Un Tour con una sartén sobre la cabeza

Pello Bilbao acaba con la maldición del Tour.

Las leyendas del Tour.

Tourmalet por Sergi López Egea

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Sergi López-Egea

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A Écija la llaman la sartén de España. Recuerdo haber parado un día, en la Vuelta, camino de Córdoba, donde precisamente no se derrite la nieve a finales de agosto. El calor, al salir del coche acondicionado y buscar un bar como zona de avituallamiento, es algo que no se olvida. Pues si Écija es la sartén de España, Issoire o Clermont-Ferrand, cercanas la una a la otra, vendrían a ser como la olla a presión de Francia, cuando empieza a avisar que el agua ya está hirviendo. La verdad hay que querer muy mucho al Tour para pasarte horas de espera en la carretera cuando el sol arde sobre tu cabeza.

Hay estudios que demuestran que tardas unos 20 segundos en ver llegar y pasar a un corredor si va en solitario a unos 40 kilómetros por hora. Plis plas, lo ves y se va. Y ya no cuento si haces la tontería de buscar un selfie. Te has pasado igual seis horas de guardia bajo un calor de justicia para encima perderte esos segundos de gloria haciendo el tonto con tu teléfono móvil.

Casi 40 grados

Pues este martes había que ser un enamorado del Tour de pies a cabeza para soportar los casi 40 grados que había en la carretera, ni una nube que te liberase del tórrido calor. Había la esperanza que pasase una vestida de negro sobre estos territorios y descargase un poco de agua. Pero la tromba no llegó hasta pasadas las 11 de la noche cuando los ciclistas ya dormían y todos los viajeros de Tour estaban disfrutando del aire acondicionado en sus habitaciones de hotel.

Porque aire, lo que se dice aire, poco hizo durante la etapa. El Tour distribuyó un comunicado. Hace tanto calor en la meta que están preparados los servicios de emergencia. Muchos periodistas se asustaron, hasta el punto de que la sala de prensa, por una vez, parecía más vacía que la de una carrera menor. Y en la meta pasaron los bomberos, pero no para apagar un fuego, qué va, sino para mojar con sus mangueras al público que, agradecido, descubría sus cabezas de las gorras y se remojaba con el agua casi bendita.

El día grande de Pello

Los corredores, claro, a lo suyo, a dar pedales, unos para ganar la etapa, como Pello Bilbao, y otros para llegar lo antes posible a los autocares, quitarse toda la ropa sudada, quedarse en pelota picada y colocarse debajo de las duchas, que todos los autobuses las llevan instaladas, nadie utiliza las del hotel. Llegas al autocar, te desvistes, entregas al masajista la ropa de combate, te metes bajo la ducha, te vuelves a vestir, meriendas y te lanzas sobre los asientos con el aire acondicionado para quedarte medio dormido hasta que te avisan que ya estás en el hotel. Es lo que piensan, lo que dicen y lo que hacen los corredores.

Adiós al plástico

El Tour corrió con una sartén sobre las cabezas de los ciclistas. Los directores, claro, no bajan las ventanillas, se comunican por radio a sus corredores. No les falta información alguna, pero deben pedalear bajo un sol de justicia, aunque si mañana o al día siguiente truena o llovizna pues tocará sufrir de otra manera.

Es un oficio complicado, pero casi está a la altura del aficionado que se pasa horas sin siquiera una sombra y de una organización que pone en alerta a los servicios médicos, como si de una guerra se tratara, por si alguien sufre un golpe de calor, le da un yuyu o busca desesperadamente un poco de agua cuando cada vez se reparten menos botellitas de plástico con la duda de si se hace por cuestiones ecológicas o simplemente para ahorrar en gastos. 

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