PROPUESTA A LA PONENCIA DEL NOMENCLÁTOR

Los ingenieros piden una placa en Bruc 49, hogar de Cerdà en el Eixample

El padre de la Barcelona moderna, recién separado de su esposa, se afincó en 1865 en el actual número 49 de Bruc

Las fincas 49 y 51 de la calle de Bruc, una promoción inmobiliaria que movió el propo Cerdà y que fue su última residencia en Barcelona.

Las fincas 49 y 51 de la calle de Bruc, una promoción inmobiliaria que movió el propo Cerdà y que fue su última residencia en Barcelona. / FERRAN NADEU

Carles Cols

Carles Cols

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Con el proyecto municipal de erigirle un monumento a la altura de su figura de nuevo en el limbo, el Col·legi d’Enginyers de Camins, Canals i Ports acaba de solicitar formalmente al Ayuntamiento de Barcelona que dé los pasos necesarios para (sin que ello invalide el otro plan, el de la estatua u homenaje similar) colocar una placa en la finca del Eixample en la que vivió Ildefons Cerdà. Fue su tercer domicilio en la ciudad, pero fue el único que tuvo en la obra por la que es mundialmente recordado, el Eixample. Vivió en el que en su tiempo era el número 69 de Bruc, que tras la reordenación de la numeración de la fincas en a caballo de los siglos XIX y XX pasó a ser el actual 49 de esa calle. A menudo se recuerda cuán en deuda está Barcelona con Cerdà, que si se pudiera cuantificar, sería proporcional a cuánto abjuraron de su obra los arquitectos del modernismo, con especial saña Josep Puig i Cadafalch, que incluso traspasó las fronteras del insulto. Una placa sería una manera de comenzar a pedir perdón. Si Barcelona fuera París o Londres, ya la tendría.

La petición del colegio profesional de los ingenieros de caminos, gremio profesional de Cerdà, se acordó anoche en el transcurso de una reunión de su junta directiva. Llegó a la mesa a raíz de una iniciativa impulsada codo contra codo por EL PERIÓDICO y por el cronista de ‘La Vanguardia’, Lluís Permanyer. La trayectoria vital de Cerdà como un barcelonés más, protagonista de varias mudanzas a lo largo de su vida, no era un secreto inaccesible. La historiadora Isabel Segura y el ingeniero Francesc Magrinyà se habían sumergido estos últimos años en los propios diarios que Cerdà escribió en vida y donde, no siempre de forma ordenada, despuntaban datos interesantes. Si acaso, lo más novedoso era situar sobre el mapa, corrigiendo los errores, las distintas residencias del padre del Eixample y, a la par, interrelacionar esos traslados con su biografía familar y profesional, un viaje en el tiempo que subraya la conveniencia, como señala el colegio de los ingenieros, de que como mínimo una placa reconozca su crucial contribución en la historia de esta ciudad.

Cerdà, nacido en Centelles en 1815, se casó con 33 años con Clotilde Bosch. La boda se celebró en 1848. Hacía siete años que había obtenido el título de ingeniero y la primera residencia de la pareja estuvo muy cerca del mercado de la Boqueria, en la calle de Xuclà, 8. Allí, entre 1849 y 1851 nacieron sus tres primeras hijas, pero a partir de esa fecha Cerdà entró en una montaña rusa profesional que, detalle importante, por lo que vendría después, le obligó a viajar con frecuencia y a dejar en segundo plano su vida familiar.

La finca de la calle de Xuclà donde vivió Cerdà tras casarse con Clotilde Bosch.

La finca de la calle de Xuclà donde vivió Cerdà tras casarse con Clotilde Bosch. / Zowy Voeten

En 1851 fue elegido diputado en la Cortes Españolas. En 1852 se embarcó en el proyecto de construcción del ferrocarril a su paso por Granollers. En 1854 ingresó como miembro de la comisión municipal que iba a estudiar la ampliación de la ciudad más allá de las murallas. Eran años convulsos políticamente. El siglo XIX en nada puede envidiar en esta material XX. Pasó dos veces por la cárcel por sus ideas políticas en los años 50 y, sin embargo, eso no impidió que en 1859 se aprobara como la mejor de todas las opciones su planificación del Eixample.

Era (como se dice sin que quede muy clara la frontera de esa definición) un prohombre barcelonés. Probablemente compartió sobremesas y tertulias en el restaurante 7 Portes con Fernando de Lesseps cuando el padre del Canal de Suez residió en Barcelona. Pese a los avatares, era la suya, por resumirlo, una trayectoria ascendente, así que dejó la calle de Xuclà y se mudó a la más señorial plaza del Duc de Medinaceli (número 5, tercer piso, primera puerta), y fue en esa dirección postal donde sucedió lo que personalmente definió en su diario como “un trueno grande de familia”.

Duc de Medinaceli, 5, el segundo hogar de Cerdà en Barcelona.

Duc de Medinacelli, 5, el segundo hogar de Cerdà en Barcelona. / Zowy Voeten

Su esposa tuvo en 1861 una cuarta hija, Clotilde, que llegaría a ser todo un personaje internacional con el apellido de Cerdà (el nombre, por propuesta de Víctor Hugo a su madre, lo terminaría cambiando por el de Esmeralda, personaje de ‘Nuestra Señora de París’), pero era hija de una relación extramatrimonial. El Eixample le tenía entonces absolutamente hechizado. Recalibraba mojones, certificaba que las estacas que señalaban el lugar exacto en el que estaría cada calle estaban milimétricamente perfectos e incluso estaba al tanto de las mediciones astronómicas que tenía que señalar la auténtica orientación del meridiano terrestre a su paso por Barcelona, pero se le pasó por alto, parece, que su pareja tenía una relación extramatrimonial con un banquero.

En 1862 residían ambos bajo el mismo techo, en Medinacelli, cuando tuvieron por fin un hijo varón, al que bautizaron como Ildefons, pero falleció al cabo de poco tiempo. Pero, lo que son las cosas, murió su hijo y nació el Eixample. En 1864 estaban ya en pie las cuatro primeras fachadas de la confluencia de las calles de Consell de Cent y Roger de Llúria. Dos de ellas siguen en pie, reconocibles por los frescos que las decoran desde el primer día, porque las incertidumbres eran muchas y se echó el resto para hacer de la nueva ciudad un lugar apetecible para la burguesía y la nobleza de vieja capital. Cerdà, que entre sus mil facetas fue también promovió cuatro manzanas del Eixample, fue de los primero en dar ese paso, casi un acto de fe ciega. En 1865, ya separado de su esposa, se trasladó a la calle de Bruc, donde era dueño de dos fincas, las de los números 69 y 71, hoy 49 y 51. Por una anotación de su diario cabe suponer que él se acomodó en la primera, pero ese es un dato, entiende el Col·legi d’Enginyers de Camins, Ponts i Ports que el Ayuntamiento de Barcelona, a través de sus oceánicos fondos documentales, podrá comprobar.

Ahora que la petición ha sido formalmente formulada, corresponde a la Ponència del Nomenclàtor de Barcelona aprobar la iniciativa (raro sería que la desdeñara) y se den después los pasos administrativos necesarios para colocar la placa, una medida que, eso sí, deberá contar con el beneplácito de los actuales dueños de la finca.

Mientras tanto y hasta nueva orden, el monumento seguirá en el limbo.