Novedad editorial
La azarosa historia de Fort Pienc y Sagrada Família, en 182 fotos
El Eixample de antes y el desaparecido, eterno gracias a Efadós
Un monumento de papel rinde homenaje al paseo de Gràcia en su bicentenario
Carles Cols
Periodista
Acaba de sacar de la imprenta la editorial Efadós otra de sus imperdibles obras, en esta ocasión dedicada al parto de los barrios del Eixample, con una selección, como siempre, de impagables fotografías y acertadísimos comentarios que las contextualizan. El título del libro es el habitual en estos casos, ‘Sagrada Família i Fort Pienc desapareguts’. Ningún alarde, es obvio, nada de buscar un juego de palabras o hacer un guiño distinto al lector, porque está más que comprobado que esa fórmula tiene un tirón comercial de aúpa. Merecido, por otra parte. Pero, como siempre también, el contenido brinda, más allá de la contemplación de las imágenes, un sinfín de posibles excursiones narrativas. Esta vez, por ejemplo, de la mano del autor, Carles Salmurri, se viaja al pasado industrial de aquella porción de la ciudad, a su monumentalidad y, ya puestos, por qué no, a cómo la ley del más fuerte determinó su aún vigente toponimia.
¿Por qué Fort Pienc? ¿Alguien se pregunta alguna vez por la etimología de aquel lugar? Un mercado, una escuela y una biblioteca (recién bautizada como Ana Maria Moix, menos mal) llevan ese apellido, heredado, lo que son las cosas, de la fortaleza militar que allí se construyó por orden de Francisco Pio de Savoia, capitán general de Catalunya tras la batalla de 1714, un militar (por no decir cosas más gruesas) de pésima fama en la ciudad, que levantó aquella posición, se supone, para defender Barcelona, pero que como el castillo de Montjuïc o la Ciutadella sirvió en realidad para castigar a la población cuando en ella se despertaban las ganas de ‘bullanga’. Que en determinado momento, el barrio dejara de ser Fort Pius y derivara en el más disimulado nombre de Fort Pienc debería categorizarse en la misma carpeta de curiosidades barcelonesas en la que destaca el caso de la calle de Ferran, una de las más hermosas de Ciutat Vella, que a veces se olvida, pero está dedicada a otro impresentable, Fernando VII.
El nombre del segundo barrio al que está dedicado el libro no se presta a confusiones, Sagrada Família, aunque merece, como mínimo, una anotación a pie de página. Había ahí antes otro barrio, el Poblet, del que se conservan algunas fincas en callejones, pero a la que la arquitectura de Antoni Gaudí comenzó a despuntar entre las fincas agrícolas y las primeras fábricas, la zona pasó a ser ya, de forma indiscutida, la Sagrada Família, como si para expiar los pecados cometidos durante la furia anticlerical de la Setmana Tràgica no bastara solo con un templo, sino que había que hacerlo otorgándole ese nombre a toda una porción del Eixample.
Entre líneas aparece en el libro un tercer caso de arqueología toponímica. Ha que agradecer efusivamente a Salmurri que no caiga en el olvido. Es la calle de Sant Antoni Maria Claret, que también tomó posesión a la brava de un nombre preexistente (era la calle de Coello) por el simple hecho de que una de las primeras fincas que perfilaron la silueta de esa vía fue el colegio que una orden religiosa fundó allí en 1871, en honor a otro personaje discutible, el confesor de Isabel II, un cura de posiciones retrógradas incluso para los parámetros del siglo XIX. Las consideraciones del padre Claret sobre el papel de la mujer en la sociedad deberían aflorar (es solo una propuesta) cada 8 de Marzo, como muy poco, más si fuera posible. Tal vez incluso la Ponència Municipal del Nomenclàtor debería tomar cartas en el asunto.
La lectura del nuevo libro de la colección de desaparecidos de Efadós es, como siempre, muy adictiva, pero la fama le viene a estas obras por su fondo fotográfico, lo cual merece un recordatorio.
Más allá del paralelo 74, en el corazón del Círculo Polar Ártico, esta una auténtica Arca de Noé Vegetal. Es el Banco Mundial de Semillas de la isla de Svalbard (Noruega). Se almacenan ahí casi un millón de variedades de 6.000 especies vegetales. Es uno de los mayores ‘por si acaso’ de la humanidad. Efadós comienza a ser un ‘por si acaso’ de parecidas dimensiones, porque en el último recuento eran más de 700.000 las fotografías que atesoraba tras años de cosechas. Es un fondo sin igual en Catalunya y que Salmurri considera que debería ser premiado por las instituciones públicas sin más dilación. Es una muy oportuna sugerencia.
En ‘Sagrada Famíla i Fort Pienc desapareguts’ las fotos seleccionadas son 182, notablemente valiosas porque muchas de ellas raramente se han visto antes. El ‘collage’ ofrece un retrato de esos barrios que evitar caer en los lugares comunes. Por supuesto que hay fotografías de la Sagrada Família y del Hospital de Sant Pau, el modernismo que le ha tocado en suerte a esa esquina del Eixample. También del Palau Macaya y de la Casa Planells. Un hueco tienen, cómo no, la primera Estació del Nord, de la que salían los trenes hacia Zaragoza, y la Monumental, que comenzó a ser llamada así cuando quedó claro que era la plaza de toros más grande de España, un lugar, además, que es una suerte de gráfica de los biorritmos políticos y sociales de este país. En una misma página, el libro junta una imagen del homenaje que en aquel ruedo se hizo en 1940 al criminal general Yagüe y, debajo, casi desde el mismo ángulo, el coso lleno de militantes del PSUC en 1978. Y casi a mitad de camino de esas dos fechas, actuaron ahí los Beatles, otra foto para el recuerdo.
Pero la fama a estos libros de Efadós le viene, sobre todo, por el recuerdo de lo que a veces borra la memoria, como las barracas que hasta los años 60 hubo en la calle de Cartagena, la sucesión de fábricas de la calle de la Indústria, la controvertida erección del monumento a Jacint Verdaguer, porque lo inauguró Alfonso XIII con su dictador de cabecera, Miguel Primo de Rivera, algo que enojó tanto a la intelectualidad catalana que el mismo día y a la misma hora prefirió recordar al aquel singular poeta, cura y exorcista frente a su sepulcro.
Para los amantes de las mil historias de Barcelona, el libro no pocas escenas icónicas. Para quienes creen, por ejemplo, que el primer acto de resistencia de Barcelona al franquismo (visto que en 1939 se rindió sin apenas disparos) fue la huelga de los tranvías de 1951, una foto tomada desde un balcón, en Mallorca con Lepant, casi única en su especie, disecciona a la perfección en qué consistió aquella revuelta que, por cierto, le ganó el pulso a la dictadura. Para los amantes de la historia de la automoción, porque hay que recordar que Barcelona fue la Detroit del sur de Europa durante el primer tercio del siglo, resultan fascinantes las imágenes de la fábrica Elizalde y de la sucursal de General Motors en Barcelona. Para los que lamentan la pérdida de la identidad comercial de la ciudad, los orígenes de Can Soteras ahí están, en blanco y negro.
En honor a la verdad, de cada una de las fotografías se podría escribir una extensa y vibrante crónica. La lástima es tener que hacerlo de las 182 al alimón. Qué se le va a hacer.
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