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Ildefons Cerdà se mudó al Eixample apenas estrenado: sus domicilios inéditos en Barcelona

Ildefons Cerdà no tiene monumento, pero tendrá una cantata

Uno de cada cinco pisos del Eixample es de dueños de más de 15 viviendas

El parto 'technicolor' del Eixample

Las fincas 49 y 51 de la calle de Bruc, una promoción inmobiliaria que movió el propo Cerdà y que fue su última residencia en Barcelona.

Las fincas 49 y 51 de la calle de Bruc, una promoción inmobiliaria que movió el propo Cerdà y que fue su última residencia en Barcelona. / FERRAN NADEU

Carles Cols

Carles Cols

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¿Dónde vivía Ildefons Cerdà? Desde luego, no en la plaza que lleva su nombre, que era campo cuando nació y se desarrolló urbanísticamente el Eixample. Tampoco cerca de Glòries, lo que él, en su proyecto de la nueva Barcelona, imaginó que sería el centro de la ciudad y donde, por cierto, parece qu ha tropezado el quinto intento de erigirle un monumento en su honor. A esa pregunta le suele seguir un silencio, incómodo incluso si se trata de esos sobrevenidos ‘cerdanistas’ que de un tiempo a esta parte han crecido como champiñones para presentar demandas porque tal o cual calle se ha peatonalizado o porque las aceras de una manzana ya no son ortogonales.

Cerdà, nacido en Centelles (donde, por cierto, sí tiene un monumento), vivió en el Raval, en el Gòtic sur y, antes de ir a morir a Cantabria, en el Eixample, cómo no, en la calle de Bruc. ¿Dónde vivió exactamente? La respuesta correcta, con direcciones postales exactas, viene a continuación y, además, con una propina, con el que fue, según sus propias palabras, su segundo hogar, una cafetería de la plaza Reial a la que acudió fielmente durante 25 años.

Ninguneo a un genio

Que de Cerdà apenas nadie se pregunte dónde vivía, si tan crucial ha sido para la historia de Barcelona, y que en cambio prácticamente todo el mundo lo sepa de un personaje de ficción como Sherlock Holmes (221B de la calle Baker, Londres) es algo que ya intuyó que sucedería el diario ‘La imprenta’ cuando el 23 de agosto de 1876 informó muy sentidamente sobre su fallecimiento. “Desde el primer momento, puestas de acuerdo la codicia y la ignorancia, trataron de desvirtuar su obra y lograron que sus ordenanzas de edificación, que hubieran hecho de Barcelona la primera ciudad de Europa, fuesen letra muerta”. Es aquel un obituario inmortal. “Barcelona no ha dado el nombre de Cerdà a ninguna de sus calles, ni le ha dedicado una inscripción siquiera. Pero no importa. El señor Cerdà supo levantarse a sí mismo con el plano del ensanche un monumento imperecedero y superior a cuantos puedan dedicarle sus conciudadanos”.

El monumento a Cerdà que en su Centelles natal le erigieron en una rotonda.

El monumento a Cerdà que en su Centelles natal le erigieron en una rotonda. / Manuel Erruz

“El visionario maldito”. Así le definió en una ocasión el cronista Lluís Permanyer, porque los primeros reconocimientos a su obras no llegaron, se podría decir, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, por ejemplo con la biografía que en 1971 le dedicó Fabià Estapé y, ya estrenado el XXI, con el Any Cerdà, coincidiendo con el 150 aniversario de la creación del Eixample.

La maldición, sin embargo, parece que persiste, no solo porque el único homenaje sea una feísima plaza casi fuera del término municipal de Barcelona, sino porque a veces se olvida que, aunque nacido en la comarca de Osona, fue mucho más que un barcelonés más, fue un protagonista de su época incluso al margen de su oficio de ingeniero de caminos, canales y puentes, tal y como le retrata el también ingeniero Francesc Magrinyà en una extraordinaria biografía a la que está dando los últimos retoques y que, cosas de la maldición, parece que publicará a través de una editorial de Madrid porque aquí ha encontrado todas las puertas cerradas.

La masía natal de Cerdà, en Centelles (Osona).

La masía natal de Cerdà, en Centelles (Osona). / JOSEP GARCIA

Sus tres domicilios

¿Dónde vivió Ildefons Cerdà? Las respuestas correctas son estas tres. Primero, recién casado, en 1848, su primer hogar estuvo en el número 8 de la calle de Xuclà, a un paso de la Rambla y a uno y medio de la Boqueria. Al cabo de ocho años, en 1855, se trasladó a una plaza, a la del Duc de Medinacelli, al número 5. Conviene aquí, antes de pasar a su tercer y definitivo domicilio en Barcelona, contextualizar la época.

No fue hasta 1864 que el Eixample tuvo una primera finca de la que presumir, en la esquina de la calle de Roger de Llúria con Consell de Cent. Aunque ese título, el de primer edificio, está en disputa con otra construcción de Floridablanca, se acepta que aquel cruce de calle de calles de la actual Dreta de l’Eixample fue la cuna de la nueva ciudad. Un año después, Cerdà, muy consecuente, fue a vivir no muy lejos de aquel lugar, al 69 de la calle de Bruc (que actualmente se corresponde con el número 49), entre otras razones porque la muerte de su hermano le hizo heredero de un notable patrimonio.

La finca de la calle de Xuclà donde vivió Cerdà tras casarse con Clotilde Bosch.

La finca de la calle de Xuclà donde vivió Cerdà tras casarse con Clotilde Bosch. / Zowy Voeten

Tenía dos fincas en esa calle, la del 69 y la del 71. ¿En cuál de ellas residió? La respuesta está en su propio diario.  “A las ocho y media de la mañana, después de haberme despedido de mis estimados nietecillos, salí de la calle de Bruc, número 69, con Rosita, dejando a Clavé en casa”. Es una entrada en el diario fechada el 29 de junio de 1875. Moriría 14 meses más tarde en un balneario de Las Caldas de Besaya.

Allí fue enterrado y podría decirse que fue olvidado, hasta que en 1970, con motivo de la reimpresión de su ‘Teoría General de la Urbanización’, una suerte de ‘El origen de las especies’ de Sarwin, pero con las ciudades como objeto de estudio, sus restos fueron trasladados a Montjuïc. Fue una iniciativa, lo que son las cosas, del colegio oficial de los arquitectos, o sea, el gremio que en vida y, sobre todo tras su muerte, le había declarado la guerra, hasta el punto de que en 1903, con la complicidad del Ayuntamiento de Barcelona, sacó adelante el llamado Plan Jaussely, con el que Josep Puig i Cadafalch pretendió reformular (incluso desfigurar) el diseño del Eixample.

Duc de Medinaceli, 5, el segundo hogar de Cerdà en Barcelona.

Duc de Medinacelli, 5, el segundo hogar de Cerdà en Barcelona. / Zowy Voeten

Las tres fincas en las que vivió Cerdà no han sido, que quede claro, un secreto guardado bajo siete llaves. Las pistas siempre han estado ahí, por ejemplo, en el libro que la historiadora Isabel Segura dedicó a una de las hijas de Cerdà, Clotilde, mujer de trayectoria intelectual y artística admirable, y también en lugares más insospechados, como en ‘Barcelona, ciudad de cafés’, de Paco Villar. Es en este segundo libro en el que se detalla que si bien Cerdà vivió por periodos de unos 10 años, más o menos, en tres lugares de la ciudad, fue fiel durante 25 al Café de Europa de la plaza Reial.

La tumba en la que descansan los restso de Cerdà desde 1970.

La tumba en la que descansan los restso de Cerdà desde 1970. / Guillermo Moliner

La plaza Reial, antes que el Eixample tomara el relevo, fue un gran foyer de la gente de bien de la ciudad. En uno de sus establecimientos, en el Café de París, fue donde por primera vez los barceloneses, como si esto fuera Macondo, conocieron el hielo, que sin duda Cerdà conoció, pero su local preferí era otro, el Café de Europa, que en los anuarios gastronómicos se menciona como la puerta de entrada de la cocina francesa en Barcelona. Fue en 1875, porque en su diario quiso dejar constancia de su pena por marcharse al Cantábrico tras vender por 15.000 duros sus dos fincas de Bruc, cuando le dedicó a esa cafetería un texto que merece ser reproducido.

"Ese modesto rincón del fondo del establecimiento, durante 25 años consecutivos, ha sido para mí el complemento indispensable del hogar doméstico, el club, la logia, el consistorio, la diputación, el congreso, el senado; ha sido el sitio de las citas a donde han concurrido aquellos a quien tenía yo que ver o que necesitaban verme a mí para la primera gestión de los asuntos ordinarios que ofrece el trato social; unas veces lo he considerado como un lugar de recogimiento o invernadero y otros como el ático o lugar de veraneo o de expansión y recreo; tan pronto me ha servido de sitio de bebidas como de restauran y de fonda; en él he presenciado la exposición pasajera de varios objetos de arte y he oído también la ejecución de algunas piezas concertantes; ha sido para mí la escuela, la cátedra, la universidad, la tribuna, el foro; el ateneo, la academia, la sociedad filarmónica, la economía de amigos del país; el gran teatro desde el cual he presenciado los diferentes actos y los distintos cuadros a cual más desgarradores que en el gran drama de la sociedad humana le cabe representar a nuestro desventurado país".

Tal y como se recapitulaba hace un par de semanas en las ‘newsletters’ del Eixample, fue Augusto quien fundó la colonia romana de Barcino y Tiberio, su sucesor, quien levantó el templo que fijó los que durante siglos fue el centro de la ciudad, pero fue Cerdà quien la refundó, así que parece hora ya de que este tipo de detalles, dónde vivió y dónde fue feliz, sean subrayados de algún modo, aunque sea con una simple placa.

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