La ronda francesa

Vingegaard tritura a Pogacar en una contrarreloj para la historia

El ciclista danés, en su más fantástica actuación en el Tour, entra en la página de oro de la carrera con una ‘crono’ más perfecta que las que hizo Miguel Induráin en su época de gloria.

Madre, quiero ser gregario.

Vingegaard, vencedor de la crono del Tour.

Vingegaard, vencedor de la crono del Tour. / Thomas Samson / AFP

Sergi López-Egea

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Nunca, nunca, nunca se había visto nada igual en toda la historia del Tour. Si Bernard Hinault, cinco victorias en París lo contemplan, tiene una placa en la Cota de Domancy, que recuerda su gesta en el Mundial de 1980, Jonas Vingegaard merece que enseguida alguien coloque la suya al lado de la del campeón bretón. Ni Miguel Induráin habría sido capaz en sólo 22 kilómetros de sacar casi tres minutos al tercer clasificado en una contrarreloj. Él conseguía estos tiempos, pero en 65 kilómetros de recorrido, como hizo en Luxemburgo, en 1992, cuando lo bautizaron como ‘El Extraterrestre’.

Vingegaard habría doblado a todos los corredores que actuaron, la mayoría de relleno, en su fantástica exhibición. A todos, menos a Tadej Pogacar, que se libró por apenas 22 segundos, sabedor de que no sólo lo había dado todo, sino que no lo había hecho mal, ni mucho menos, pero lejos del espectáculo que el jersey amarillo ofreció en los Alpes para dejar a su rival esloveno tan tocado como la general del Tour.

Si la carrera no quedó sentenciada simplemente fue porque Pogacar es imprevisible, porque no se entrega, porque quedan dos etapas de montaña, este miércoles la reina en Courchevel, y porque morirá con las botas puestas. Pero, ciertamente, lo tiene muy difícil porque ahora se encontrará a un Vingegaard crecido, en lo físico y en lo mental, y con 1.48 minutos para administrar fuerzas y minimizar cualquier fragilidad.

Sin argumentos

Lo intentó y lo probó con todos sus argumentos. Pogacar partía como un obús, pero no pudo hacer nada con unas piernas de Vingegaard convertidas en un arma de destrucción masiva. Sólo pudo acercarse a él en la meta, detrás del podio, en la zona reservada para los héroes del Tour, y allí lo felicitó. ¡Chapeau! Nada, nada se le podía objetar al ciclista danés. Su compañero Wout van Aert, ganador de las dos últimas contrarrelojes largas del Tour, marcó el tercer mejor tiempo. También habría sido doblado (salieron con dos minutos de diferencia) ya que quedó a a 2.51 minutos de su líder y jersey amarillo. Se quitó la gorra, sonrió a las cámaras y homenajeó la exhibición de su jefe de filas.

La cota de Domancy era una encerrona con porcentajes que llegaban al 11%. Todos los equipos habían ido allí a entrenar, el mes pasado, cuando acabó el Critérium del Dauphiné. ¿Cambiamos de bici? ¿Aparcamos la aerodinámica, pero a la vez pesada ‘cabra’, la bicicleta de contrarreloj? ¿Nos montamos sobre la bici ligera de montaña, que pesa dos kilos menos? Era un debate con una decisión difícil de tomar. En el UAE, el equipo de Pogacar, lo tuvieron claro. Pero Vingegaard rodaba impulsado con una fuerza supersónica, explosiva, como un marciano, si existieran, y no como un humano. ‘Pogi’, no había nada, absolutamente nada que hacer. Vingegaard estaba corriendo a un nivel absolutamente inalcanzable para él.

"El mejor día de mi vida"

“Cambiar la bici fue la elección correcta”. Pogacar perdió 14 segundos con el cambio. No ganó nada con la decisión, pero seguramente el fenómeno esloveno habría sido sometido, golpeado y triturado por Vingegaard hubiese hecho cualquier cosa porque, tal como dijo el jersey amarillo, “era el mejor día de mi vida”. “Estoy muy orgulloso de lo que he hecho, hasta yo mismo me he sorprendido, pero el Tour no ha terminado”.

Vingegaard arriesgaba en las bajadas y apretaba en las subidas. Pogacar hacía lo que podía. “¡Estas conquistando el mundo! ¡Eres el mejor!”. Se lo gritaban al jersey amarillo desde el coche del Jumbo. Él ni levantaba la cabeza porque le iban indicando dónde estaban las curvas y por dónde tomarlas; un delirio, una obra de arte sobre una contrarreloj. Nadie había hecho nada iugal, ni Lance Arsmstrong, dopaje aparte, ni Brad Wiggins, ni Chris Froome. Posiblemente, por esa exhibición inalcanzable para cualquier ser humano, Vingegaard se merece ganar en París.

Más difícil todavía

“No he podido hacer nada más. No ha sido mi mejor día, pero este Tour no ha terminado, aunque lo tengo más difícil que el año pasado”, lo dijo Pogacar sin perder la sonrisa, aunque esta vez estaba más forzada que en otras ocasiones. Más difícil que en 2022 y entonces perdió ante su rival danés.

Ya no le vale con intentar atacar en la zona de vallas, como hizo en el Puy de Dôme, porque con dos etapas restantes de montaña, Vingegaard hasta se puede permitir no entrarle al juego y que le tome qué, ¿10 segundos? Tampoco le sirve demarrar a dos o tres kilómetros porque el jersey amarillo lo puede controlar en la distancia para acabar perdiendo esos 10 segundos, absolutamente insignificantes, tal cual fuese un esprint en la zona de meta.

Si Pogacar quiere ganar lo que tiene perdido, el más difícil todavía, debe reventar el Tour, como si llevase un alfiler y la carrera fuera un globo. Y suena casi a ciencia ficción. Pero él es ‘Pogi’, el único que le tose a Vingegaard, y este miércoles tiene una impresionante subida a la Loze, donde debe retorcerse en porcentajes del 24%. Y, seguramente, sacrificar a su mejor hombre, Adam Yates, que arrebató la tercera plaza de la general a Carlos Rodríguez por solo cinco segundos. Y es que el día se le hizo muy largo al joven granadino, sometido como todos a una trituradora danesa llamada Vingegaard.

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