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"La corrupción funcional y hasta campechana"

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calculadora dinero / Pixabay

El objetivo último del corruptor es viciar el procedimiento administrativo, buscando ventajas competitivas o una situación de privilegio para sus negocios frente a otros competidores o la propia Administración. La corrupción es funcional, no necesita de la inteligencia y de la voluntad de los implicados. Crece simplemente, casi sin esfuerzo; al corrupto le basta con presentarse y asumirse como un engranaje del sistema, cuanto más podrido, más necesario. Banalizar la corrupción de esta forma exige aberrar de la propia conciencia, creándose la ilusión de que el corrupto controla el proceso completo sintiéndose invulnerable por su pericia para conjurar los riesgos, porque las consecuencias son intrascendentes penalmente, o porque no hay víctimas identificables (doctrina Botín).

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La falta de motivación para cumplir la legalidad se transforma en indiferencia afectiva hacia los demás. La ética pública se amolda a las exigencias del implicado que delinque sin problema de conciencia. En sentido contrario, para mantenerse al margen de tal grado de corrupción, sí es imprescindible en los empleados públicos una actitud proactiva en defensa de la legalidad, y, a veces, un sacrificio personal que casi nunca resulta suficiente.

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