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¡Eh!, Barcelona, que Fernán Caballero era una mujer

Dos publicistas lanzan una campaña para feminizar el nomenclátor homenajeando a las escritoras que tuvieron que ocultarse tras seudónimos masculinos

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carrer / ZOWY VOETEN

Carles Cols

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La idea, que conste esto en acta, la tuvieron María Román y Adrián Sarto mucho antes del zipizape que se organizó tras la última ceremonia del Premio Planeta, cuando se supo que la escritora Carmen Mola era en realidad tres plumas literarias que cada mañana se afeitaban la barba y que ahí, frente al espejo, no reparaban en que la broma de hacerse pasar por una mujer se les había ido de las manos. Si fuera un arroz, podría decirse que se les había requemado el ‘zeitgeist’. Román y Sarto, aclarado esto, son dos publicistas matriculados en la escuela barcelonesa de creatividad Brother sometidos estos días al reto académico de lanzar una campaña de carácter social que llegue a buen puerto. Si ustedes leen esto, a lo mejor les ayudan a subir la nota. La publicidad, como bien explican ellos mismos, tanto sirve para convencer al consumidor de que la libertad es sacar la manita por la ventana de un coche deportivo y mecerla al viento (un caso real, como mucho recordarán), como, también, para sumar fuerzas a favor de una causa justa. Eligieron el feminismo y tuvieron, menudos son los publicistas para esto, una muy creativa idea.

Repararon en que las ciudades y pueblos de España han dedicado calles a esas escritoras que víctimas de los tiempos que les tocó vivir se camuflaron bajo un seudónimo masculino, y que, a la hora de elegir un nombre con el que homenajearlas, se optó por el de hombre, nunca por el de mujer. Caterina Albert, alias Víctor Català, tiene como mínimo una docena de calles dedicadas en Catalunya, su tierra natal, donde su firma literaria es venerada por muchos. Forma parte del callejero, por citar seis casos, de Figueres, Sant Cugat, Cerdanyola, L’Escala, Sabadell y Rubí. Su calle es siempre la Víctor Català. No tiene la autora de ‘Solitud’ calle en Barcelona, ciudad que sí se la ha dedicado, en cambio, a otra escritora en la que han reparado Román y Sarto, Cecilia Böhl de Faber, cuya obra está clasificada en librerías y bibliotecas en la estantería de la letra ce, pues era para sus lectores simplemente Fernán Caballero.

La calle de Fernán Caballero, más un aparcamiento al aire libre que una zona de paseo.

La calle de Fernán Caballero, más un aparcamiento al aire libre que una zona de paseo. / ZOWY VOETEN

No es una calle muy conocida, por no decir directamente que ni saben de su existencia los vecinos de las calles colindantes. Son apenas 80 metros de asfalto sin aceras a los pies de los campos de fútbol y rugby del Vall d’Hebron. Va de ninguna parte a ningún lugar, pero no por ello es aceptable lo que ahí sucede. A la escritora le tocó en suerte esta porción de la vía pública en 1956, cuando la comisión del nomenclátor barcelonés organizó una batería de bautismos en aquella zona recién urbanizada de la ciudad. Tuvo su calle la pintoresquista Fernán Caballero y, también, por citar una vía muy cercana, Félix María Sánchez Samaniego, un autor de fábulas del siglo XVIII que a punto estuvo de caer en la papelera de la historia porque antes de morir decidió quemar la mayor parte de sus obras, que tantos dolores en vida le causaron por anticlericales y subidas de tono.

La que causa pasmo es la manera en que Caballero es mencionada en la única placa de la calle. Aparece su nombre literario, sí, Fernán Caballero, la fecha de su nacimiento, en Morges (Suiza), 1796, y el de su deceso en Sevilla, en 1877. Solo se añade un dato más, que era novelista. Solo por contextualizar la desgana con la que fue esculpida esa placa, merece la pena decir que otras ciudades, como Sabadell, también tienen su calle de Fernán Caballero, pero con una clara nota al pie en la que se subraya que fue el “seudónimo de Cecilia Böhl de Faber, novelista castellana”.

Lo que Román y Sarto tienen entre manos es una campaña a favor de una mayor feminización del nomenclátor y su propuesta concreta es una recogida de firmas para que los plenos municipales de donde corresponda sean sensibles a los vientos de cambio y que aquellas mujeres que no pudieron en su época ser relevantes con su nombre real lo sean al menos a partir de ahora en lo que sería, dicen, un merecido y sincero homenaje. Bastaría con invertir las leyendas de las placas. No habría que descabalgar a nadie del nomenclátor. Que Caterina Albert sea el nombre de la calle y que en la placa se apunte en letra más pequeña que publicó su obra como Víctor Català, por ejemplo. Que la callecita sin aceras sea la de Cecilia Böhl y en su leyenda adjunta se recuerde que firmaba como Fernán Caballero.

La feminización del nomenclátor es, de hecho, una asignatura de la que presume hacer siempre los deberes el actual gobierno del Ayuntamiento de Barcelona. Cuando hay una ocasión, no la desaprovecha. El pasado julio, por ejemplo, le concedió a la libertaria Conxa Pérez una de las cuatro placitas del perímetro del mercado de Sant Antoni, donde en una etapa de su vida, durante la posguerra, aquella mujer de novelesca vida tuvo una tiendecita de ropa interior y bisutería que a la par era un lugar de encuentro y escondite de militantes anarquistas.

La feminización del nomenclátor puede decirse que avanzó entonces, en julio, un milímetro, porque la verdad es que el retraso de Barcelona en esta materia es kilométrico. Apenas un 7% de las calles y plazas de la ciudad tienen nombre de mujer (cinco puntos por debajo de la media española) y, lo que es peor, la mayoría son reinas y, sobre todo, santas que en honor a la verdad son en su mayor parte personajes de ficción.

La iniciativa de María Román y Adrián Sarto puede tener, por supuesto, detractores, no necesariamente por un malintencionado machismo, sino porque queda abierto el debate sobre si renunciar al nombre con el que firmaron sus obras sería como una nueva condena de invisibilidad. Es un debate de sobremesa interesante. Para los que ya tengan claro que es una feliz idea, ya saben, aporten su firma a la campaña. Hay más que una buena nota en juego.

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