La ronda francesa

El día que se hizo justicia en el Tour

Los fugados burlaron por una vez la tiranía del pelotón e impidieron la quinta victoria de Jasper Philipsen con el triunfo de Kasper Asgreen, uno de los escapados. Sin cambios en la clasificación general.

Y el ganador del Tour es... Marc Soler.

Kasper Asgreen

Kasper Asgreen / LE TOUR

Sergi López-Egea

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Para algunos ciclistas la etapa representaba como sentarse a la mesa un domingo al mediodía a comerse la paella familiar después de una noche de fiebre de sábado loco. Tenían una especie de resaca en las piernas tras cuatro días intensos por los Alpes. Tadej Pogacar, el derrotado, mostraba las heridas en su rodilla y codo izquierdos por una caída tonta que no hizo otra cosa que entorpecer todavía más su escalada cansina por Courchevel. Que si no había asimilado bien la comida, pero que no piensa abandonar porque en su fuero interno todavía atisba una gesta en los Vosgos.

Jonas Vingegaard, siempre más discreto que su contrincante esloveno, se mostraba sonriente y sin sentirse desnudo porque su mejor escudero, Wout van Aert, una estrella en el firmamento ciclista, se había ido para casa, porque Sarah estaba a punto de ponerse de parto -Sarah es su mujer- y él no quería perderse el nacimiento de su segundo hijo. El Jumbo ya da el Tour por ganado y Vingegaard se las vale casi solito para controlar la situación hasta París.

Armstrong, 2004

Algunos hasta parecía que iban sobrados y recordaban aquella vez que Lance Armstrong saltó del pelotón en 2004, con el jersey amarillo, también en la etapa 18, cuando cazó a Filippo Simeoni, que había puesto en duda las gestas del tejano dejando caer aquello del dopaje, aunque sin señalarlo directamente. “Al pelotón”, pareció decirle el estadounidense al italiano, al que le fastidió la escapada. Jasper Philipsen, cuatro triunfos en este Tour, tenía claro que iba a ganar. Eso debió pensar cuando trató de frenar al neerlandés Pascal Eenkhoorn, al final segundo en la meta, por querer fugarse y enlazar con los tres escapados, a los que el joven esprínter belga creía que los capturaría con facilidad, como tirar la caña en un banco de peces y subirla sin que nadie se comiera el cebo.

Y es que a veces el ciclismo es un deporte justo. Ya está bien que los que se esfuerzan en una etapa de segundo nivel, los que se pasan todo el día escapados, con más esfuerzo y cansancio que los que ruedan tranquilos por detrás, acaben siempre devorados por el pelotón. Es una tremenda injusticia, casi como un atraco a mano armada. Siempre terminan pillándolos, aunque algunas veces, como en Bourg en Bresse, tierra de buenos pollos, o al menos los más caros, los forzados de la ruta triunfen y burlen al pelotón. Cuatro se escaparon y llegaron hasta la meta. Lo hicieron de manera angustiosa, pero dejaron a Philipsen con la miel en los labios. Victoria del danés Kasper Asgreen, ganador de un Tour de Flandes, sin cambios, ni por asombro, en la general.

La verdad es que el pelotón se confió en exceso porque Asgreen no es un desconocido, sino más bien un experto en clásicas, uno de esos ciclistas que te puedes encontrar de frente un día cuando vas a un supermercado de Andorra a por comida. Así que, si se escapaba, acompañado por Eenkhoorn, que al final se fugó aunque a Philipsen no le gustase, por Jonas Abrahamsen y por Victor Campenaerts, otro corredor de nivel, no lo hizo para perder el tiempo sino para ganar ante un grupo que se confió en exceso.

Final agónico

Agónicos fueron los últimos cinco kilómetros. La cacería parecía tenerla resuelta el pelotón pero el cuarteto se puso cabezón y supo con pocos segundos mantener el tipo y sin bajar la cabeza, sin casi tiempo para respirar. Así se convirtieron en los protagonistas del esprint final para que Philipsen no sumase el repóquer de victorias, para que tenga que esperar hasta los Campos Elíseos donde ya tiene plaza de podio asegurada con su victoria al frente de la clasificación de los puntos o regularidad, como se prefiera denominarla, recompensada siempre con el jersey verde, este año más feúcho que en otras ocasiones.

En la meta, Pogacar volvía a ser protagonista y trataba de borrar de su cabeza la mala experiencia de Courchevel. “Todo el apoyo recibido ha sido increíble. Fue bueno para mí vivir un día tranquilo en el pelotón”. “Dormí bastante bien y al principio de la etapa estaba bastante emocionado por lo que me iban diciendo”.

Llegaban todos y minutos después la televisión francesa, la que muchas veces cambia de plano ante pintadas políticas y que no acostumbra a repetir planos negativos de la carrera, ofrecía las imágenes de la vergüenza con coches de equipos y motos atrapados en los últimos kilómetros de la etapa de Courchevel y frenando a corredores. Y no a los últimos de la etapa sino desde Vingegaard para atrás, ciclistas como Carlos Rodríguez o Jai Hindley, que debían sortear el tapón de vehículos. Hay muchos puertos en Francia y si alguno es estrecho, o se pone límite a los espectadores, o no se va. Porque todos no caben.

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