Novedad editorial

Un monumento de papel rinde homenaje al paseo de Gràcia en su bicentenario

Ascenso y caída de Barcelona en 600 fotografías

El Eixample de antes y el desaparecido, eterno gracias a Efadós

Manifestación de ciclistas en paseo de Gràcia, durante el primer tercio del siglo XX.

Manifestación de ciclistas en paseo de Gràcia, durante el primer tercio del siglo XX. / JOSEP MARIA CO DE TRIOLA - AFCEC

Carles Cols

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Cumple el paseo de Gràcia 200 años, un bicentenario elegido un poco al tuntún, porque en 1821, cuando una epidemia de fiebre amarilla se llevó por delante a una quinta parte o más de los barceloneses, aquellos terrenos, en los que hoy se alza el modernismo más lucido de la ciudad y en el que las grandes marcas del lujo se dan codazos por tener tienda cara al público, todavía hizo las veces de improvisado cementerio de grandes zanjas. Pero se acepta que un par de años más tarde, el antiguo camino que llevaba hasta Gràcia nació como paseo, entre otras razones porque se plantó una doble hilera de árboles y poco después, en una señal inequívoca de que aquello iba a tener el genotipo característico de Barcelona, se instalaron mesas y sillas, vamos, las primeras terrazas. De todo eso y mucho más versa el libro que la editorial Edafós y el cronista Lluís Permanyer acaban de sacar de la imprenta, una suerte de biografía ilustrada del paseo de Gràcia, un monumento de papel, se podría añadir.

Nodrizas en el paseo de Gràcia.

Josep M. Sagarra

Solo por abrir boca y antes de subrayar de forma más ordenada por qué ‘El passeig de Gràcia, 200 anys d’un espai burgès’ es un libro memorable, he aquí una anécdota de aquellas que el autor atesora tras años de oficio y con las que en esta ocasión salpimenta el capítulo dedicado al modo en que las clases acomodadas utilizaban esa avenida par ver y ser vistos. Había una gestualidad sobre cómo descubrirse la cabeza al saludar a una dama, un pormenorizado calendario del luto por la muerte de un familiar, un pautado protocolo sobre cómo ir de visita o recibir invitados en casa e, incluso, una manera de vestir a las nodrizas para que salieran a pasear a los niños por la calle, porque solían ser mujeres de procedencia humilde y no se trataba de que ofrecieran una mala imagen de la familia para la que trabajaban. Todo aquello, de obligado conocimiento si se residía o presumía en el paseo de Gràcia, estaba incluso recogido en un manual publicado en 1883 por Camil Fabra, marqués de Alella, precisamente el año en que fue alcalde de Barcelona. ‘Código o deberes de buena sociedad’, se titula, por si ustedes gustan. La anécdota que recuerda Permanyer es que una noche de ópera se fue la luz en el Liceu y, con toda la sala a oscuras, se escuchó a alguien gritar desde un palco…, “¡Fabra!, y ahora qué tenemos que hacer”.

El paseo de Gràcia, cuando las sombrererías eran un gran negocio.

El paseo de Gràcia, cuando las sombrererías eran un gran negocio. / L. ROISIN - Arxiu Històric Fotogràfic IEFC

El libro, lo dicho, es un mano a mano entre el autor de los textos y el capital fotográfico que es capaz de aportar Efadós, una editorial que en 1996 comenzó a recopilar imágenes antiguas de los pueblos y ciudades de Catalunya, con el propósito inicial de publicar unos modestos fascículos, y que a día de hoy posee un fondo de más de 700.000 archivos, una barbaridad, lo que le permite, cada ciertos meses, llevar a las librerías tomos excepcionales, como este del paseo de Gràcia.

Tan mayúsculo es el fondo de Efadós que facilita, en esta ocasión, la labor de diseccionar el objeto de estudio, la calle más señorial de Barcelona, con un método casi de médico forense, órgano a órgano. Hay un capítulo para los orígenes de tan famosa calle, para su primera arquitectura, para la irrupción posterior del modernismo, para los elementos ornamentales, para sus tiendas y sus vecinos ilustres, para las celebraciones populares e incluso para cuál fue su uso como escenario de patrióticos desfiles. Por ejemplo, subraya Permanyer la devoción con la que los barceloneses en erigían un arco de triunfo cada vez que un rey de España visitaba la ciudad, aunque fuera efímero (el arco, no el rey) y en el paseo de Gràcia hubo uno, por supuesto, para homenajear a Alfonso XIII en 1904.

Sin reparar en gastos, arco de triunfo en honor de la visita de Alfonso XII a la ciudad.

Sin reparar en gastos, arco de triunfo en honor de la visita de Alfonso XII a la ciudad. / LLUÍS GIRAU IGLESIAS - AFCEC

Llegó el Borbón a la ciudad en tren, a la estación de la esquina con Aragó, salió por esa glorieta que según Josep Pla parecía “el Partenón de la arquitectura urinaria” y cabalgó después por el paseo de Gràcia vestido como recién salido del tintinesco reino de Ottokar. Las fotos de Efadós dan fe de ello.

A la historia del paseo de Gràcia se pueden aproximar los barceloneses desde distintos puntos de vista. Está, por supuesto, el ineludible, el de imaginar que todo aquello era campo antes de que cayeran las murallas, porque la autoridad militar tenía prohibido que se edificara hasta la distancia de un disparo de cañón desde lo que hoy es la ronda de Sant Pere, o sea, más o menos, según la balística de la época, hasta la actual calle de Bonavista. Pero la aproximación más interesante a la historia es, valga la redundancia, la que permite entender la propia historia de la ciudad. Aunque detestado por sus contemporáneos, Ildefons Cerdà brindó a los arquitectos algo de lo que carecían en la ciudad intramuros, literalmente perspectiva. La eclosión del modernismo en Barcelona no habría sido la misma si no se pudiera tomar distancia de la fachada de los edificios. Se pregunta el autor, y no sin gran razón, qué fama tendría hoy el Palau Güell si se hubiera alzado en el paseo de Gràcia y no en mitad de las estrecheces del Raval.

La plaza Cinc d'Oros, nombre que nació como una broma, aún sin ningún tipo de monumento.

La plaza Cinc d'Oros, nombre que nació como una broma, aún sin ningún tipo de monumento. / JOAQUIM MORELLÓ NART - AFCEC

En el extinto Teatro Lírico del paseo actuó Sarah Bernhardt, que se dice pronto, actriz que renovó el arte de morir en escena, incluso en papeles masculinos, como cuando interpretaba al mismísimo Hamlet. Desde el 71 del paseo de Gràcia, edificio coronado con un observatorio astronómico, se captó el 4 de octubre de 1957, hito mundial, una de las primeras señales del vuelo espacial del Sputnik. Tres años antes de aquella fecha, en el cine Fémina se proyectó por primera vez en Barcelona una película en cinemascope, ‘La túnica sagrada’. Y muchos antes, a finales del XIX, fue también en el paseo de Gràcia donde por primera vez los barceloneses conocieron a Wagner, ya saben, ese compositor que, según Rossini, tenía momentos muy bellos y cuartos de hora insoportables. Esa andanada viene al caso porque, sí, también el paseo de Gràcia, recuerda Permanyer en el libro y documenta Efadós, ha tenido sus malos momentos, como cuando el sector bancario tomó los bajos comerciales y aletargó la vida comercial de la avenida, hasta el punto de que el Drugstore, lugar bastante canalla, parecía la repera, o peor aún, cuando se repasar la larga lista de patrimonio arquitectónico perdido, un atentado que nada simboliza mejor que aquel día en que las esculturas que decoraban la puerta de acceso a la Casa Lleó-Morera fueron destruidas a martillazos a la vista de todo el mundo.

¡Tranvías en la Diagonal con paseo de Gràcia!

¡Tranvías en la Diagonal con paseo de Gràcia! / Arxiu Històric Fotogràfic IEFC

Cumple 200 años el paseo de Gràcia, en resumen, y no es fácil elegir una fotografía entre todas las disponibles. Es cuestión de gustos e inquietudes. La que encabeza este texto es una de tantas posibles, y tiene, entre otros méritos, el de que podría dar pie a otra crónica entera. Es una protesta de ciclistas en el paseo de Gràcia. La llegada de las primeras bicicletas a la ciudad fue saludada como si fuera un iphone decimonónico, toda una modernez a la que personajes como Ramon Casas y Santiago Rusiñol pronto se apuntaron. Tan buena acogida tuvo, que hasta entre las figuras esculpidas en la Palau Macaya, de Puig i Cadafalch, aparece un ciclista, pero los de la fotografía son en realidad los obreros las fábricas, para quienes aquel invento fue el mejor de los medios de transporte posible, barato y rápido, solo que el ayuntamiento imponía el pago de un arbitrio por su tenencia. ¿Qué mejor lugar que el paseo de Gràcia para expresar su disconformidad?