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El PSOE, ante la hora decisiva

Pedro Sánchez y Susana Díaz, en Granada.

Pedro Sánchez y Susana Díaz, en Granada. / EFE / MIGUEL ÁNGEL MOLINA

Mario Martín

La quiebra del bipartidismo en España quedó patente el 20-D, con  notables pérdidas de votos del PP y del PSOE, lo cual ya se vislumbraba en los últimos años, especialmente desde que  los efectos más perniciosos de la crisis llegaron a los hogares de los  españoles. Pero como nada une tanto como el poder, mientras la  izquierda, en su conjunto de viejos y nuevos partidos, aparece divida  en diferentes formaciones, la derecha, a pesar de todo, mantiene sus  posiciones, silente, aun tensa, en torno al PP, solo acuciada por la  fuga de votos de los más identificados en otras formas y en la  regeneración, vestida de liberalismo en lo económico, que defiende Ciudadanos.

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Ante el 26-J, las posiciones más  tradicionales de derecha e izquierda han encontrado acomodo en la  bipolarización PP vs. Podemos, con la aquiescencia de sus  respectivas direcciones. Mientras, al PSOE sus propios errores, su  cierta inconcreción en materias muy sensibles e, incluso, sus propias  políticas de pactos a nivel municipal y le han situado en una  posición de indefinición, enmarcando en su propio interior la fractura  política en la que se divide la sociedad española, más allá de derecha  o izquierda: políticas liberales o socialdemocracia, más  privatizaciones o defensa de lo público.

El PSOE en las pasadas elecciones del 20-D solo venció en una  capital de provincia (Huelva), en lo que podríamos definir como las  concentraciones de voto urbano. No parece baladí que la mitad del millón  y medio de votos socialistas perdidos el 20-D se concentrara en las  62 ciudades que superan los 100.00 habitantes y en las 15 capitales de  provincia que no alcanzan ese tamaño.

El PSOE se enfrenta a una interesante paradoja, ya que mientras la  mayoría social de los españoles se sienten políticamente ubicados en  el centro izquierda, que es el espacio político histórico de ese  partido, sus resultados desde el 2011 van  a peor. Seguramente ello tenga su origen en José Luis Rodríguez Zapatero, en su gestión  en el inicio de la crisis y en la quiebra de la confianza que supuso  la reforma constitucional que propició el 23 de agosto de 2011,  apoyada entusiásticamente por el PP. El sentido de la misma fue  totalmente contrario al programa electoral con que se presentó a las  elecciones ante los españoles, rompiendo el pacto electoral que el  voto supone, engendrando en aquel desencanto la mayoría absoluta  electoral de Mariano Rajoy en 2011, de tan dolorosas consecuencias. Zapatero  tendría que haber dimitido, explicado la situación creada, convocado nuevas elecciones y,  de considerarlo necesario, volver a presentarse con el programa  adecuado al momento o retirarse. De aquellos polvos, estos lodos.

El PSOE debe identificar su proyecto, con suficiente claridad. No se puede estar en dos sitios a la misma vez, como dice el refrán español:  “soplar y sorber, no pueden juntos ser”. No es momento ni de jaulas  de grillos, ni de reinos de taifas, es la hora de la definición.

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