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La Barcelona de Mercè Rodoreda: del paraíso infantil a la decepción por la ciudad que le resulta ajena

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Rodoreda

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Toni Sust

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Nacida en Barcelona en 1908, Mercè Rodoreda vive intensamente sus primeras tres décadas en la ciudad, hasta que la abandona al acabar la Guerra Civil, en enero de 1939, antes de que la tomen las tropas franquistas. Aunque de mayor pasa algunos periodos en ella, la capital catalana es sobre todo el escenario de su infancia, adolescencia y juventud, y una parte esencial de su arsenal literario.

En ella sufre episodios que la deprimen, como la pronta convicción de que la boda con su tío, Joan Gurguí, el hermano de su madre, 14 años mayor -que se produce en 1928, cuando ella tiene 20- ha sido un error. Otro trago amargo es una maternidad que no la satisface. También vive situaciones que la apasionan: en lo profesional, la escritura y la cultura como una forma de huir del yugo matrimonial y ser independiente. En lo sentimental, los amoríos secretos con el dirigente del POUM y traductor del ruso Andreu Nin –un romance con pocos testigos- y con el escritor Francesc Trabal.

Sant Gervasi

Conocida por el gran público por ‘La plaça del Diamant’ (‘Colometa’ era el título inicial), es decir, Gràcia, ella nació en el barrio contiguo, en el antiguo municipio de Sant Gervasi de Cassoles, parte del hoy distrito de Sarrià-Sant Gervasi, en el Putxet i el Farró. Para ser concretos, en el Farró.

Es el paraíso infantil: la torre del abuelo, Pere Gurguí, llamada Casal Gurguí, está situada en el número 15 de la calle de Manuel Angelón, según su denominación actual. Antes se llamó París y antes, Sant Antoni.

En esa torre nació Rodoreda (aunque su partida de nacimiento indica una dirección anterior de sus padres, en la calle de Rosselló, por un presunto error) y murió su progenitor, Andreu Rodoreda, en 1939, a causa de un infarto por la impresión que le causó un bombardeo. Una muerte que la escritora eligió para el padre de Natàlia, la Colometa de ‘La plaça del Diamant’, recuerda Mercè Ibarz en ‘Retrat de Mercè Rodoreda’.

Relata Ibarz que aquella hija única que adoraba al abuelo, un hombre aficionado a las letras que había sido amigo y que era entusiasta de Jacint Verdaguer, fue poco al colegio y se formó mayoritariamente en casa.

La calle de Saragossa

Al irse a Francia en 1939, dejó atrás a su hijo de 10 años y a su exmarido, con el que había vivido en el número 16 de la calle de Saragossa, a 700 metros del Casal Gurguí, desde el año anterior a su boda, 1927, hasta que se separaron, en 1937. Entonces volvió a su casa natal hasta 1939.

Subraya Marta Pesarrodona en ‘El exili violeta’ que, como tantos de los entonces exiliados, Rodoreda se fue convencida de que pasados unos meses podría volver. Pero la dictadura se asentó y el cierre de fronteras de la España franquista le impidió entrar en ella durante una década.

Rápido regreso a París

Cuando por fin pudo regresar, en 1949, pasó dos meses en Barcelona y comprendió que ya no era la suya. En ese momento, vuelve a ver su hijo, Jordi, pero retorna a París sin despedirse. Desde la capital francesa, reseña Ibarz, le escribe: «Como sé que eres muy nervioso y muy sensible, me pareció que una despedida sería todavía peor». En 1956, Rodoreda hace otra visita a la ciudad y empezados los 60 la pisa a menudo.

Ya padre de familia, Jordi Gurguí ingresa en una institución mental aquejado de esquizofrenia. Rodoreda lleva años sin verlo y nunca más lo hará: se habían distanciado cuando su exmarido dejó toda su herencia al hijo. Cuenta Begoña Gómez Urzaiz en ‘Las abandonadoras’ que, cuando la escritora murió, en 1983, a Jordi Gurguí lo sacaron del hospital para llevarlo al entierro de su madre, y que durante el funeral el hombre subió al altar y empezó a gritar, hasta que sus familiares lo bajaron de nuevo: «’Soc el fill de la Mercè! Soc el fill de la Mercè!».

Piso en la calle Balmes

Rodoreda pasa en el exilio un periplo de más de tres décadas. Sucesivamente, vivirá en Roissy -el castillo que acoge provisionalmente a los intelectuales con los que ha huido de Franco, y donde se convierte en pareja de Armand Obiols (pseudónimo de Joan Prat)-, París, Limoges, Burdeos, París otra vez y Ginebra. A la vista de que Barcelona ya no le dice nada, acaba instalándose en Romanyà de la Selva, para morir en Girona de cáncer a los 75 años.

Antes, a finales de los 60, había comprado un apartamento en el número 343 de la calle de Balmes, a 200 metros de donde estaría el Casal Gurguí, que ya no existía: el techo de la casa se vino abajo con la nevada de 1962 y la familia la vendió. La vivienda acabó convertida en la ampliación de un párquing.

Ibarz resume así el desapego general de la escritora: «La habitación de París era prestada, el piso de Ginebra estaba a nombre de Prat (Armand Obiols), la casa familiar de Barcelona ya no existía, el piso que había comprado en punto ruidoso de la calle de Balmes le era insoportable y la ciudad misma le resultaba ajena».

La Barcelona de sus libros

En Ginebra, Rodoreda aborda una Barcelona que a veces le queda lejos: explicó que no recordaba bien cómo era la plaza del Diamant cuando escribió el libro en la localidad suiza. Sus visitas puntuales la ayudan a recrear la ciudad de la posguerra en la que no ha vivido.

Sitúa sus novelas en distintas zonas. En ‘La plaça del Diamant’, Rodoreda describe una Gràcia que frecuentó de niña pero que no es exactamente su mundo. El Eixample también aparece. En ‘El carrer de les Camèlies’, la autora sube unos cientos de metros: la protagonista, Cecilia Ce, es una niña abandonada acogida en la calle que da nombre al libro, cerca de la frontera de Gràcia con el Guinardó.

Después Cecilia ejerce como prostituta y recorre media ciudad: las barracas del Somorrostro, el Carmel, el Eixample, la Bonanova. En ‘Mirall trencat’, Rodoreda usa la Torre Farriols, que estaba delante del Casal Gurguí, para uno de los apellidos de una familia, y Sant Gervasi también es el escenario de base en ‘Aloma’, cuyo argumento llevará a sus personajes al centro de la ciudad.

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