Barcelonesas inolvidables

La auténtica miliciana de Barcelona

Defendió la ciudad en 1936, luchó en el frente, convirtió su 'parada' de Sant Antoni en un refugio anarquista durante el franquismo, octogenaria estuvo en el 15-M y, ahora, una plaza lleva merecidamente su nombre

Inauguración de la placa dedicada a Conxa Pérez

Inauguración de la placa dedicada a Conxa Pérez / CARLES COLS

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Marina Ginestà parece que será siempre, pese a la decepcionante intrahistoria de la fotografía que la hizo célebre, la miliciana de Barcelona, pero las hubo de verdad, como Conxa Pérez, anarquista literalmente de armas tomar a la que Barcelona acaba de homenajear como se merece, con una porción de la ciudad a su nombre, una de las cuatro plazas que circundan el mercado de Sant Antoni, pues, no en vano, terminada la guerra y de regreso del exilio, abrió allí una tiendecita de ropa interior y bisutería que a la par de práctica para las compras era un punto de encuentro de militantes libertarios en la más absoluta clandestinidad y, en ocasiones, incluso de escondite. Si Barcelona tiene aún una deuda pendiente de pago con el movimiento anarquista, algo que, según se mire, es bastante evidente, acaba de abonar otra cuota.

No hay mejor cincel para esculpir iconos que la fotografía y, he aquí el hándicap, no hay fotos de Pérez de joven con el fusil al hombro y con la mirada luminosa como la que Hans Gutmann le tomó a Ginestà en el terrado del Hotel Colón de la plaza de Catalunya, cuartel general del PSUC durante la guerra, desde donde a través de una de las dos ‘o’ de Colón se asomaba el cañón de una ametralladora para disparar al enemigo, no al fascista, sino al que, por indicación de Stalin, se consideraba un peligroso quintacolumnista, gentes como George Orwell, que militó en el POUM, y, peor aún, anarquistas como Pérez, de la FAI y la CNT. A Ginestà la usaron solo como modelo. El fusil era solo para la foto. 'Mansplaining' comunista, se podría decir.

Marina Ginestà, en una foto propagandísticamente perfecta, en los alto del Hotel Colón de la plaza de Catalunya, cuartel general del PSUC en 1936.

Marina Ginestà, en una foto propagandísticamente perfecta, en los alto del Hotel Colón de la plaza de Catalunya, cuartel general del PSUC en 1936. / Hans Gutmann

No hay fotos gallardas de Pérez, salvo las que le hicieron ya de anciana en las protestas del 15-M y otras luchas actuales, porque nunca dejó de militar. En realidad, de la mayor parte de anarquistas de finales del siglo XIX y principios del XX solo suele haber dos fotos, una de frente y otra de perfil, las de ficha policial, muy a menudo con un ojo amoratado o alguna otra señal del pavor que causaban las ideas libertarias entonces en la gente de orden y en sus agentes uniformados. ¿Qué ideas? Pues reivindicaciones como el divorcio, el derecho al aborto, la jornada laboral de ocho horas, el rechazo a los alquileres abusivos, el fácil acceso a los anticonceptivos y, más de medio siglo antes de Woodstock, hasta el amor libre, una materia sobre la que la propia Pérez, con 95 años recién cumplidos, dijo algo memorable cuando en 2010 la entrevistó Helena López para estas mismas páginas: “Era una cuestión más teórica que práctica. Debatíamos mucho sobre el tema, pero a la hora de la verdad cada uno estaba con su compañero”.

La lucha póstuma de Conxa, feminizar el nomenclátor

A Conxa Pérez, y en eso han coincidido todos sus amigos que han participado en el bautismo de la plaza, le habría molestado este homenaje, pero todos han coincidido también en que, además de engrosar el minúsculo capítulo de anarquistas del nomenclátor barcelonés (Salvador Seguí, Buenaventura Durruti, Àngel Pestaña, Teresa Claramunt…) la decisión es importante sobre todo porque da otro paso en la feminización de las calles de la ciudad. Solo un 8% de las plazas, avenidas, calles y pasajes tienen nombre de mujer, ha lamentado el concejal Jordi Rabassa, pero es que además el 90% son reinas o santas que, en algunos casos, ni siquiera existieron. La corrección de este desequilibrio avanza a paso de tortuga, pero avanza. La semana pasada, por ejemplo, se aprobaron 20 nuevos nombres y, de ellos, 14 corresponden a mujeres.

De Conxa Pérez se ha recordado varias veces su trayectoria, pero su vida es como esas películas, como ‘El hombre tranquilo’ o ‘¡Qué bello es vivir!, que uno nunca se cansa de volver a ver. Nació en 1915 en Les Corts y con 13 años ya entraba cada día a trabajar en la fábrica, en un tiempo en que cada cadena de montaje o de lo que fuera era, como se sabe, una fértil placa de Petri en la que el sindicalismo crecía y se multiplicaba. El suyo fue el que heredó de su padre, el anarquista.

La Segunda República se proclamó cuando solo tenía 16 años pero cuando ya tenía las ideas muy claras. “A nosotros la República no nos dio tanta libertad como esperábamos”, contó en una ocasión en una entrevista. Se refería, por ejemplo, a lo que ocurrió aquel día en que, en una asamblea en la que intervinieron Buenaventura Durruti, Federica Montseny y Germinal Esgleas, se debatieron varias emergencias a las que había que dar respuesta. Una de ellas era que una rebaja del 50% en el precio de los alquileres, un problema endémico de esta ciudad desde mucho antes incluso que cayeran las murallas y que ni siquiera la construcción del Eixample, menudo pelotazo, resolvió. Junto a otros compañeros y a bordo de una camioneta, quisieron llevar su propuesta al Ayuntamiento de Barcelona, pero al llegar a la altura de la plaza de Sant Jaume se desató una balasera, así que al final no hubo diálogo ni nada que se le pareciera.

Conxa Pérez Collado, en 2010.

Conxa Pérez Collado, en 2010. / JOAN CORTADELLAS

Hay que tener ese telón de fondo presente para comprender por qué en 1933 Pérez pasó varios meses en la cárcel de Reina Amàlia. En el transcurso de una manifestación escondió entre sus ropas la pistola de otro militante anarquista. Ese error la llevó a conocer de primera mano la entonces llamada Facultad del Crimen, la prisión que se levantaba en el solar que hoy ocupa la plaza de Folch i Torras del Raval. Desde 1904, aquel infame lugar, escenario de sonados ajusticiamientos públicos a finales del siglo XIX, pasó a ser exclusivamente cárcel de mujeres, pero allí se iba no solo por delinquir, sino, sobre todo, por ser adúltera, lesbiana, prostituta, incluso por decirle adiós muy buenas al marido y, por supuesto, por ser anarquista, parece que el peor de los pecados. Tan mala fama tenía aquella prisión que, nada más comenzar la Guerra Civil, fueron los militantes de la CNT los que abrieron sus puertas y, no contentos con vaciar las celdas, comenzaron en ese mismo instante a demolerla a pico y pala.

Aquel día, sin embargo, Pérez estaba en la otra punta de la ciudad, en el bar Los Federales, habitual punto de encuentro de conciliábulos libertarios, tal vez no de tanta fama como el icónico bar La Tranquilidad, y al saberse que un golpe de Estado  amenazaba la democracia partió con un grupo de compañeros a tomar el cuartel de Pedralbes. “Nos fuimos a atacar el cuartel con la pistola de mi padre y algunos fusiles. ¡Solo unos locos como nosotros eran capaces de creer que con ese armamento se podía atacar un cuartel”. La anécdota, tal y como la contaba en vida, no acababa ahí. Los militares les franquearon el paso hasta el arsenal y de los armarios se llevaron una gran cantidad de armas, pero al cabo de un rato repararon en que se habían olvidado la munición y regresaron a por ella.

Todo eso era muy de Gila, efectivamente, pero aquella aún jovencísima mujer estuvo en el frente, protagonizó alguna heroicidad, como el día que salvó la vida a un miliciano herido y salió indemne de infiernos como el de Belchite, y terminada la guerra, como tantos otros, pasó por el terrible campo de refugiados de Argelès.

Llum Ventura, emocionada, ayuda a Jordi Rabassa, ambos a la derecha, a descubrir la placa que da nombre a la plaza frente al mercado de Sant Antoni.

Llum Ventura, emocionada, ayuda a Jordi Rabassa, ambos a la derecha, a descubrir la placa que da nombre a la plaza frente al mercado de Sant Antoni. / JOAN MATEU

En realidad, lo que son las cosas, la única herida que la acompañó durante años en forma de metralla incrustada en sus carnes la sufrió en la plaza de Catalunya de Barcelona en mayo de 1937, en la llamada guerra dentro de la guerra. Por supuesto que no tuvo nada que ver en ello, pero el bando contrario de Pérez entonces era el que icónicamente representaba Marina Ginestà. Los comunistas controlaban la plaza desde el hotel Colón. Lo que sucedió de puertas adentro de aquel establecimiento no ha sido aún primorosamente recreado en ninguna película o documental. Qué error. Los burgueses que allí se alojaban huyeron a la carrera cuando Barcelona comenzó a oler a pólvora y, durante unos cuantos días, los camaradas del PSUC dieron buena cuenta de la despensa y del mueble bar. Fue en aquellos lujosos salones en que a alguien se le ocurrió subir a Ginestà al último piso y, con un ‘despeinado’ que le da una fuerza narrativa inconmensurable a la imagen, conseguir aquella foto que en 2002 se hizo célebre cuando se rescató, perdida como estaba, del fondo de imágenes de la agencia Efe.

El mural mágico de Marina Ginestà

Marina Ginestà no tiene ni calle ni plaza, pero en la plaza de Dones del 36, en Gràcia, tiene un mural realmente sorprendente. Merece una visita. Está en una pared ajardinada de la plaza. A simple vista, resulta casi imposible ver la imagen. Entonces, lo que hay que hacer es sacar el teléfono del bolsillo y enfocar con la cámara hacia esa pared. Simplemente, aparece en la pantalla. La plaza, por cierto, tiene su pequeña historia. Cuando se inauguró, el ayuntamiento le puso rejas para cerrarla por la noche. Las mujeres del 36, que habían conocido la cárcel, protestaron. Rejas, a quién se le ocurre. Las quitaron, claro.

Los anarquistas, en cambio, siempre han andado algo cortos de esta imaginería, al menos en Barcelona, donde puede que su representación más conocida, aunque tampoco mucho, sea esa figurita que Antoni Gaudí hizo esculpir en la fachada de la Sagrada Família en la que un demonio con cuerpo de serpiente entrega una bomba Orsini a un pérfido anarquista.

Una anarquista recibe una bomba Orsini de manos de un serpenteante demonio, en la fachada principal de la Sagrada Família.

Una anarquista recibe una bomba Orsini de manos de un serpenteante demonio, en la fachada principal de la Sagrada Família. /

La plaza que le han dedicado a Conxa Pérez es, cuestión de gustos, una de las más bonitas de la ‘superilla’ de Sant Antoni, pero lo sobre todo remarcable es que en esta ocasión la concejalía de memoria que pilota Jordi Rabassa no se ha andado con remilgos y eufemismos y sobre el mármol de la placa queda claro que la homenajeada era una libertaria. En ocasiones anteriores, como ocurrió con Joan Peiró, su filiación anarquista se disimuló con el burdo truco de decir que era sindicalista.

Conxa Pérez murió con 98 años en 2014. El reconocimiento a su trayectoria, por fortuna, le llegó en vida. No solo fue una activista más del 15-M, sino que nunca tuvo un no para todas esas generaciones de jóvenes que por uno u otro motivo querían conocerla o entrevistarla. Un día, le dijo a Llum, su amiga, casi una ahijada, que ya estaba cansada, que mejor basta. A los cuatro días murió.

Suscríbete para seguir leyendo