lobo

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Rusia se ha convertido en una marca tóxica. Las empresas occidentales se deshacen de los vínculos con sus contrapartes rusas. La desbandada es general. Afecta a tecnológicas (Apple), al transporte en contenedores, a la ropa deportiva (Nike y Adidas), a las tiendas de muebles (Ikea) y varias compañías petroleras, entre otros. Muchos venden su solidaridad con Ucrania con el mismo fervor con el que se declaran amigas del medio ambiente. Los colores –verde o azul y amarillo– cambian según los intereses.

Las sanciones han sido más duras, profundas y unánimes de lo que el Kremlin podía anticipar. Putin es un hombre cada vez más aislado de la realidad, como lo estaba Joseph Stalin. Decir la verdad a un sátrapa cuesta la vida. Su círculo más estrecho se ha reducido a media docena de consejeros que militan en un nacionalismo suicida y le dicen lo que quiere escuchar.

En el frente diplomático, las cosas tampoco van bien. La Asamblea General de la ONU condenó esta semana la invasión de Ucrania por 145 votos a favor, cinco en contra y 35 abstenciones, incluida la de China. Putin tiene como aliados inquebrantables a Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea y Siria. El Kremlin está solo, pero con cabezas nucleares.

El desplome del rublo, que cotizó en mínimos históricos, la inflación y el aumento de los tipos de interés llevará el precio de la guerra a los bolsillos de todos los rusos. La expulsión de la red bancaria de intercambio Swift afecta a la red de oligarcas que apoyan al presidente. Son medidas que no pararán la invasión, pero elevarán el coste de la guerra, única manera de forzar una negociación real, si es que esta es aún posible.

Hay sanciones que no tendrán un impacto económico significativo, como la exclusión de Rusia de las competiciones deportivas internacionales, incluido el Mundial de Qatar, o la expulsión del Festival de Eurovisión, pero ayudan a reforzar la sensación de aislamiento total.

Informar a los rusos

La gran batalla es lograr que la información de lo que sucede en Ucrania llegue a la población rusa. La mayoría se alimenta de la propaganda dominante en todos los medios. Salirse del guion escrito por el Kremlin se paga con el cierre o la cárcel. El relato oficial no menciona la guerra, reducida a una “operación especial”. No existe la resistencia ucraniana, ni bombardeos de zonas civiles, ni apenas bajas propias. Solo nazis y drogadictos en el Gobierno de Kiev. Así es difícil que se pregunten cómo es posible que la protección de los rusoparlantes pase por el bombardeo de Járkov y Mariúpol, dos ciudades con mayoría de población ruso parlante.

Putin mantiene un férreo control de sus medios de comunicación y de las redes sociales. Los manifestantes que salen a las calles de San Petersburgo y Moscú son una minoría. Detrás del blackout informativo se está produciendo una ruptura entre los jóvenes que logran informarse y sus padres y abuelos que creen al régimen, porque creerse al poder es una tradición de las Rusias zarista y soviética. Este goteo informativo tardará varios meses en calar.

Las sanciones de la UE y EEUU a los oligarcas rusos que sostienen a Putin son de complicada aplicación. Más de la mitad de las fortunas del 0.01% más rico de Rusia están en el extranjero, sobre todo en Reino Unido y Chipre, y en paraísos fiscales en los que comparten escondite y negocio con los mega ricos occidentales. ¿Iremos a por ambos? Esconder el dinero en una red de empresas opacas y cuentas pantalla en las que no queda rastro del millonario, dificulta su incautación. Como mucho se podrá actuar contra sus lujos más ostentosos: las propiedades inmobiliarias y los yates. Y vender que estamos siendo implacables.

La UE y EEUU confían en que este cerco económico vuelva a los oligarcas contra Putin y abra la posibilidad de la revolución de una bala, que no requiere el asesinato, bastaría con sustituirle por alguien capaz de frenar la guerra y negociar una solución que respete la integridad de Ucrania y recoja las inquietudes de seguridad de Rusia. Esta vía es la más improbable de todas.

Férrea resistencia

A las sanciones y el aislamiento internacional hay que añadir la realidad en el terreno. No ha habido paseo militar, ni el pueblo ucraniano, tan eslavo como el ruso, les ha recibido como libertadores. Existe una férrea resistencia en las ciudades, el avance es lento y abundan los problemas de suministro. Pero no hay que olvidar un hecho: Rusia aún no ha utilizado todo su poder militar. Apenas movilizó la aviación.

¿Qué pretende Putin? ¿Arrasará Kiev como arrasó Grozni en la segunda guerra chechena? ¿Se limitará a cercar la capital sin arriesgarse a una costosa operación de conquista calle a calle? ¿Cuál es su modelo? ¿Sarajevo 1992-1995 o Stalingrado, uno de los mitos soviéticos frente a Hitler? ¿Pretende regalar un símbolo a la resistencia ucraniana?

Existe un escenario catastrófico, que no deberíamos descartar: el lanzamiento de una bomba nuclear táctica sobre suelo ucraniano. Pueden elegir una ciudad pequeña o campo abierto. El objetivo sería crear un mini Chernóbil cerca de la frontera polaca, por ejemplo, en un día en el que la previsión de los vientos proteja a Moscú de los efectos radioactivos. Rendiría a Ucrania, como EEUU rindió a Japón con Hiroshima; también sería un jaque mate a un Occidente que no está dispuesto a desatar la Primer Guerra Mundial Nuclear.

Lo impensable, ya es posible. Estamos entre la revolución de una sola bala y un holocausto atómico. No está mal como salida de una pandemia que ha matado a casi seis millones de personas en todo el mundo y nos ha tenido con la vida en pausa desde febrero de 2020. ¿Alguna esperanza? Sí, que China, la gran beneficiada de la crisis, diga que se acabó el juego.

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