Reconocimiento a una gran pianista

De Larrocha, tras un cráter y unos jardines, tiene por fin una placa en su Eixample natal

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Alícia Torra, hija de Alicia de Larrocha, descubre la placa en recuerdo de su madre.

Alícia Torra, hija de Alicia de Larrocha, descubre la placa en recuerdo de su madre. / Manu Mitru

Carles Cols

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Fue en el 263 bis de la calle de Còrsega donde Alicia de Larrocha aprendió antes leer partituras que cuentos infantiles. Nació allí en mayo de 1923 en el seno de una familia sumergida en un mar de cultura musical, así que a nadie extrañó, primero, que conociera antes las notas que el abecedario, pero un día su tia interpretó al piano ‘La primavera’, de Edvard Greig, y a continuación la minúscula Alicia (toda la vida lo fue, y eso no le impidió ser la más grande) se sentó en el taburete, los pies colgando, y repitió de memoria aquella pieza del compositor noruego. Vivió en Sarrià de adulta, bueno, eso cuando no estaba de gira, pero fue en aquel piso de la Esquerra de l’Eixample donde comenzó todo, así que una placa en la fachada recuerda ahora que ese fue su primer hogar.

Este es el segundo homenaje que en memoria de De Larrocha (1923-2009) lleva a cabo la ciudad que, cuando era niña, no dudó en becarla con una subvención de 2.000 pesetas para que continuara sus estudios musicales. Eso fue en 1930. Un año antes, con solo seis de edad, ya había celebrado su primer concierto en un palacio de la Exposición Universal de Barcelona. Era un prodigio, por supuesto a ojos de los simples aficionados a la música, pero también para los músicos ya consagrados. Aquel 1929 en que debutó ante el público con solo seis años, la vio Arthur Rubinstein durante una visita a la academia de Frank Marshall en la que ella estudiaba. “La escuche interpretar un nocturno de Chopin mientras sus piernecitas bailaban en el aire. Su forma de sentir la música es algo que ni se enseña ni se aprende”.

La nueva placa de memoria de la ciudad, en Còrsega, 263 bis.

La nueva placa de memoria de la ciudad, en Còrsega, 263 bis. / MANU MITRU

No alcanzó jamás ni el metro y medio de altura. Sus manos eran también muy pequeñas. Podía haber sido, pues, simplemente una niña prodigio, la ‘lady Mozart’, como la conocían entonces, pero esos hándicaps jamás le impidieron ser una de las mejores pianistas del siglo XX, de fama planetaria o, podría decirse incluso, interplanetaria. En 2015, Barcelona, a falta de una calle disponible en el nomenclátor, le dedicó unos jardines en Poblenou, pero es que dos años antes con su nombre ya había sido bautizado uno de los 397 cráteres de Mercurio, el más cercano de los planetas al Sol, un lugar bien curioso porque todos sus accidentes geográficos llevan el nombre de artistas que se consideran inmortales. El cráter de De Larrocha no es de los pequeños. Tiene 197 kilómetros de diámetro. Comparte el nomenclátor mercuriano con una constelación de estrellas como Gaugin, Bach, Gaudí, Capote, Cézanne, Hoper, Kueosawa, Lovecraft, Lennon…, y la lista sigue hasta los 397.

La placa parecerá poca cosa al lado de ese honor, pero este tipo de homenajes aún son pocos en la ciudad, en comparación con la trayectoria de Londres o París, así que el hecho de que no haya caído en el olvido es una señal inequívoca de que Barcelona tiene muy presente no solo cuán apreciada fue su técnica por parte de los más exigentes auditorios del mundo, sino también cuánto hizo De Larrocha por proyectar una imagen de su país natal. Era brillante con una partitura en el atril de Beethoven, Mozart o Shubert, pero idéntica pasión ponía cuando aquellas páginas llevaban la fiorma de Granados, Falla, Montsalvatge, Monpou o Suriñach.

Ha sido su hija, Alícia Torra, la encargada de descubrir la placa tras unas interesantísimas palabras en las que ha recordado, además de qué tipo de cariñosa madre fue la pianista a pesar de sus constantes viajes alrededor del mundo (4.000 conciertos en 806 ciudades, que se dice pronto), anécdotas impagables. Como en casa no tenía piano De Larrocha cuando apenas tenía dos años, su padre abrió una puerta enla pared (vivían en un cuarto piso) para acceder a la vivienda de su tía, que residía en la finca contigua, cuarto piso también. Fue allí en frealidad donde primero sorprendió a todo el mundo. De espaldas al piano, cuando su tía tocaba una nota ella la adivinaba. El reto es historia.