La ronda francesa

Tour de Francia: no hay quien pueda con Philipsen en un esprint

El corredor belga logra la cuarta victoria en el Tour al día siguiente de la alegría de Pello Bilbao, mientras Vingegaard trata sin éxito de sorprender a Pogacar en la llegada de Moulins.

El Tour corre con una sartén en la cabeza.

La leyenda del Tour.

Jasper Philipsen

Jasper Philipsen / LE TOUR

Sergi López-Egea

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Las calles del centro de Clermont-Ferrand son anchas o empinadas y la catedral no desmerece a una ciudad de casi 150.000 habitantes que vive un día diferente y extraordinario, porque de allí parte la 11ª etapa, la que marca la segunda parte del Tour, que el viernes volverá a reactivarse en el capítulo montañoso con la ascensión al Grand Colombier, astro en los Juras, cordillera que no hay que confundir con los Alpes.

Es la ciudad de la resaca por la victoria de Pello Bilbao. El autobús del Bahrein es de los primeros en llegar y el instante para que Xavi Florencio, el director catalán del equipo, el que fuera gregario de Purito, pero también ganador de la Clásica de San Sebastián, recuerde los instantes y los nervios de la victoria de su corredor. El mismo Xavi, que días antes del inicio del Tour, acompañó a Bilbao en sus prácticas por el descenso de Jaizkibel en lo que luego fue su primer intento fallido por buscar una victoria.

No es fácil ganar etapas y menos en el Tour. El Bahrein es un conjunto de habla inglesa, “es el idioma oficial del equipo”, cuenta Xavi, aunque lo hace en catalán y es el que se salta la norma inglesa cuando le grita desde su coche un intenso “¡vamos!” a Pello después de levantar los brazos en Issoire.

Un esprint a la vista

Sabe Pello, lo saben todos, que camino a Moulins, donde sólo aparecen unas cotas al inicio de la jornada laboral, habrá un esprint. Florencio tampoco tiene duda alguna del desenlace, mientras vuelve a subir al autobús, antes de que casi en un abrir y cerrar de ojos, cuando se lanza la salida, desaparezca el Tour del centro de Clermont-Ferrand, abran las tiendas y las calles, y la ciudad recupere la normalidad.

Como vecino en el aparcamiento de autobuses está el séquito del UAE, el equipo de Tadej Pogacar, plagado de españoles, y aunque también hablen inglés, el conjunto de los Emiratos casi parece la ciudad de Miami con el castellano a flor de piel. Y, al lado, los del Movistar, que se quedaron sin guía tras la caída de Enric Mas, y que andan enfrascados y sin suerte a la espera de lograr la victoria de etapa que casi tuvieron en el Puy de Dôme de la mano de Matteo Jorgenson.

No hay muchas opciones de que prospere una escapada triunfante, solo la consentida, la que hace décadas se denominaba fuga bidón y sólo ese esprint que todos anuncian en la salida de Clermont-Ferrand es la única resolución posible a casi 180 kilómetros de esfuerzo.

Cuando hay un velocista que aplasta con su poderío al resto de esprinters no queda otra que llegar desmoralizado a la meta de Moulins, donde los que se juegan la general deben pedalear precavidos porque las curvas se trazan en descenso con el doble peligro de caer o quedar descolgados. Jasper Philipsen logra la cuarta victoria al esprint, superioridad absoluta ante todos los rivales. Cinco esprints se han disputado en este Tour, ha ganado cuatro y si no ha logrado el repóquer se debió a que a Mathieu van der Poel quiso pelear por el triunfo en Limoges porque estaba al lado del pueblo de su abuelo, Raymond Poulidor, y quiso homenajearlo casi a las puertas de su casa.

La furia de Vingegaard

El peligro anunciado de la llegada puede excitar a alguien, a intentar sacar unos segundos a los más precavidos, a los que tocan el freno por temor a caer. Jonas Vingegaard, siempre de amarillo, ve que los velocistas han tomado unos metros, que habrá corte en la zona de seguridad. Aprieta para ver qué ocurre. Pero Pogacar corre con la mosca detrás de la oreja y se engancha como una lapa a la rueda trasera de la bici del ciclista danés.

Hay corte, indiscutible, para los jueces y para todo el mundo. El grupo de velocistas cobra siete segundos de ventaja a Vingegaard que lucha, sin jugarse el bigote, a capturarlos. Pogacar a su lado y el resto, los que corren en otra liga, lo hacen a cierta distancia. Los dos aspirantes a la victoria llegan juntos, les dan dos segundos extras, que luego se los quitan, con sus perseguidores, los que pelean por la foto con la pareja en el cajón de París, Jai Hindley (tercero), Carlos Rodríguez (cuarto) y Bilbao instalado en la quinta plaza. “Si está allí es porque está fuerte y no la vamos a entregar”, dice Florencio con optimismo contagiado aún por la tremenda alegría de Issoire.

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