Subvención municipal pendiente

VÍDEO | Los sintecho de Barcelona se quedan sin las duchas del Gimnasio Sant Pau: "Nos sentimos humillados"

El gimnasio social Sant Pau cerrará sus duchas solidarias por una ayuda de Barcelona que no llega

Caja de resistencia en el Gimnasio Social Sant Pau para mantener abiertas sus duchas solidarias

Uno de los usuarios de las duchas del Gimnasio Social Sant Pau, en Barcelona, antes de cerrar por impago de una subvención.

Uno de los usuarios de las duchas del Gimnasio Social Sant Pau, en Barcelona, antes de cerrar por impago de una subvención. / FOTO Y VIDEO: FERRAN NADEU

Jordi Ribalaygue

Jordi Ribalaygue

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“¿Sabes por qué estoy resfriado? De lavarme al aire libre. La cara, las manos, los pies… A las 12 de la noche, me quedo con el ‘slip’ puesto y me lavo en la fuente, con el frío que hace… Me frusta bastante”, confiesa Jose. Esta mañana, aguardaba turno para ducharse en el Gimnasio Social Sant Pau, en el centro histórico de Barcelona, donde un centenar de personas sin hogar o en un mal trance por culpa de las estrecheces se bañan a diario gratis. No existe otro lugar que preste tantas duchas en el Raval ni en toda Ciutat Vella, uno de los focos de la pobreza aguda en la capital. Este martes ha sido el último día en que, por el momento, se ponen los grifos a disposición y sin coste para quienes pidan tanda hasta las 13.00 horas, cuando el gimnasio abre a los abonados: mientras el Ayuntamiento siga adeudando una subvención de 200.000 euros, el Sant Pau deja de brindar el servicio de aseo a gente con necesidad. Lo hace a disgusto.

Jose azuza a sus compañeros a prepararse para manifestarse. Le enrabieta que se le hurte el derecho a una ducha en condiciones porque se esté demorando el pago al gimnasio, incapaz de costear al completo el sueldo de los 12 trabajadores del centro y a los proveedores. Hay empleados que no cobran desde agosto. “Y nadie ha recibido entera la nómina de octubre”, precisa la directora, Lara Cáceres. A algunos distribuidores se les deben facturas desde julio, como los que suministran el jabón o las mudas que se entregan a quienes hacen uso de las duchas. “Tienen que pagar esa subvención para que optemos a una ducha, a un bocadillo, a ropa interior… En Barcelona hay muy pocos servicios así. Y cada vez somos más en la calle”, contrapone Jose. 

Existen un par de vestuarios más en Ciutat Vella para personas sin hogar, pero están completos. La iglesia de Santa Anna da opción a lavarse dos tardes por semana y la Fundación Arrels -referente en la atención a los sintecho en la ciudad- ha auxiliado a 2.384 personas este año en su centro abierto, con consigna, ducha y ropero. “Ya estamos saturados. Nos preguntamos qué pasará con esas personas”, comentan en Arrels, preocupados. 

Baños lejanos

El personal del Sant Pau informaba esta mañana dónde encontrar las salas de duchas que el consistorio habilita en Sarrià, Navas, la Zona Franca y Nou Barris. “Ninguno está en el centro de Barcelona -subraya Cáceres-. En el Ayuntamiento nos animan a que recomendemos que vayan a Sarrià, porque está infrautilizado, pero no tiene sentido. La mayoría de la gente que atendemos no puede moverse de este entorno. ¿Alguien se iría sin dinero caminando hasta tan lejos o colándose en el metro, a riesgo de meterse en problemas?”.

“No tengo para coger el metro o el bus. Esto es lo que tengo más cerca y lo más seguro”, recalca Edward Amavi, que sobrevive sin domicilio en que guarecerse desde que estalló el covid. “Si no vamos a poder ducharnos, cambiar de ropa ni coger agua, ¡vamos a oler fatal! La gente en el Raval se va a sentir mal y también va a afectar a hoteles y restaurantes. Los turistas no van a querer venir a un sitio así”, avisa Edward. Quiere dirigir un mensaje a Jaume Collboni: “Le pido que piense en nosotros. Nos sentimos humillados”.

Un cartel avisa del cierre de las duchas solidarias en el Gimnasio Social Sant Pau, en Barcelona.

Un cartel avisa del cierre de las duchas solidarias en el Gimnasio Social Sant Pau, en Barcelona. / FERRAN NADEU

“¿Quién nos va a pagar el tíquet de viaje para ir a ducharnos?”, pregunta Jimmy, que se resguarda por la noche junto a la Estació de França. “No tengo tarjeta de metro y, si esto cierra, voy a tener que levantarme a las cinco de la mañana y perder el café, el desayuno y muchas cosas para ir a lavarme. Aquí estamos cerca del comedor”, destaca. Abdul Ba malvive al raso desde hace medio año. “Somos muchos compañeros durmiendo aquí al lado, en una plaza. Con el frío y sin duchas, vamos a morir”, teme. 

Transferencia “inminente”

Como ha expresado desde que el Sant Pau dio el grito de alerta hace un par de semanas, el Ayuntamiento de Barcelona reitera que la transferencia para aliviar al gimnasio es “inminente”. El importe supone algo más de la mitad del presupuesto de la cooperativa, de casi 400.000 euros. Según el gobierno municipal, el desembolso se hará efectivo “en los próximos días”, tras haber superado ya la aprobación de la intervención municipal. Promete que se abonará en menos de una semana, en todo caso antes del 7 de noviembre, cuando se liquidó en 2022.

“Fue así, entonces también tuvimos que sudar tinta -recuerda Cáceres-. Nos prometieron que no pasaría en 2023. Esta vez, nos dijeron que cobraríamos a mediados de julio, luego a mediados de septiembre… Pero estamos empezando noviembre. Nos obligan a meternos en un ERTE para que el Estado pague a los trabajadores”. 

“Ningún político cumple su palabra”, descerraja Carlos (nombre ficticio), dos años seguidos sin techo. No ve opción a costear una habitación en Barcelona con la pensión que percibe. Ahora duerme en la T1 del aeropuerto. “Al menos no te mojas y tienes lavabo, aunque a las cuatro te despiertan, supuestamente para limpiar la terminal… Conozco a una mujer que, a la una o a las dos de la madrugada, se va al lavabo, se desnuda y se lava entera. Es antihigiénico, aunque en un caso de emergencia lo haría”, reconoce. En los próximos días, se plantea ir a los baños de Navas. “Pero siempre hay cola. Es una lotería y te puedes quedar sin ducha”, asegura.   

No todos quienes acuden al Sant Pau están faltos de techo, aunque sí de comodidades. Los hay que habitan cuartos realquilados, sin agua caliente o carentes de un baño decente. “Aquí pueden estar tranquilos y pasar un momento agradable que ahora no tendrán. Sienten una mezcla de rabia y tristeza”, palpa Cáceres.

Carlos se abre a hablar en el Sant Pau. “Me da confianza, porque vengo desde hace un par de años, pero lo peor de la calle es que no te puedes fiar de nadie, la nostalgia y no contar con amigos”, enumera. Josep Castillo duerme a la intemperie desde hace cinco meses en Barcelona. “Nadie se te acerca si estás despierto, pero el problema es cuando te duermes… Me han robado varias veces”, admite. Jose y su pareja comparten una tienda de campaña y esconden cada día sus pertenencias: “Ya nos las quitaron una vez. Te sientes desamparado, porque la sociedad te rechaza, y pierdes la dignidad. Hacemos una lavadora al mes, que nos cuesta 20 euros. Si nos dieran una oportunidad en vez de tener tantos pisos cerrados, estaríamos limpios y no tirados por el suelo”.

A Naga le han robado el móvil hace poco. Era su hilo de contacto con la familia del Sáhara, que le echa un cable enviándole dinero. Hoy ha ido por primera vez a ducharse al Sant Pau. “¿Cierran? Pues tendré que volver a buscar jabón y llenar una garrafa en la fuente para lavarme en la calle”, se resigna.