Un país que recuerda

Xavier Moret relata, en 'La memoria del Ararat', un viaje en el 2013 a Armenia en busca de las raíces de una nación obsesionada por la mítica montaña

El homenaje anual, el 24 de abril, a las víctimas del genocidio en Armenia.

El homenaje anual, el 24 de abril, a las víctimas del genocidio en Armenia.

ERNEST ALÓS / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Es imposible viajar a Armenia sin topar con la memoria del millón y medio de muertos, por hambre, sed, horca o bala entre 1915 y 1923, o del millón de armenios que se sumaron a la diáspora en ese periodo, explica el periodista Xavier Moret en La memoria del Ararat. Viaje en busca de las raíces de Armenia (Península). Un viaje a la Armenia actual, la superviviente, refugiada tras las montañas del Cáucaso (en la que en cambio la huella de los azerbaiyanos expulsados de Nagorno Karabaj es tan fantasmal como la de los armenios en los extensos territorios de Capadocia, Siria y el Líbano que debieron abandonar a principios del siglo XX.

«No creo que haya otro pueblo en todo el mundo con un sentimiento tan fuerte de arraigo. Incluso los armenios de la diáspora, pese a vivir lejos de la patria, se mantienen fieles a su manera a la Armenia idealizada que se han fabricado, con la memoria del Ararat como símbolo supremo. Uno de los grandes escritores armenios, William Saroyan, escribió: 'Cuando dos armenios se juntan en cualquier lugar del mundo, allí se levanta una nueva Armenia'», escribe Moret en su libro.

El primer contacto de Moret con Armenia fue a través de la huella, no siempre reconocible como tal, que dejó su diáspora: la cultural, los libros de William Saroyan, la fundación Gulbenkian de Lisboa, las canciones de Charles Aznavour (nacido Shahnourh Varinag Aznavourian) y las películas de Atom Egoyan. Y el contacto con un puñado de conocidos, originarios de la Armenia soviética o de la tercera generación de la diáspora, que fue encontrando en Barcelona, Buenos Aires, Bolivia o en un tren viajando por Europa. Tras planearlo en varias ocasiones, Moret viajó finalmente con Alfons Rodríguez, en un vuelo en que las lágrimas de muchos viajeros empezaron a brotar en cuanto se vislumbró el monte Ararat, hoy en territorio turco. La montaña donde encalló el arca de Noé, ancestro, según las leyendas armenias, de Hayk, el fundador mítico de Hayastán (Armenia).

Testimonios

Moret resume la historia de Armenia, atrapada, como los kurdos que acabaron siendo sus verdugos, entre potencias como Bizancio, Rusia, Persia o Turquía, hasta desembocar en las persecuciones otomanas de 1896 (200.000 muertos) y de 1915, este causado por la orden del Gobierno de los Jövenes Turcos de limpiar de armenios el territorio en el que este pueblo cristiano podía ser un incómodo aliado de Rusia. Pero sobre todo visita iglesias centenarias y bloques soviéticos, en un itinerario que ya reflejó en el DOMINICAL de este diario hace un par de años, conversa con los ciudadanos de la nueva Armenia y cita los libros que hablan de su pasado. La memoria de Armenia reside en el Matenadran, su biblioteca histórica, y en lugares como el monumento a las víctimas de la colina de Tsitsernakaberd, con los nombres de más de 2.000 poblaciones donde hubo matanzas, o el Museo del Genocidio. «Aunque pueda parecer que el dolor del genocidio se alivia con el paso del tiempo -escribe Moret-, para los armenios de hoy sigue estando muy presente. Se niegan a olvidarlo y les indigna que aún hoy los dirigentes trucos se empeñen en negar su existencia».