147 años sin monumento ni placa

El quinto intento de erigir un monumento a Cerdà, como es tradición, fracasa

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A vista de pájaro, el Eixample, tal vez el mayor monumento a Cerdà posible.

A vista de pájaro, el Eixample, tal vez el mayor monumento a Cerdà posible. / XAVIER JUBIERRE

Carles Cols

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A Caperucita, a Carlos Gardel, a un toro pensativo y de todo menos bravo, a un ventrílocuo, Toresky, que se hizo famoso en la radio, raro lugar para exhibir esa habilidad… El Eixample, eso es incuestionable, está mucho más que abierto a albergar arte urbano que rinda homenaje a todo tipo de ideas y de personajes, incluso a aquellos que, pongamos por caso Joan Güell, tolerarían mal hoy la prueba del algodón de la historia. Cabe de todo. Menos Ildefons Cerdà. El quinto intento de erigir un monumento o un ‘loquesea’ (definición adecuada para la escultura que sí hubo entre 1957 y 1971) dedicado al padre del Eixample parece que va camino de ser tan estéril como los anteriores. Se anunció el pasado marzo un concurso internacional de ideas para levantar en mitad de Glòries tan merecido reconocimiento. No ha pasado de ser eso, un anuncio. No se tramitó. Puede que la sexta tentativa, cuando llegue, sea la definitiva, pero entonces será una lástima, porque se pondrá fin a lo que son ya casi 150 años de desdén, o sea, a todas luces, una tradición local.

Lo anunciado en marzo no era poca cosa, en primer lugar, desde el punto de vista escultórico, porque una de las condiciones del concurso era que el nuevo ‘loquesea’, colocado justo en la intersección de la Gran Via, la Diagonal y la Meridiana, pudiera hacer las veces de mirador sobre la cuadrícula del Eixample, mientras que en subsuelo, en un espacio disponible pese a la infinidad de servicios que alberga, se acondicionara una suerte de museo cerdaniano. Pero tal vez más interesante era lo segundo, lo simbólico, es decir, que el proyecto tenía el respaldo tanto del Col.legi d’Arquitectes de Catalunya como del de los ingenieros de caminos, canales y puertos. Cerdà era lo segundo y, no es ningún secreto, el gran desprecio con el que se le trató en vida y, sobre todo, una vez fallecido provenía de miembros del primer gremio. Asegura el nuevo gobierno municipal que aprovechará ese abrazo de Vergara entre los dos gremios profesionales y que, con o sin matices, retomará el proyecto. Veremos.

Lápida en la tumba de Ildefons Cerdà en el cementerio de Montjuïc.

Lápida en la tumba de Ildefons Cerdà en el cementerio de Montjuïc. / JOAN CORTADELLAS

“Hay que limitar lo antes posible el desarrollo de este tablero de ajedrez que no responde a nada. (…) Hay que estudiar el modo de romper la uniformidad abrumadora de estos cuadrados de falansterio comunista o de cuartel de esclavos”, escribió en su día Josep Puig i Cadafalch, no precisamente un don nadie, para quien el Eixample era “uno de los horrores más grandes del mundo”, con sus “casas hechas a semblanza de los nichos de un cementerio”. Esos son alguno de los antecedentes de la inquina hacia Cerdà, tan enraizada durante décadas que hay un detalle en el que apenas nadie ha reparado. Lo ha hecho Francesc Magrinyà, ingeniero de caminos como Cerdà, y gran estudioso de su obra.

“Ni siquiera una placa recuerda dónde vivió”, explica. Tenía su piso, cómo no, en el Eixample, en el 71 de la calle de Bruc, a una calle de las cuatro primeras esquinas que se edificaron extramuros. Una placa no es un monumento, de acuerdo, pero visto lo visto, es un homenaje bastante más digno de la plaza que hoy tiene dedicada, no en el Eixample, como sería lógico, sino justo en la frontera con L’Hospitalet, y además notablemente fea.

Fue precisamente en la plaza de Cerdà donde se intento llevar el cuarto intento (fallido, como todos) de erigir un monumento, justo después de los Juegos Olímpicos. El encargo se lo hicieron a Javier Mariscal, que presentó tres bocetos. Cada idea superaba en dimensiones a la anterior y, en un ataque de prudencia, el gobierno municipal optó porque la iniciativa cayera en el olvido.

El homenaje a Cerdà que Mariscal imaginó para la plaza dedicada al ingeniero.

J. M.

Recuerda Magrinyà que 2024 será el año de la ingeniería y que en 2026 se cumplirán 150 años del fallecimiento de Cerdà, ambas ocasiones perfectas para poner fin a este absurdo y, ya puestos (ríe la idea, por provocadora) una oportunidad para que le sea concedido con carácter póstumo el título de arquitecto. Sería una manera de reconciliar a esos dos gremios sobre esta cuestión y dejar atrás sus rencillas de capuletos y montescos.

En realidad, incluso eso sería poco. Cerdà fue topógrafo cuando levantó el plano de la ciudad extramuros, economista cuando propuso una estrategia de reparcelación del suelo que permitiera realmente edificar la nueva ciudad, sociólogo cuando radiografió la sociedad barcelonesa obrera y sus necesidades, político cuando fue concejal y diputado, historiador cuando investigó la evolución del urbanismo desde los tiempos del trogloditismo y un adelantado a su tiempo cuando expuso todo su conocimiento en su obra magna, Teoría General del Urbanismo, una especie de ‘El origen de las especies’, pero referido a las ciudades.

Lo dicho, no hay en el Eixample ni una simple placa de latón en la fachada del que fue su hogar. La primera ocasión en que se planteó levantar un monumento en su honor fue en 1884. Nada. De nuevo se retomó la idea en 1888. Tampoco. Dicen que Francesc Rius i Taulet, entonces alcalde, se acobardó por cómo se lo tomarían los arquitectos. El tercer intento, en 1957, no fue fallido. José María de Porcioles encargó al arquitecto y paisajista Antonio María Riera Clavillé una escultura y este, efectivamente, la hizo. Quedó instalada en el kilómetro cero de la autovía de Castelldefels hasta 1971. Nunca quedó claro si aquella superposición de bloques de cemento engarzados con barras de hierro era un brindis por Cerdà o una alegoría de las ‘remuntes’ que tanto gustaban a Porcioles.

El monumento a Cerdà, entre 1957 y 1971

El cuarto intento fue el mariscaliano, y el quinto, el que ahora ha muerto en la orilla porque, al parecer, con la proximidad de las elecciones municipales fue inviable completar todos los trámites necesarios para lanzar el concurso internacional de ideas, que, ahí es nada, prometía un millón de euros para su ejecución.

¿Llega tarde toda esta reparación de la figura de Cerdà? Bueno, han pasado 147 años desde que el diario ‘La Imprenta’ publicó un obituario del Cerdà, en la edición vespertina del 23 de agosto de 1876, digno de aplauso. No viene firmado, y es una pena, porque lo escribió alguien con gran sentido de la perspectiva histórica. “El señor Cerdà era liberal y tenía talento, dos circunstancias que en España perjudican y suelen crear muchos enemigos”. Celebraba aquel obituario la amplitud de miras del ingeniero, que fue de presentar un proyecto de ampliación de Barcelona que eclipsó los “absurdos” planos de sus contrincantes, arquitectos, varios de ellos. “Eso le valió al señor Cerdà no pocas enemistades. Desde el primer momento, puestas de acuerdo la codicia y la ignorancia, trataron de desvirtuar su obra…”.

Aquel adiós era muy sentido y, de paso, hacía hincapié en la cuestión que ahora viene al caso. “Barcelona no ha dado el nombre de Cerdà a ninguna de sus calles ni le ha dedicado una inscripción siquiera. Peso esto no importa. El señor Cerdà supo levantarse a sí mismo, con el plano del ensanche, un monumento imperecedera y superior a cuantos puedan dedicarle sus conciudadanos”.