Barraca y tangana

Malas decisiones, por Enrique Ballester

Ayer Lamine

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Fan, pero no mucho

Barraça y tangana de Enrique Ballester.

Barraça y tangana de Enrique Ballester. / El Periódico

Enrique Ballester

Enrique Ballester

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Pasé siete temporadas siguiendo a mi equipo en Tercera División y atravesé la adolescencia escuchando punk en la minicadena. Quiero decir: estoy vacunado contra la ausencia de técnica. Perdono fácil un control fallido o un golpeo defectuoso, pero me sacan de quicio los errores de concepto. Un defensa que deja botar una pelota que debería atacar por alto: lo odio. Un centrocampista que no sabe perfilarse, que no sabe cuándo tiene que ir y cuándo tiene que quedarse: lo odio. Un atacante que chuta cuando la jugada le pide un pase, que regatea cuando debería chutar y que pasa cuando debería regatear: lo odio, lo odio y lo vuelvo a odiar.

Quizá por eso siempre se me atragantó Dembélé y quizá por eso me gusta ahora tanto Lamine Yamal: la toma de decisiones. Hay quien anda preocupado por algunas elecciones vitales del jovencísimo Yamal, pero confiemos en que sepa decidir igual de bien fuera que dentro del campo. En todo caso, con 16 años yo no elegí jugar a nivel internacional con España o con Marruecos. Con 16 años yo elegí estudiar letras puras en el instituto y aquella fue una decisión sin duda peor que cualquiera que ahora Lamine Yamal pueda tomar.

Letras puras

No quiero que suene a excusa, pero lo de elegir letras puras lo hice empujado por la profesora de matemáticas. A final de curso nos dijo a unos cuantos que nos aprobaba, pero que no siguiésemos estudiando matemáticas. Yo en matemáticas hacía lo mismo que en el resto de asignaturas, casi nada, pero en matemáticas era más difícil camuflar la ignorancia, sin ventana para la retórica en las respuestas de los exámenes. Elegir letras era para mí lo más cómodo y eso hice, y aquí estoy. En cambio, un amigo que desoyó a la profesora ahora es ingeniero y trabaja en una multinacional que se dedica a construir trenes, o algo así. Me pregunto si Lamine estará estos días haciendo caso a los consejos de los expertos. A las voces autorizadas. A los que saben. A la experiencia.

La que ha empezado ahora el instituto es mi hija Delia. Yo quería regalarle un cartón de tabaco para que se hiciera la jefa desde el primer día, pero mi mujer no me dejó, por lo que fuera. Delia ha elegido teatro como optativa y estoy deseando que le enseñen a tirarse en el área tras el mínimo contacto, a simular una agresión en un amago de cabezazo o a hacerse la despistada cuando muestren su dorsal en la tablilla electrónica, para perder tiempo en un cambio.

La esencia

Durante el verano nos preparamos para el instituto con el visionado fundamental de Compañeros, que ha envejecido mejor que casi todo, y lo digo en serio, bastante mejor que la lista de convocados de Luis Enrique para el pasado Mundial, por ejemplo. Han pasado 25 años desde su estreno y la serie sigue funcionando, al menos con mi hija, que es una chica (pese a lo del teatro y a lo de ser mi hija) con indudable criterio.

En realidad, lo de los juveniles de Compañeros no es ningún secreto: de generación en generación cambia el envoltorio, pero las inquietudes humanas son eternas. La época es circunstancial. Lo importante es la esencia. La esencia es la verdad. Como con Lamine Yamal, lo universal, lo atemporal y todo eso.  

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