radiografía de un lugar icónico

La plaza Venérea de Barcelona

Xavier Theros publica la biografía entusiasta e inmisericorde de la plaza Reial, yacimiento inagotable de historias memorables

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Carles Cols

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De la insana novela ‘American Psycho’ se dijo en su día, cuando se publicó, que era “el trabajo sucio que alguien tenía que hacer”, un retrato contracorriente de la moda ‘yuppie’ de entonces, y con muchas distancias, claro, lo mismo se puede afirmar, en cierto modo, de ‘Vida i miracles de la plaça Reial’ que acaba de llevar a las librerías Xavier Theros, una biografía exhaustiva e inclemente sobre la arquitectónicamente más bella de las plazas grandes de Barcelona (el resto, Catalunya, Lesseps, Tetuan, Espanya, Glòries y Cerdà son impresentables bodrios) y, a la par, un lugar de vida más que azarosa. La plaza es nuestro Patrick Bateman, presumida y criminal, o, si se prefiere, nuestro doctor Jeckyll y míster Hyde. Si cada personaje vinculado a la historia de este lugar, si cada tienda memorable o cada hecho reseñado por la prensa durante casi 200 años tuviera su placa en la plaza y todas ellas estuvieran bien bruñidas, el brillo alumbraría toda la ciudad.

Es la 'belle de jour' de las plazas de la ciudad, tan señorial y tan canalla a la vez, un lugar sin duda único 

El libro fue un encargo a Theros por parte de la asociación de amigos y comerciantes de la plaza Reial, pero estos, se supone, no esperarían del autor una hagiografía almibarada, sino un relato sincero sobre la ‘belle de jour’ del urbanismo, un lugar a ratos señorial y, otros, vicioso hasta extremos inauditos, todo ello sazonado con momentos casi de realismo mágico. Que en su día el Ayuntamiento de Barcelona quisiera ponerle un piso a Gabriel García Márquez en la plaza resulta muy apropiado si, como recuerda Theros, fue en el Café Restaurante París, en 1862, donde por primera vez se vio hielo artificial en la ciudad. La plaza Reial hecha un Macondo, lo que son las cosas.

Y es que, a dos pasos del puerto, aquel espacio trapezoidal de 55 metros de anchura por 83 de longitud ha sido la puerta de entrada a la ciudad de mucho y diverso, del bacalao, de las primeras monas de Pascua, del primer tapir que se vio en Barcelona, de las primeras ediciones del Premio Nadal, del desembarco de la cocina francesa, del arroz Parellada, del primer ‘self service’ de Catalunya, del jazz (no una, sino dos veces, primero en los años 30 y, después, en los 50, de la mano de los marineros de la Sexta Flota de EEUU), del espiritismo, de las fantasmagorías… El trabajo de documentación llevado a cabo por Theros es excepcional. Si fuera Sísifo, la piedra ya estaría arriba, en la cima. Pero lo jugoso de su nueva obra, claro, es que aquella tenía que ser la plaza de los ricos de la calle de Ferran y terminó siendo una sucursal del barrio Chino al otro lado de la Rambla, un lugar donde los taburetes del Texas se atornillaron al suelo para evitar que volaran en las frecuentes peleas que protagonizaban los muchachos de la Armada americana y donde las cucharillas del café del O’Reixas tenían un agujero en el centro para que los heroinómanos no las pudieran usar en su adicción.

Plaza de los Héroes de España

El cazavampiros Abraham van Helsing tiene una línea de diálogo extraordinaria en el  ‘Drácula’ de Francis Ford Coppola. “La civilización y la sifilización han avanzado siempre juntas”. Pues sí. Podría ser el lema de la plaza Reial, que a lo largo de tres siglos ha tenido o se han barajado para ella varios nombres, Héroes de España, Francesc Macià, Jaume I, Isabel II, Reyes Católicos…, cuando el más ponderado tal vez sería, en un alarde del que se hablaría en todo el mundo, el de plaza Venérea.

Al Café Suizo entraban los señores por la puerta principal con sus esposas y, por la otra, con sus amantes

No en vano, los primeros pasos del libro los da Theros con el prostíbulo más antiguo documentado en Barcelona, el burdel Viladalls, anterior no solo a la urbanización de la plaza, sino incluso al convento de los capuchinos que durante un tiempo ocupó aquel espacio. El vicio, en todas sus formas, Si de sexo se trata, Theros rescata una descripción estupenda del libro que Paco Villar le dedicó a la historia de las cafeterías de la ciudad. En él observa que el Café Suizo tenía en 1880 dos puertas, una que daba a la Rambla, donde los señores entraban con sus esposas, y otra que comunicaba con la plaza, donde los mismos señores entraban con sus amantes. Luego estaba, claro, la prostitución, de menores en la etapa decimonónica, con niñas de 13 a 15 años, a veces, y de un perfil muy peculiar en una etapa posterior. La prensa las llamaba eufemísticamente “mujeres perdidas”, pero en realidad eran muy fáciles de encontrar. Según Theros, la plaza Reial no era, con todo, el Raval. Aquí las prostitutas eran de cliente fijo y en horas de oficina. Incluso los marineros de la Sexta Flota regresaban en busca de viejas conocidas.

El 'Moby Dick' barcelonés

El libro son solo, lástima, 222 páginas, cuando el número de historias de la plaza Reial es como los decimales de pi, un sinfín. Reconoce el autor que, en ese esfuerzo de economizar espacio, esta biografía de la plaza puede parecer que sean solo las notas exhaustivas de una gran novela que alguien debería escribir, el ‘Moby Dick’ barcelonés, pero con una plaza en lugar de cetáceo.

Theros ha tenido la feliz idea de ir en busca de los relatos orales de la plaza y, lo que son las cosas, ha encontrado diamantes ya pulidos

Durante medio año, Theros se ha documentado y, algo mejor aún, ha ido en busca de los relatos orales del lugar antes de que sea tarde. Es uno de los alicientes de la lectura del libro. Se asoma ahí, por supuesto, Nazario, pero este tiene ya su propia obra sobre el lugar, ‘Plaza Real Safari’, publicada en Madrid, porque en Barcelona nadie entendió que era una maravilla. “Ocaña era la plaza Reial que salía a pasear por la Rambla”, recuerda el sevillano. Se recomienda aquí también su lectura. Su crónica de la noche en que conoció a Ocaña es para enmarcar. Nazario escribe tan bien como pinta. Lo que resulta más llamativo es que, por osmosis o por lo que sea, otros protagonistas menos conocidos del lugar tienen también ese don. La mayor parte de los negocios de la plaza Reial siguen siendo familiares. No han aterrizado jamás las cadenas de montaditos y similares. Han cambiado de manos los negocios, pero el rastro, el ‘who is who’ de la plaza es como un árbol genealógico perfectamente ordenado. José Luis Yéboles, por ejemplo, fue durante un tiempo el alma del bar Ambos Mundos, nombre copiado de un bar de Zaragoza, pero que en la plaza Reial parecía una metáfora. Lo que le cuenta a Theros bien podría ser la primera frase de una novela, de esa gran novela antes reclamada: “A mediados de los 70, esto era el patio de la Modelo”. Podría haber dicho que aquel era el mejor de los tiempos y, a la par, el peor de los tiempos, pero esa frase ya tiene dueño.

Es cierto. La policía contó en una ocasión hasta 60 vendedores de droga entre los arcos de la plaza. La droga no era nueva en el lugar. En los años 30 ya hubo sonadas incautaciones de cocaína, pero en los 60 cambió el aroma. En 1967, una breve noticia en la prensa informaba sobre una primera detención por venta de hachís. Era un indicador de lo que estaba a punto de suceder. La plaza sería la escala obligada de todos los ‘hippies’ con destino a Eivissa y, con ellos, cambió incluso la música de la plaza, lo cual requiere un punto y aparte y un retroceso en el tiempo.

La plaza, cosas de la época, se edificó con sótanos bajo todas las fincas que con el tiempo han sido sede de antros icónicos

La plaza Reial es una anomalía urbanística en Barcelona. Es una plaza de arquitectura uniforme, no esa cacofonía de estilos tan común en otras plazas de la ciudad. Se levantó de una tacada y, cosas de la época, con sótanos en todas las fincas, a saber con qué propósito. Lo interesante es el abanico de usos que después se les dio. Si en los años 50 era allí el lugar en que los marinos, en contra de las órdenes prohibitivas que tenían, se desprendían del uniforme y se vestían de civiles para… lo que sea, en los años posteriores nacieron allí algunos de los garitos más icónicos de la ciudad, como el Sidecar, el Karma y el Jamboree.

Lo dicho, la historia de pe a pa de la plaza Reial era el trabajo sucio que alguien tenía que llevar a cabo y, además, con imágenes inéditas, cedidas muchas de ellas por los propios vecinos. De un tiempo a esta parte se supone que es otra cosa, un espacio turístico más de la ciudad, un plató de selfis, un lugar asexuado. Theros, sin embargo, invita a no sacar conclusiones precipitadas. El Bar Ocaña –dice-, bendecido por los familiares del artista prematuramente fallecido, ha sido elegido por una nueva generación como punto de partida de sus noches ‘arravaleras’. Quién sabe qué está por venir. La plaza Reial, si hablara, podría decir lo que un día lamentó Dorothy Parker. “A quien conoce la tormenta, le enferma la calma”