La ronda francesa

Pogacar naufraga en el Tour

El astro esloveno se hunde en los Alpes, se queda a más de siete minutos de Jonas Vingegaard que ya tiene la segunda victoria de la carrera a su alcance.

Cuando una contrarreloj vale por mil montañas.

Pogacar, al concluir la etapa 17 del Tour.

Pogacar, al concluir la etapa 17 del Tour. / Thibault Camus / AFP

Sergi López-Egea

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“Voy muerto, ¡Adam, Adam (Yates), vete a por el podio!”. Tadej Pogacar llevaba el ‘maillot’ blanco abierto, lo que nunca se suele hacer cuando ruedas como el campeón que eres. La voz sonaba entrecortada y llegaba al coche del UAE. “¡Marc, Marc, quédate con Tadej”, le ordenaban a Soler. Sucedió a 8,5 kilómetros de la cima de la Loze. El Tour 2023 se acababa de convertir en una autopista amarilla para Jonas Vingegaard.

La etapa reina se convirtió en el peor momento de la vida deportiva de Pogacar. “Es el mejor ciclista del mundo”, reivindicaba su director vasco, Joxean Fernández, al que llaman ‘Matxin’. Todos sus compañeros lo arropaban. Nadie lloraba, aunque seguramente tenían ganas. Mantenía Pogacar el tipo como podía después de naufragar camino del altipuerto de Courchevel; la montaña lo tumbó. Jamás se le había visto así, quizás un par de deslices el año pasado, en los Alpes y los Pirineos, que le sirvieron para perder un Tour que había ganado en 2020 y 2021, y que deberá esperar al menos, al menos el intento, para dentro de 12 meses.

Porque el año pasado, y ahora, ha aparecido el ciclista incuestionable en el Tour, el que se llama Vingegaard y el que logrará el domingo la segunda victoria consecutiva, salvo que se caiga, lo que ya sería un desastre en toda regla. Si Pogacar se hundió, Vingegaard creció, aupado por un Jumbo fabuloso, el que le colocó corredores al lado, para que no se sintiera nunca solo, y ciclistas por delante para auxiliarlo, para que tomara un poco de aire a 2.000 metros de altitud, y para que intentase, aunque reaccionó demasiado tarde -triunfo en solitario del austríaco Felix Gall- la victoria de montaña que le faltaba.

A cambiar la táctica

El UAE había hecho lo mismo con Pogacar, pero las dos piezas del equipo, que debían apoyarlo en su intento desesperado para tratar de noquear a Vingegaard, cambiaron de planes. Soler se convirtió en su pulmón para llegar a meta, que ya era mucho, y Rafal Majka, en el guía para acompañar a Yates hacia el podio que ya empieza a estar muy lejos de Carlos Rodríguez, a quien se le está haciendo muy larga la tercera semana en el Tour de su debut.

“Estoy muy decepcionado. No sé lo que me pasó. Comí, pero los alimentos no me llegaban para impulsar las piernas”. Pogacar atendía a la televisión francesa con la mirada perdida, con su labio llagado, por el calor o por el esfuerzo de la contrarreloj del martes, donde el mundo le comenzó a girar del revés. En dos días ha pasado de estar a sólo 10 segundos del jersey amarillo, de ser el martillo pilón de Vingegaard, a perderlo todo, a verlo el mundo con un pedaleo empobrecido, con unas piernas que movían la bici de forma triste y a situarse a la escandalosa distancia de 7.35 minutos del primer clasificado, lo que no se veía en el Tour desde los tiempos de Vincenzo Nibali (2014) y de Lance Armstrong (2002), dopaje aparte.

Caída inicial

Fue terrible, porque a los 15 kilómetros se dio de bruces, y se golpeó rodilla y codo izquierdos. Vingegaard miró hacia atrás, lo buscó y al no encontrarlo, levantó el pie durante unos metros. Nunca fue cómodo, siempre muy atrás. “En el segundo puerto ya nos dijo que no iba fino por lo que en aquel momento decidimos olvidarnos de atacar y mantener lo que teníamos. Ahora deberemos darle el apoyo personal”, lamentó Matxin.

Pogacar pedaleaba con las fuerzas perdidas y Vingegaard se animaba a lanzarse a por la victoria de etapa, a tres kilómetros de la cumbre de la Loze. A por los fugados; entre otros, un sensacional Pello Bilbao, que se agarró a su rueda y que hasta se atrevió a demarrarlo para quitar al jersey amarillo una bonificación con la tercera posición de la etapa que, de hecho, ya le daba igual a Vingegaard tal como había ido la etapa. “Disponer de 7 minutos de ventaja es genial, pero aún no estoy en París y sé por experiencia que Pogacar no se rinde”.

Pogacar nunca se había rendido, pero tampoco nunca, nunca había sucumbido como este miércoles en los Alpes y, de hecho, aunque asegurase que a partir de ahora iba a luchar por acabar segundo, muchas son las dudas hacia él y hasta parece que se le pueda abrir la puerta de la Vuelta. Queda el sábado con unos Vosgos cargados de energía, pero en el Tour, y más en los últimos días, nunca se va a más, si no a menos. Y eso lo sabe hasta el asfalto de las carreteras francesas.

Vingegaard llegó, feliz, aliviado y hasta quiso tapar bocas, con las dichosas dudas que siempre atormentan a este deporte tras su fantástica exhibición de la contrarreloj. “Nunca tomaría nada que no le diera a mi hija”, la que le está siguiendo a brazos de su madre durante el Tour, orgullosa, aunque no lo entienda mucho, de su padre ciclista.

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