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En Rumanía llueven piedras

La magnífica película de Cristian Mungiu es un lamento por la corrupción endémica que azota su país y una prueba de lo venenosas que son las buenas intenciones

EN RUMANÍA LLUEVEN PIEDRAS lo+ lo-_MEDIA_3

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Nando Salvà

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La nueva película de <strong>Cristian Mungiu </strong>empieza con una ventana rota: alguien, no vemos quién, ha lanzado una piedra contra la casa del doctor Romeo Aldea (Adrian Titieni); y a lo largo de dos horas de metraje le caerán encima varias más, de forma sostenida, algunas de ellas lanzadas por él mismo.

Romeo está obsesionado con que su hija obtenga una beca para estudiar en una universidad inglesa y así pueda salir de esa manzana podrida en la que Rumanía se ha convertido. Y para lograrlo decide no solo presionar a la niña para que se presente a unos exámenes solo un día después de haber sufrido un intento de violación, sino también asegurarse por todos los medios de que los supere.

«A veces, en la vida, todo lo que cuenta es el resultado», se justifica el buen doctor mientras, escena a escena, va adentrándose un poco más en el mercado negro de sobornos que lo rodea por completo, y que él siempre se había vanagloriado de condenar. Inmediatamente entra a formar parte de una cadena de favores —del médico al policía, del policía al político, del político al burócrata— que se extiende como un virus, a la vez causa y consecuencia de una sociedad en descomposición. Nada funciona en la Rumanía post-Ceaucescu excepto la corrupción y el chanchullo.

«Lo único que cuenta es que logre acceder a un mundo normal», insiste Romeo. Él quiere que las nuevas generaciones no se contagien. Quiere salvar su país. «Cómo lo logre también cuenta», le corrige su esposa, y ahí está el quid de la cuestión. Las buenas intenciones importan poco en cuanto decidimos que el fin justifica los medios, y que ser práctico vale más que ser íntegro.

En última instancia, las decisiones de Romeo lo igualan a las fuerzas sociales contra las que cree estar luchando, especialmente porque las toma dispuesto a manchar no solo su propia conciencia sino también la de su hija.

EL PARABRISAS REVENTADO

Esas decisiones, decíamos, provocarán más pedradas: quienquiera que le rompiera la ventana a Romeo luego le destroza un parabrisas; y, en general, la existencia de nuestro defectuoso protagonista se escapa por completo de su control. ¿Quizás el universo mismo lo está castigando? Mientras contempla su caída con la precisión y la sobriedad asombrosas que ya exhibió en '<strong>4 meses, 3 semanas y 2 días</strong>' (2007) —la película que le dio la Palma de Oro de Cannes y lo dio a conocer mundialmente—, Mungiu nos demuestra qué fácil es morder la fruta prohibida, y nos pregunta: ¿quién es el guapo que se cree con derecho a tirar, cómo no, la primera piedra? 

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