65 víctimas en un año

Morir en la calle en Barcelona: uno de cada tres sintecho fallece al raso

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Colaboradores de Arrels y usuarios del taller de la fundación, recordando a José María, el 'Tete', fallecido tras malvivir en la calle durante años.

Colaboradores de Arrels y usuarios del taller de la fundación, recordando a José María, el 'Tete', fallecido tras malvivir en la calle durante años. / JOAN CORTADELLAS

Jordi Ribalaygue

Jordi Ribalaygue

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Los tres fallecieron a edades en las que nadie debería morir, aun menos por el sinsentido de que no haya dónde guarecer de las inclemencias a quienes tienen que malvivir en la calle, más de 1.000 personas cada noche en Barcelona. Ninguno de los tres (Francesc, José María y José) llegó a los 70 años. Dos de ellos (Francesc y José María), ni siquiera cumplieron los 60. A José María, el ‘Tete’, le faltaron apenas unos días para agarrar las seis décadas de vida, ya por fin resguardado en un piso de acogida en la Zona Franca, pero con la salud maltrecha tras largo tiempo sin cobijo. Es una implacable condena que acorta la existencia: las 494 personas sin hogar que han muerto en Barcelona desde 2016 rondaban los 57 años, una media que hunde en 27 años menos la esperanza de vida para los sintecho respecto al resto de la ciudad, recuerda la Fundación Arrels, referente en el auxilio a personas desamparadas. 

A Arrels le consta que, en el último año, la muerte ha alcanzado a 65 personas en la capital sin haber logrado un domicilio propio para huir de la indigencia. De todos los casos conocidos por la entidad, 29 seguían faltos de un lugar estable en que albergarse y un tercio falleció a la intemperie. Del casi medio millar de víctimas que la fundación ha recontado en ocho años, 136 personas se acostaban al raso. De ellos, el 64% perdió la vida en la calle.

Francesc, José María y José han fallecido en los últimos 12 meses. Sus compañeros de la calle y del taller de Arrels en Ciutat Vella les han rendido tributo este lunes. Se ha hecho lo propio con 450 sintecho muertos en la ciudad, evocados en los últimos días con unas placas colgadas por toda la ciudad, con los nombres y edades de los difuntos impresos, bajo un lema inapelable: “Vivir en la calle mata”.

Jaume Mengual se salvó de ser uno más en la lista funesta. Resistió a tres décadas sin tener dónde alojarse, amoldándose a las reglas despiadadas de la miseria para llegar con vida al amanecer. “¿Si han muerto muchos de mis amigos en la calle? Supongo que sí. La calle es muy dura. Si desesperas, la noche se hace muy mala, más para una persona que duerme sola, porque no puedes dormir: tienes que estar con un ojo cerrado y otro abierto”, atestigua Jaume, quien estrechó relación con los homenajeados.  

Derecho al recuerdo

“Recuerdo mucho a Francesc, muy trabajador, siempre dispuesto para lo que hiciera falta en el taller. Pero, sobre todo, me acuerdo del ‘Tete’”, confiesa Mengual. Ambos sobrellevaron juntos las desventuras de la pobreza extrema, muchos años compartiendo penurias en la plaza Castella. “Fue un hermano para mí: pasábamos juntos casi 24 horas, nos ayudábamos el uno al otro… Éramos inseparables. Hubo un tiempo en que nos perdimos de vista y nos reencontramos en Arrels. Le echo mucho en falta”, admite Jaume, que reside en uno de los Aprop, los pisos de acogida temporal del Ayuntamiento.

Dos estudiantes de la escuela Guinardó colocan un cartel de recuerdo a una persona sin techo fallecida en Barcelona.

Dos estudiantes de la escuela Guinardó colocan un cartel de recuerdo a una persona sin techo fallecida en Barcelona. / ELISENDA PONS

Los rótulos con los que Arrels rememora a los fallecidos a los que auxilió tratan de paliar lo último que se hurta a quienes las privaciones y la soledad han marcado a fuego: el derecho a ser recordados. “Las personas que ya no están no lo podrán ver, pero es muy importante que los que sí están sepan que alguien los recordará cuando ya no estén. Todos queremos que alguien nos eche a faltar un poco”, manifiesta Ferran Busquets, director de la fundación. 

Como hace año tras año, Arrels reivindicará la memoria de cada uno de los muertos sin abrigo en la urbe este miércoles, frente a la Catedral. “No puede ser que Barcelona tenga a gente durmiendo en la calle y no pase nada. Las administraciones tienen que ver que es una barbaridad. Faltan viviendas, la ley de extranjería impide que gente que podría desarrollar su vida pueda salir de la calle, hará pronto 10 años que pedimos que haya pequeños espacios a lo largo de la ciudad, que se necesitan con urgencia para facilitar un acceso rápido a estas personas, porque la mayoría no se adaptan a los grandes albergues. Mientras no haya viviendas y recursos, poca cosa se hará”, augura.

Lección para jóvenes

Adolescentes de una docena de institutos de la ciudad han ayudado a colgar las placas con los nombres de las víctimas. Arrels trata de concienciarlos.

“Al grueso del alumnado le abre los ojos”, aprecia Gerard, profesor de la escuela Guinardó. Estudiantes del centro recorrieron el Poble-sec días atrás, enganchando los rótulos allí donde los sintecho convivieron y durmieron. “Lo que más les toca es saber que mueren tan jóvenes -apunta el maestro-. También se hacen cruces de que la noche sea tan insegura para quien vive en la calle, más a ellos que están en una edad en que quieren salir de fiesta”.

Carla es una alumna de cuarto de ESO, que ha colaborando colocando los carteles de recuerdo. “Me sorprende que haya tantas personas sin techo en Barcelona -reconoce-. Muchos trabajaban, tenían una vida absolutamente normal, y se encontraron en la calle de un día para otro. Se debería dar más visibilidad a toda la gente que muere en la calle sin que se sepa”.

“No se puede olvidar a los compañeros. Han sido como nosotros. Ahora, cada día que vengo al taller, noto que nos falta algo”, siente Jaume. Dice que, cuando se las vio en la intemperie, evitaba pensar en que podía morir solo y desguarnecido: “Lo peor es el frío, el calor, los fines de semana, cuando no te dejan vivir… Lo primero es saber dónde dejar la maleta, dónde ducharse, no llevar más que la manta, el saco de dormir, la documentación… En la calle, se aprende de todo. Y lo principal es la supervivencia. Solo piensas en sobrevivir, en nada más. Y la muerte... ya vendrá cuando tenga que venir”.