Reconocimiento tardío
Una placa recordará que Cerdà fue, en Bruc 49, uno de los primeros vecinos del Eixample
La Ponència del Nomenclàtor da vía libre a la petición del Col·legi d'Enginyers de Camins, Canals i Ports
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Carles Cols
Carles ColsPeriodista
Una placa, a falta aún de mayores honores, recordará dónde vivía Ildefons Cerdà cuando fue vecino del Eixample. De los primeros vecinos del Eixample, además, apenas un año después de que fueran terminadas las primeras fincas de la nueva Barcelona que él concibió. La Ponència del Nomenclàtor del Ayuntamiento de Barcelona le ha puesto el sello de aprobado a la petición que formuló a principios de febrero el Col·legi d’Enginyers de Camins, Canals i Ports para llevar a cabo el reconocimiento al que probablemente ha sido su miembro de proyección más internacional y, a la par, lo que son las cosas, más maltratado por la ciudad. El colegio profesional de esta rama de la ingeniería, con esa petición, recogió el guante que lanzó este diario, mano a mano con el cronista Lluís Permanyer, para dar respuesta a una pregunta que muy pocos se habían formulado hasta ahora: ¿dónde vivía Cerdà?
El silencio y un cierto desconcierto solía ser la respuesta habitual a esa pregunta, incluso entre quienes hasta podrían pronunciar una larga y bien estructurada conferencia sobre el urbanismo de Cerdà. Ni siquiera la celebración en 2009 del llamado Any Cerdà, con decenas de actividades organizadas para celebrar los 150 años de aprobación del plan que multiplicó exponencialmente la superficie de Barcelona, despejó esa incógnita.
Vivió en el número 49 de la calle de Bruc, aunque entonces a aquella finca le correspondía el 69. Se trasladó a vivir a la cuadrícula que, contra viento, marea y una buena parte de la burguesía, que prefería el modelo radial y más capitalino de Antoni Rovira i Trias, él había concebido en 1865. Hacía solo un año que a solo dos manzanas de distancia se habían completado las primeras cuatro esquinas del Eixample, en la confluencia de Roger de Llúria con Consell de Cent. Bruc fue su hogar hasta que en 1875 dejó atrás Barcelona y se mudó a Cantabria, donde moriría un año más tarde.
Cerdà no había nacido en Barcelona. Era hijo de Centelles, en Osona, pero recién casado en 1848 con Clotilde Bosch se instaló primero en el Raval, en la calle de Xuclà, justo al lado de la Boqueria, y se mudó después a la más señorial plaza del Duc de Medinaceli. Es cierto que su tercera residencia, la de Bruc 49, tiene en parte mucho ver con una morrocotuda crisis familiar. Su cuarta hija, a la que no le negó el apellido, era fruto de una relación extramatrimonial de su esposa, pero la pareja no superó aquel desencuentro.
Como los hermanos Wright
El caso, sin embargo, es que eso no quita valor al hecho de que Cerdà eligiera el Eixample para comenzar esa nueva etapa de su vida. El paisaje era ingrato. Las fincas pocas fincas que se levantaban eran, es verdad, muy nobles, pues se pretendía que la burguesía de zonas como el Gòtic se mudaran más allá de las murallas, pero el Eixample era esencialmente campo. Es solo una comparación elegida al azar, pero Cerdà fue, en cierto modo, como los hermanos Wright, que en su empeño por conseguir que el hombre pudiera volar, no eligieron a un tercero para que asumiera ese riesgo, y eso a pesar que su padre, Milton, les conminaba a que no lo hicieran, con el argumento de que solo los ángeles podía volar.
Cerdà fue un Wright, un pionero que predicó con el ejemplo. Si no fue el primer vecino del Eixample, un proyecto denostado con él en vida y una vez ya fallecido, en la práctica fue de los primeros.
Permiso de los dueños
La aprobación de la colocación de la placa por parte de la Ponència del Nomenclàtor irá seguida ahora de un par o tres de pasos administrativos más, como una votación en el pleno del distrito, pero el filtro principal ya ha sido superado. Podría decirse que la iniciativa ya no tiene marcha atrás. Resta obtener, por supuesto, el permiso de los actuales dueños de la finca para colocar la placa en la pared, junto a la puerta de entrada. Consultados por este diario, ven bien, en principio, la propuesta, aunque opinan, con bastante razón, que sería de paso una buena oportunidad para reconsiderar la colocación de los contenedores de residuos en ese tramo de la calle.
La placa salda mínimamente el desdén con el que Barcelona ha tratado incomprensiblemente a una de sus figuras más importantes. Tiene una plaza dedicada, sí, pero en la frontera del término municipal de la ciudad y, sobre todo, fuera del Eixample. Es, además, una plaza especialmente desafortunada. Tuvo ahí un monumento dedicado entre 1957 y 1971, un suerte de torre de hierro y hormigón que el ministro al que le tocó en suerte inaugurarlo, Jorge Vigón, lo definió como “una mamarrachada”.
La idea del monumento se repescó a finales del anterior mandato municipal, para que se erigiera, esta vez, en la plaza de las Glòries, porque Cerdà consideró que ese sería el nuevo centro de la ciudad. El proyecto, sin embargo, ha entrado en una incierta fase de hibernación. Hasta que no salga del letargo, la placa servirá para pagar un adelanto de la deuda que Barcelona tiene contraída con Cerdà y, de paso, servirá para que crezca la red de este tipo de reconocimientos, muy comunes en ciudades como París y Londres, y que poco a poco van haciéndose un hueco en Barcelona. El pasado enero, por ejemplo, se inauguró la dedicada a Alicia de Larrocha gracias, en ese caso, a la inagotable insistencia de las hijas de la pianista.
Debería ser más fácil, pero, visto que aquella pregunta formulada meses atrás, ¿dónde vivía Cerdà?, ha tenido respuesta y un final feliz, no está de más, por intentarlo que no quede, proponer otro reto: ¿Dónde vivía Josep Maria Jujol, otro genio equivocadamente orillado en Barcelona? En el 79 de la Rambla de Catalunya. Queda aquí dicho, por si la Cátedra Jujol de la UPC recoge este otro guante y se lo pide a la Ponència del Nomenclátor.
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