Literatura catalana

Rodoreda bajo la lluvia o por qué 'Jardí vora el mar' ha sido el patito feo de las obras de la escritora

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MERCÈ RODOREDA «Novela un tanto confusa y de escaso interés. Aunque hay muchos adulterios y un conato de semi incesto, no contiene descripciones inmorales» ('Mirall trencat', 1974)

MERCÈ RODOREDA «Novela un tanto confusa y de escaso interés. Aunque hay muchos adulterios y un conato de semi incesto, no contiene descripciones inmorales» ('Mirall trencat', 1974)

Elena Hevia

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La cita era en los jardines de la casa Muñoz Ramonet, aquella que albergó una pinacoteca con Grecos y Goyas, una mansión que muy bien podría trasladarnos al escenario de ‘Mirall trencat’ si no fuera porque lo que se presentaba el jueves era otra novela de Mercè Rodoreda, ‘Jardí vora el mar’, una de las menos leídas de la autora, y la última de las reediciones de su obra que está realizando Club Editor, a los 40 años de su muerte.

Aunque el mar quedaba un poco lejos de allí (el espacio de la novela se sobreentiende que es la Costa Brava) del jardín francés de la calle Muntaner (creado por Nicolas Forestier), elegante y pelín decadente con su estanque y su diosa de piedra, aquel parecía el escenario perfecto para hablar de la Rodoreda. Era además territorio rodorediano, porque la querencia de la autora por los parterres y las flores, tan presente en sus trabajos, las gestó en la infancia en los jardines del Casal Gurgí, la casa del abuelo, que se levantaba a pocas manzanas de allí. Un presentador de lujo, el escritor Toni Sala, responsable del postfacio de la edición y Maria-Arboç Terrades, editora de mesa de Club Editor, se dedicaron a desgranar las virtudes del patito feo de las novelas rodoredianas, mientras los lectores aguantaban estoicamente lo que primero fue llovizna y más tarde breve chaparrón. Nada que hiciera plegar velas a los fieles muy fieles.Y es que Rodoreda con un número creciente de lectoras jóvenes es la autora catalana –hombre o mujer- que acapara el récord de traducciones, 215, a 40 idiomas distintos.  

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 Toni Sala y Maria-Arboç Terrades, en los jardines de la casa Muñoz Ramonet. /

Rara y difícil

Es, convinieron los presentadores, ‘Jardí vora el mar’ una obra rara y difícil dentro del corpus rodorediano, más ligera y sentimental de lo que la autora suele mostrarse, aunque la historia se cierre con un acto muy dramático. Para Terrades “tiene un argumento mucho más convencional que otras novelas suyas”. Mientras que a Sala no le gustó la primera vez que la leyó: “me daba la sensación de que lo que contaba era mentira”. Tuvo que pasar el tiempo para que acabara apreciándola, para darse cuenta de que el amor sí puede surgir de pronto. La obra tiene, para empezar, una voz narradora masculina, un jardinero a quien le gusta la vida y no los libros, convertido en el espectador de las vicisitudes de los dueños de la casa, sus empleadores, durante seis veranos. Fue escrita en Ginebra en 1959 del tirón durante 15 días, pero su reescritura se demoró durante años. No llegó a las librerías hasta 1967, cuando la autora ya era famosa y reconocida gracias a ‘La plaça del Diamant’ y ‘El carrer de les Camèlies’. No tuvo el mismo éxito. Frente a estas ‘Jardí vora el mar’ se reveló demasiado sutil y simbólica para los lectores.

La autora solía decir que escribió esta novela porque desde su exilio en Ginebra y sin flores durante años, las añoraba poderosamente. “Un jardinero es una persona diferente al resto y eso le viene de tratar con flores”, dijo de su protagonista, una persona bondadosa, al estilo natural de Rousseau. También habitan la novela, no uno sino dos pintores, un hombre y una mujer que oponen su arte al más modesto pero más verdadero del jardinero, lo que le brinda también a Rodoreda a hablar de su menos conocida pasión por la pintura que le llevó a producir un centenar y medio de aguadas, acuarelas y collages.  

El último jardín

Y claro está el jardín imaginado que acabaría siendo el jardín real creado en 1979 cuando construyó su propia casa con jardín en Romanyà de la Selva, donde conviviría con su amiga Carme Manrubia, a la muerte de su amante Armand Obiols, ya de vuelta a Catalunya. 

Toni Sala tuvo la fortuna de poder entrevistar a Josep Colls, el hombre que construyó el jardín de Rodoreda y Manrubia veinte años después de la primera redacción de ‘Jardí vora el mar’. A Rodoreda le gustaba cantarle a las plantas a las que adoraba. En un lenguaje sencillo y directo, pasmosamente rodorediano, aquel jardinero evocaba en la entrevistas a sus empleadoras: “Mercè se hacía querer, no sé como decirlo, era una buena mujer, pobrecita, era una santa”, repetía como una letanía. En cambio a Manrubia no la apreciaba demasiado: “no éramos muy amigos, no, habíamos tenido algún encontronazo. Era la otra cara de la moneda, la Rodoreda no discutía nunca, no decía nada. Era una santa”. Así recordaba Colls lo muy mandona y poco empática que se le puso Manrubia sin preocuparse de su bienestar cuando le encargaba que allanara el terreno o trasladara piedras y cómo Rodoreda, zumbona, para neutralizarla le preguntó a su amiga: ¿Carme, te acuerdas cómo te llamaban en Venezuela?. “Siempre me quedó la duda de cómo la llamaban, debía de ser negrera o alguna palabra así”, terció Colls.