La ronda francesa

Vingegaard da un golpe sobre la mesa del Tour

Jai Hindley, ganador del Giro 2022, se fuga, gana la etapa y se viste de amarillo en el estreno pirenaico donde el vencedor del último Tour ataca a Pogacar y le saca un minuto.

La apasionante historia del Tour.

Una carrera donde resiste la mascarilla.

Jai Hindley Laruns

Jai Hindley Laruns / ASO / PAULINE BALLET

Sergi López-Egea

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A Sepp Kuss se le ve por Andorra y también por Girona, que tiene una novia catalana. Él es de Durango, pero no del Durango por el que pasó el lunes el Tour, sino de otro que hay en Colorado, Estados Unidos. Vale un potosí, quizás el mejor gregario del mundo, porque escala como pocos y porque si no corriese en el Jumbo, perfectamente recompensado, sería jefe de filas en cualquier otro equipo. Primoz Roglic le debe el Giro de este año y Jonas Vingegaard el haber sido el artífice de un ataque en el Marie Blanque que no encontró respuesta en Tadej Pogacar para encender todas las alarmas en el entorno del fenómeno esloveno.

Jai Hindley también entrena por montañas andorranas y sus padres han decidido venirse a Europa, desde Australia, para animarlo en un Tour donde quiere convertirse en el tapado. Estaban al pie del Marie Blanque, desde la cima sólo bajada hasta la meta de Laruns donde el ganador del Giro de 2022 se vistió de amarillo. Se coló en una fuga, inteligencia ciclista. Puso en jaque al UAE, tanto que al final, ante un bajón inesperado, Pogacar se encontró sin la ayuda de los suyos. Los Jumbo, a la retaguardia, resguardados del viento y cuidando a Kuss para que le diera pedaladas brillantes a Vingegaard, mientras Wout van Aert, el grande, fomentaba por delante el desgaste de los gregarios de Pogacar.

Caída de su novia en el Giro

“Fue un ataque fuerte y no lo pude responder. Vingegaard iba demasiado rápido en la subida”. Así de sencillo, así de fácil se expresó Pogacar, con cara triste, pero no por ceder ante Vingegaard, sino porque su novia, eslovena como él, Urska Zigart, se cayó en el Giro femenino y estaba en el hospital con una conmoción cerebral.

Sólo había que fijarse en un detalle, en el primer día de descensos largos (Soudet y Marie Blanque) Pogacar corrió con un vendaje especial en su muñeca izquierda, la que se partió en la caída de la Lieja-Bastoña-Lieja, la que le obligó a operarse y a renunciar a toda competición hasta el campeonato de Eslovenia, a una semana del Tour. No era un secreto, ni mucho menos. Le falta rodaje. “Necesitábamos los Pirineos para saber cómo estaba de su recuperación”, confesó Mauro Gianetti, mánager del UAE, tras verificar que a Pogacar necesita, al menos, un punto de forma. Perfecto en puertos vascos cortos como el muro de Pike, pero justo cuando las subidas empiezan a hacer daño, cuando se transforman en Pirineos, cuando este jueves llega el Tourmalet.

Vingegaard no podía esperar a que Pogacar entre en ebullición porque entonces igual lo puede destrozar. Tenía que probarlo a la primera oportunidad que tuviera. Fue en el último kilómetro del Marie-Blanque. Kuss le marcó el ritmo y examinó a Pogacar con un ataque seco, que dejó clavado al esloveno, mientras a muy poca distancia, porque está aprendiendo, lo veía todo en primera línea de combate nada menos que Carlos Rodríguez, que cruzó la meta de Laruns en compañía de Pogacar, a 1.05 minutos de Vingegaard. Fue el último de todos los líderes, excepto Kuss que iba a otra cosa, en aguantar. “Van a otro nivel. Me quedé cerca de poderlos seguir”, confesó el ciclista granadino que se cayó al cruzar la llegada. Es el noveno de la general.

De la primera etapa pirenaica se esperaba que sirviera para sacar el polvo a las bicis y para que Pogacar lanzara un nuevo aviso a Vingegaard. Y más viendo que era su equipo el que se iba quemando. Pero difícilmente que se viniera abajo. Mala señal para el Tourmalet y Cauterets. Y magnífica dosis de moral para el último vencedor del Tour que no puede darle aire porque el domingo en el Puy de Dôme todo puede cambiar.

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