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Pésimos servicios en el Barcelona Beach Festival
Ambiente eufórico durante una de las actuaciones en el Barcelona Beach Festival, el sábado. / ELISENDA PONS
Silvia González
Sentirte degradado a la condición de animal. Ese fue el trato que recibimos los jóvenes (y ya no tan jóvenes) que acudimos el pasado sábado 16 de julio al Barcelona Beach Festival (BBF) en la playa del Fòrum. Pese a que la tercera edición del festival ha presentado grandes mejoras respecto a ediciones anteriores, hay aspectos que distan mucho de la organización que se realiza en otros países.
Entretodos
Entrar en masa tras atravesar una calle plagada de adolescentes haciendo botellón rodeados de ríos de orina no es el mejor de los presagios.
No poder entrar un mísero bocadillo y tener que conformarte con comida rápida de malísima calidad, como los "fantásticos" frankfurts fríos y crudos ubicados en el interior del peor pan que he probado en mi vida, claramente descongelado a temperatura ambiente, y sin salsas. Una delicia.
Las largas colas en las dos zonas habilitadas de baños para chicas (somos bastante más lentas que los chicos, ¿el mundo todavía no es consciente de ello?) o para pedir un agua (sí señores, los botellines fueron los grandes triunfadores de la noche; tanto es así que era prácticamente imposible salir del recinto sin temer por tu vida al pisar uno tras otro).
Y es que después de pagar un mínimo de 60 euros por entrada, perderte casi dos sesiones de una hora y media al acercarte al baño, a comer o a devolver el vaso que se te había caído a la arena y que te decían que debías limpiar, como si tuvieras un grifo a mano, por si lo habías cogido del suelo y querías hacer caja con la devolución de los mismos a 2 euros, toca mucho la moral. Pero mucho.
Por no hablar del sonido. A partir de las diez de la noche fue subiendo de forma progresiva. Es una tomadura de pelo no contar con torres de altavoces laterales y traseras para generar un sonido envolvente. Supongo que así se aseguran de que los veleros de alrededor no puedan disfrutar gratis del enorme cartel que congregaron.
Menos mal que los DJ’s lo dieron todo y que los asistentes que ondeaban banderas catalanas y españolas por igual supieron comportarse y divertirse sin peleas ni malos rollos hasta las seis de la madrugada. Eso sí, ni un triste taxi para volver a casa. Mejor caminar cuando estás verdaderamente destrozado o embutirse en el transporte público, tan variado y frecuente a esas horas de un domingo.
Algún día aprenderemos a copiar las buenas costumbres de los países del norte.
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