Un reportaje de
Gemma Martínez
y Carol Álvarez

"Quimet empezó a hablarme de Gaudí. Que no había nada en el mundo como el Park Güell, la Sagrada Família y la Pedrera. Le dije que demasiadas ondas y demasiados pinchos. Me golpeó en la rodilla y me dijo que si quería ser su mujer, tenía que parecerme bien lo mismo que a él. Me sermoneó sobre los derechos del hombre y de la mujer. Cuando le pregunté qué pasaba si algo no me gustaba de ninguna manera, respondió: Te tiene que gustar, porque tú no entiendes”.

Estas palabras de denuncia contra el machismo salen de la boca de Natàlia, una joven dependienta de una pastelería del barrio de Gràcia de Barcelona, protagonista de La plaça del Diamant, de Mercè Rodoreda. Ambientada en la España que discurre entre la Segunda República, la Guerra Civil y la primera década de la posguerra, fue publicada por primera vez en 1962.

Mercè Rodoreda, pionera del empoderamiento femenino antes del feminismo

La obra es hoy más contemporánea que nunca y se ha de revisitar como un manual del empoderamiento de la mujer. Así lo hace la versión teatral del clásico de la literatura catalana que ahora está en cartel en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC).

La publicación de Rodoreda narra el recorrido vital de Natàlia, "una mujer pobre, pero delicada de sentimientos" -en sus propias palabras-, sin gran formación, inocente y entusiasta que al principio confía su destino al hombre equivocado. Cree encontrar en Quimet la seguridad y el anclaje que nunca tuvo en sus padres. Con el tiempo, se endurece por el sometimiento, la pérdida de la identidad, la angustia por la maternidad, la soledad y la lucha por la supervivencia. Tanto, que un día dice basta y, liberada, alza una voz que parecía no tener y se convierte en dueña de su destino. Despliega una resistencia ejemplar y hasta encuentra una nueva forma de amar.

"La obra retrata muy bien la situación de las mujeres que pasan de tener una función subalterna a convertirse en protagonistas y dueñas de sus vidas. Es un gran ejemplo de empoderamiento femenino -obligado por las circunstancias- y, como tal, una novela que sin querer ser feminista lo es mucho", afirma Mª Ángeles Cabré, escritora y directora del Observatorio Cultural de Género.

Estas vivencias de la protagonista son universales y ahí radica "la fuerza del personaje. Lo que le sucede en un lugar y un tiempo concreto ha pasado, pasa y pasará en otros tiempos y otros lugares", sostiene Lourdes Godoy, filóloga y profesora de lengua catalana.

Las Natàlies del TNC

Las 11 actrices que representan a una única Natàlia en el TNC en un monólogo autobiográfico, que tienen entre 26 y 74 años de edad, están de acuerdo en la apelación intergeneracional. "Natàlia nos atrapa y nos emociona a todas. Es muy reconocible a través de mujeres con las que hemos vivido, como nuestras abuelas o madres. Pero también nosotras mismas tenemos un punto de ella dentro", explica la actriz Màrcia Cisteró en su camerino del TNC momentos antes de salir al escenario bajo la dirección de Carlota Subirós. Como tantas, Cisteró leyó la obra de Rodoreda de niña y ahora, al reencontrarse con ella, se rompe y llora ante fragmentos que no recordaba de la primera vez.  

En una sociedad repleta de claroscuros –tanto en los individuos que la componen como en las relaciones entre ellos-, frente a Natàlia está Quimet. En principio parece un hombre "simpático, gracioso y divertido, pero es un abusador y un 'señoro'", explica Carme Portaceli, directora artística del TNC.

Así queda claro a lo largo del monólogo de la protagonista, que pierde su identidad cuando él la bautiza como la Colometa, "mi señora", tras construir un palomar en lo alto del hogar familiar. Su vida cotidiana, que leída en voz alta en el teatro encoge por dentro y anuda la garganta del espectador, permite identificar comportamientos machistas de manual por parte de Quimet:

Control y posesión de la mujer

Como cuando le prohíbe trabajar en la pastelería porque "ha sabido" que "el dueño va detrás de las dependientas".

Anulación de los derechos de la mujer

Como cuando decreta que es el único que puede sentarse en una silla de madera que ha fabricado y que ella "tiene que encerar cada sábado para sacar todo su lustre".

Maltrato físico y psicológico

Como cuando tras un episodio de celos le coge "por el cuello y con una mano la agita la cabeza" tanto que ella le dice que si no la dejaba, “llamaría a un municipal”.

Invisibilidad de la mujer

Como cuando ella está destrozada de trabajar y él no ve "que necesitaba un poco de ayuda en vez de pasarme la vida ayudando. Nadie me tenía en cuenta y todo el mundo me pedía más, como si yo no fuera una persona".

Carga mental solo para mujeres

Como cuando ella tiene que hacerlo todo y sin rechistar, desde pintar el palomar de azul hasta trabajar como empleada doméstica cuando la familia empieza a pasar hambre y él no se sabe "en qué líos andaba". También cuando solo puede velar dos horas a su padre muerto, "porque al día siguiente tenía que madrugar para limpiar despachos".

Poco a poco, Natàlia se revuelve contra estas conductas, se hace tan dura como el corcho y da ejemplo del empoderamiento femenino. En un momento dado da un gran grito en la plaza. Todo el muro de contención del dolor levantado durante 40 años se rompe y sale hacia afuera. Dolor por la juventud perdida, por el paso del tiempo, que pasa y no se ve, por el tiempo no vivido… "El tiempo que pasa dentro del corazón lo hace cambiar y nos va convirtiendo en lo que seremos el último día de nuestras vidas", dice la protagonista, que conoce a otro hombre, Antoni, con el que se empareja una vez que Quimet ya no está en su vida.  

Rodoreda ha cambiado ahí el discurso. La Natàlia que "se sentía perdida en el mundo" pasa a ser una heroína sin querer serlo y con un mensaje esperanzador. "Me costó levantar cabeza, después de haber vivido en el agujero de la muerte. Pero hay que vivir", proclama la protagonista.

Aun así, la lucha por la igualdad todavía tiene un largo camino por recorrer, entonces y ahora, como reconoce la actriz Yolanda Sey, una de las más jóvenes entre las 11 Natàlias del TNC. “Ella normalizó mucho los roles de la mujer, sometiéndose y asumiendo como normal cosas que no lo son. Pero hoy en día, incluso teniendo las ideas mucho más claras, las mujeres aún callan para no molestar, bajan un poco la cabeza o no quieren decir en público según qué cosas".

Yolanda Sey

Lurdes Barba

Su compañera Lurdes Barba, la Natàlia de más edad, está de acuerdo. "Hoy, si te pegan, lo tienes claro, pero también existe un maltrato más sutil. Lo he visto en personas concretas, con cultura, que cuando se separan lo analizan y piensan que es verdad, que no se daban cuenta en su momento. Alguna cosa de la cultura patriarcal tenemos clavada dentro", afirma minutos antes de acabar de retocarse para salir al escenario del TNC y, cual juglaresa, transmitir las vivencias de la protagonista. El público se rendirá ante ella y aplaudirá hasta el infinito su interpretación de una novela que no tiene desperdicio.

¿Y qué opina el público del TNC sobre Natàlia? ¿Hay Natàlias hoy en día?

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Un reportaje de El Periódico

Textos:
Gemma Martínez y Carol Álvarez
Imágenes:
Manu Mitru y Bárbara Favant
Diseño:
Andrea Hermida-Carro
Coordinación:
Rafa Julve