Quinto intento en 139 años

Barcelona retoma el reto del monumento a su "visionario maldito", Ildefons Cerdà

El ayuntamiento convoca un concurso internacional para erigir una escultura, incluso un mirador con vista al Eixample, en mitad de la plaza de las Glòries

Escultura Cerdà Centelles

Escultura Cerdà Centelles / Jordi Díez

Carles Cols

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Justo allí donde topográficamente se cruzan la Diagonal, la Meridiana y la Gran Via, en mitad de la plaza de las Glòries, el Ayuntamiento de Barcelona acaba de anunciar a los cuatro vientos que convoca un concurso internacional de ideas para erigir de una vez por todas un digno monumento a Ildefons Cerdà (sería este el quinto intento en más de un siglo) para que el incuestionable padre del Eixample deje de ser (como un día le definió con gran acierto el cronista Lluís Permanyer) el “visionario maldito” de esta ciudad. El lugar elegido para dar a conocer el concurso no es casual. Se pretende que sea allí, en mitad de Glòries y no al otro extremo de la Gran Via, en la plaza de Cerdà, donde se erija el homenaje, pero no algo minimalista, sino de gran altura, para, según cómo sea el proyecto ganador, sirva incluso de mirador desde el que contemplar la cuadrícula del Eixample.

La idea la lanza el ayuntamiento de la ciudad tras superar un primer obstáculo que no es menor. El proyecto tiene el aval de Col·legi Oficial d’Arquitectes de Catalunya (COAC), que ya es mucho, pero nunca está de más recordar que Cerdà no era de ese gremio, todo lo contrario, era ingeniero de caminos, así que también estará el colegio oficial de este oficio a la hora de bendecir qué propuesta se proclama vencedora. De hecho, la iniciativa es una propuesta largamente reivindicada por el Col·legi d’Ingeniers de Camins, Canals i Ports. En cierto modo y de forma simbólica se puede afirmar que se entierra el hacha de guerra que en vida e incluso después de su muerte enfrentó a Cerdà con arquitectos como Josep Puig i Cadafalch, que le dedicó insultantes artículos en ‘La Veu de Catalunya’ y que poco o mucho estuvo detrás de que se jamás se le rindiera un homenaje en forma de monumento.

Que haya paz alrededor de la idea parecerá un deseo simplemente natural, pura corrección política a menos dos meses de las elecciones. También, de algún modo, estarán representadas en el jurado las organizaciones vecinales y se podría decir de nuevo lo mismo. A nadie que esté al tanto del pulso de la ciudad se le escapa, sin embargo, que Cerdà vuelve a ser motivo de disputa a raíz de las obras en curso, sobre todo, en la calle de Consell de Cent, ‘casus belli’ para una parte del espectro político (desde el rojo tenue del PSC hasta el azul más intenso de la derecha), que cree que se está mancillando la obra del ingeniero. Todo lo contrario sostiene el resto del arcoris político, sorprendido de que se asegure que Cerdà concibió el Eixample como un ecosistema perfecto para el coche, cuando ese ingenio mecánico ni siquiera existía cuando se comenzó a edificar la ciudad extramuros.

Es en mitad de esta extraña efervescencia, cuando cada frente asegura ser depositario de las reliquias de Cerdà, que el equipo de Ada Colau ha desencallado, por enésima vez en la historia, la idea del monumento.

La primera ocasión, aunque muy tímida, fue en mayo de 1884. Se acordó en el pleno municipal que se esculpiera una figura del ingeniero y que se colocara en mitad de la plaza de Tetuán, entonces en fase de ajardinamiento. Nada sucedió más allá del simple blablablá.

La segunda vez fue cuatro años más tarde, con motivo de la Exposición Universal de 1888, cuando la ciudad aprovechó para acoger, además, un congreso internacional de ingeniería. Muy animados tal vez por verse entre tantos colegas, los colegiados de ese oficio fueron un poco más allá. Realizaron una maqueta, presentaron detallados planos y hasta pusieron una primera piedra, pero llegada la hora de la verdad, el alcalde, Francesc Rius i Taulet, tal vez por miedo a desairar a los beligerante arquitectos, que eran al fin y al cabo los que estaban dando forma al Eixample, se acoquinó. Segundo intento, segundo fracaso.

La tercera tentativa dio algún fruto, raro, pero fruto al fin y al cabo. Fue a raíz de la construcción de la autovía de Castelldels, que nacía entonces en lo que hoy es la plaza de Ildefons Cerdà. Entonces no era aún el horroroso ‘scalextric’ que sería años después. Era el año 1957. José María de Porcioles acababa de ocupar el sillón de alcalde de la ciudad y le encargo una escultura al arquitecto y paisajista Antonio María Riera Clavillé, en cuyo currículum destacan, más que nada, instalaciones del Zoo de Barcelona y del antiguo parque de atracciones de Montjuïc. La diseñó y se construyó. Era una suerte de ‘castell’sin ‘folre’ ni ‘manilles’ en la que varios bloques de cemento elevaban una torre que se sustentaba con barras de hierro. No era fácil quererla, aunque siempre podía jugar a favor de ella el hecho de que la detestara el ministro de Obra Públicas entonces, Jorge Vigón. “Me hicieron inaugurar una mamarrachada en Barcelona”, dijo de regreso a Madrid”. Solo por eso ya merecía que, aunque fuera retirada, como sucedió en 1971, se conservara en el almacén municipal, pero acabó reducida a escombros.

La plaza de Cerdà, en los años 80, el peor de los homenajes al padre del Eixample.l

El guadiana del monumento a Cerdà volvió a brotar tras los Juegos Olímpicos, justo cuando Joan Clos tomó el relevo de Pasqual Maragall como alcalde. La ciudad había vivido una cierta primavera de arte urbano con motivo de la cita olímpica y se propuso desde la alcaldía dignificar la plaza de Cerdà, si eso fuera posible, con una estatua. En la cresta de la ola de su fama, el proyecto cayó en manos de Javier Mariscal, que presentó hasta tres bocetos que proponían esculturas gigantescas. El primero de ellos lo bautizó con el título de ‘Volem la Lluna’, lo cual ya da una idea de sus dimensiones. Con discreción, se optó por esperar que las informaciones publicadas sobre aquella cuestión quedaran enterradas en la hemeroteca por otras noticias. Así fue.

Guim Costa, decano del Col·legi Oficial d'Arquitectes de Catalunya, Janet Sanz, segunda teniente de alcalde, y Pere Calvet, decano del Col·legi d'Enginyeria de Camins, durante la presentación del concurso internacional.

Guim Costa, decano del Col·legi Oficial d'Arquitectes de Catalunya, Janet Sanz, segunda teniente de alcalde, y Pere Calvet, decano del Col·legi d'Enginyeria de Camins, durante la presentación del concurso internacional. / GEORGINA ROIG

Solo con motivo de la celebración del Any Cerdà a caballo de los años 2009 y 2010 se comenzó a recuperar de nuevo la idea, gracias, sobre todo, a la voz del Albert Serratosa, ingeniero, y en cierto modo el concurso ahora anunciado, que viene acompañado de un presupuesto de un millón de euros, es heredero de aquel impulso de entonces.

¿Cómo será la pieza? No se sabe. El concurso de ideas esta abierto a cualquier planteamiento, pero su ubicación ya predetermina, a lo mejor, algún concepto. Aunque parezca imposible, el subsuelo de la intersección de Diagonal, Gran Via y Meridiana no esta ocupado por nada. No hay ni túnel de coches ni tampoco de ferrocarril suburbano. Tampoco hay infraestructuras de otros servicios. Eso abre la puerta, según fuentes municipales, a que el monumento tenga incluso un espacio museístico subterráneo, pero lo que más se desea es que haga la función de mirador elevado. Según la teniente de alcalde Janet Sanz, durante el segundo semestre de 2023 el jurado podría ya tener un veredicto y a finales de 2024 la obra podría ser ya inaugurada, todo un buen propósito, aunque los antecedentes invitan a la cautela.

El monumento a Cerdà, entre 1957 y 1971

Hasta entonces, caben tres alternativas para rendir pleitesía a al pobre visionario maldito que fue Cerdà. La primera es viajar a su Centelles natal. Tiene allí una escultura de tres metros de altura de acero inoxidable con un cierto aire a personaje de Miyazaki. La segunda cae más cerca. La lápida de la tumba de Cerdà en Montjuïc (camposanto al que fueron trasladados sus restos en 1971) es de las más originales del cementerio. Es un pequeño Eixample con el aspecto que tenía antes de que la especulación pervirtiera el proyecto.

La tercera alternativa, no obstante, puede que sea la mejor. La dejó escrita Fabián Estapé en la gran biografía que le dedicó al ingeniero. “La tarea de Cerdá fue casi inhumana, y por serlo tuvo que pagar un altísimo precio de incomprensiones, injurias e ingratitudes. Pero estimo que Ildefonso Cerdá merece cualquier cosa menos compasión. Cuando puede observarse una relación de causa-efecto entre la vocación libremente elegida y los resultados conseguidos, el sentimiento que ha de brotar es el de admiración y no el de conmiseración. En cierto modo, Ildefonso Cerdà fue un iluminado que tuvo tiempo suficiente, a pesar de todo, para contemplar los resultados de sus esfuerzos.” Los pudo contemplar él en vida y, desde entonces, todos los barceloneses.