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"Un libro regalado y dedicado es un bien preciado"

Una mujer lee un libro en el parque del Retiro.

Una mujer lee un libro en el parque del Retiro. / David Castro

¿Dónde vamos de vacaciones en Semana Santa? Él nunca había pisado su playa ni paseado por sus calles de pictóricas y fauvistas casas. Pensé que qué mejor sitio que ese para dar rienda suelta a este amor desmedido fruto de un colosal, inaudito y recién enamoramiento que nos colma impetuosamente.

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Colliure, Machado y tal vez el amor de mi vida me llevaron a una tienda de libros de segunda mano. Me imaginé recitando algunos de sus versos con fervor frente a su tumba en el exilio, la del poeta más joven de la generación del 98. Encontré rápido un ejemplar a la altura de las circunstancias. Padezco lo que los japoneses llaman 'tsundoku', compro más libros de los que podré llegar a leer jamás. La mayoría de los que uno compra de segunda mano vienen dedicados.

Los regalos deberían limitarse a los buenos vinos y a la literatura. Y pienso en ellos, en Anna y Miquel, también en Eduardo. Estoy casi convencida de que ya no son y que tengo en mis manos la última prueba de su existencia. Un libro regalado y dedicado es un bien preciado, solo te deshaces de él por dos motivos: la muerte y el odio. No sabemos qué pasó con Eduardo, pero sí con Anna y Miquel. Ellos ya no existen como concepto, como vínculo, como pareja, dejaron de hacerlo en el momento que 'Barcelona amor final', de Joan Margarit cayó en mis manos una veraniega tarde de marzo en la ciudad condal.

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