El olor del marisco y el calentamiento global

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EXPEDICIÓN MALASPINA / 23 de febrero del 2011

Un plato de ostras.

Un plato de ostras. / periodico

LUIS MAURI

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Malas noticias de nuevo. El científico jefe a bordo del Hespérides, Jordi Dachs, no puede ocultar la nube de preocupación que le ensombrece el rostro. Hoy, miércoles, el temporal tampoco permitirá largar al mar los equipos de mediciones y de recogida de muestras de agua y plancton. Es el cuarto día consecutivo de parón en esta tercera etapa de la Expedición Malaspina, que cruza el Índico sur desde Ciudad del Cabo (Suráfrica) hasta Perth (Australia).

En números absolutos, considera Dachs, cuatro días de inactividad sobre los 29 que tiene la etapa no suponen un descalabro para el proyecto. Pero si la borrasca persiste o si el Hespérides tropieza con alguna otra tempestad fuerte de camino a Perth, la acumulación de jornadas baldías empezará a ser crítica.

Entre tanto, los expedicionarios matan como pueden la inquietud y el tedio en el interior del buque, donde, puestos a añorar, se echa de menos hasta el olor del océano. Ese aroma intenso, denso, fresco, salino y ligeramente sulfurado del mar. El mismo olor del marisco. ¿A qué huelen el mar, las ostras, los percebes?

Uno de los principales responsables de ese aroma es un gas denominado sulfuro de dimetilo (DMS), la forma de azufre volátil más abundante en la superficie de los océanos. Pero el DMS no solo sirve para que el marisco resulte apetitoso al olfato, sino que juega un papel valioso para el equilibrio de energía del planeta. El químico y oceanógrafo del Institut de Ciències del Mar de Barcelona Rafel Simó, a cuyo mando quedará la Expedición Malaspina en la etapa Honolulú-Cartagena de Indias, expone algunas virtudes del sulfuro de dimetilo en su trabajo Mar de núvols, publicado en la revista científica catalana L'Atzavara.

El DMS es producido por un tipo de algas unicelulares del fitoplancton. Estos organismos fabrican propionato de dimetilsulfonio, una molécula que les ayuda a sobrevivir y reproducirse en un medio difícil como las capas superficiales del océano, saladas, pobres en nutrientes y muy expuestas a las radiaciones ultravioleta. A partir del propionato de dimetilsulfonio del fitoplancton, la interacción entre las microalgas, las bacterias y los predadores libera el DMS o sulfuro de dimetilo. Este gas, cuando es emitido por el mar a la atmósfera, se oxida y forma micropartículas volátiles que quedan en suspensión. Estas, a su vez, permiten la formación de nubes, pues sin partículas flotantes el vapor de agua es incapaz por sí solo de condensarse; necesita de esas micropartículas para adherir las minúsculas gotas.

De este modo, el DMS contribuye a la lucha contra el calentamiento del planeta, dado que tanto las nubes como las partículas en suspensión reflejan una parte de la radiación solar. Hasta cierto punto, es obvio: la sombra de las nubes enfría la Tierra, o al menos evita que se caliente más.

Sobre los continentes no faltan partículas en suspensión atmosférica (polvo, partículas biológicas, humo, combustión de hidrocarburos). Pero en pleno océano, son menos abundantes. Aquí, el gran proveedor de micropartículas es el propio mar, función en la cual el DMS juega un rol principal.

Un tema para reflexionar ante un plato de almejas de Carril y una copa de albariño, de rueda verdejo o de alella bien frío (la copa, perlada por la condensación, por supuesto).